Inconsciente en moción (xxx)

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El coreógrafo Jordi Cortés y Associació Kiakahart, "Fuck-in-Progress" (GREC 2015, Barcelona).

El coreógrafo Jordi Cortés y Associació Kiakahart, “Fuck-in-Progress” (GREC 2015, Barcelona).

Para cada «dónde estoy» y «hacia dónde voy» hay un «por qué yo» y un «cómo he venido a parar aquí». La catarsis no resuelve por sí misma el desequilibrio inicial, ni en el sentido de la hybris en la tragedia griega, ni en el sentido de lo que hace síntoma. Por supuesto hay prácticas capaces de producir una catarsis e incluso ahondar en ella, de explotarla, como las constelaciones familiares y otras formas afines al psicodrama, pero su valor terapéutico es como mínimo dudoso ya que no elaboran los efectos de la estructura como tal ni reconocen al sujeto con sus inoportunos objetos-resto, que caen bajo la categoría de lo irreconocible.

El caso es que lo irreconocible es el motivo oculto de la tragedia.

El mal menor es el fundamento práctico de todo mal mayor, de todo «mal alt», de toda enfermedad psíquica, y desconocerlo es la tentación de las terapias gestálticas y cognitivas en general, que se guardan de complicar demasiado una clínica que, antes que por lo subjetivo, se mueve por objetivos. No sorprende que las psicoterapias breves se eternicen ni que la clientela habitual de las terapias persista en una lógica de fidelización que delata su inspiración capitalista. Sin duda, cierta psicología ha sabido aprovechar la gran oportunidad de traicionar su vocación científica, tomando asiento en las escuelas de negocios y en ese síntoma del deseo exiliado que son los «recursos humanos». La psicología ha preferido también, en muchos casos, ubicarse en la posición del amo usurpando a un sujeto al que no le interesa escuchar.

La catarsis no resuelve el desequilibrio inicial; no puede hacerlo restaurando el equilibrio inicial sino rescatando uno nuevo que, en cualquier caso, hay que saber intuir desde un marco de comprensión del sujeto que solo se puede alcanzar –y no siempre– desde una escucha cualificada y sostenida por el analizante.

A todo esto, el psicoanálisis sigue incompleto: ¿será la improvisación en danza una forma de discurso del cuerpo susceptible de dar voz al Inconsciente? En la escena clínica del psicoanálisis, la libertad de expresión supone abrir un espacio de transgresión que es también, por eso, un espacio para el heroísmo: para no fracasar solo, para fracasar bien, para aprender el fracaso y prevenirlo. Hablar de éxito es, inevitablemente, una trampa, y quisiera creer que la psicología no lo sabe tan bien cuanto el psicoanálisis y que es ignorancia lo que lleva a situar tantas veces al paciente en ese extendido engaño.

Incluso fuera de la neurosis hemos encontrado motivos para sospechar que la improvisación en danza puede ser una buena vía de voz: la búsqueda de la psicosis es la de un cuerpo que busca una palabra y cuya mayor dificultad es no disponer, de entrada, de esa palabra primera para preguntar. Entonces pregunta con su cuerpo.

Angela di Foligno es un caso paradigmático de la búsqueda del cuerpo. No es el único caso, y solo es paradigmático en el sentido en que se halla en un lugar en el que confluyen distintas tradiciones, desde la talmúdica hasta la mística cristiana de las beguinas pasando por el amor cortés tal como lo canta la poesía trovadoresca en las cantigas de amigo. Se trata de una búsqueda del cuerpo mediante el cuerpo del otro, el amado. En ese sentido –en que la búsqueda de lo propio pasa inexorablemente por el otro y la respuesta tiene que llegar (de fuera)– es histérica. «¿Adónde se fue mi amado?» es su pregunta explícita pero la que resuena es otra: «¿Dónde está mi cuerpo?».

Angela, esa mujer cuyo grito fecundó en mí un llamado cuando yo preparaba la tesis sobre hermenéutica negativa, esa mujer aún sigue llamando pero ahora, en el lugar del síntoma, va encontrando su goce en el cansancio, en el liberador dolor crónico de los estiramientos. Es gracias al testimonio de Angela y al de otros que bailo para encontrar el cuerpo que todavía no está; o que bailo con el cuerpo que no se ve, o que ya no está. Y gracias a Angela sé que el baile que busco es el de mi fantasma. ¿Puede haber mal en eso? ¿O bien?

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