Inconsciente en moción (xxix)

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Trisha Brown Dance Company. Foray Forêt. Foto: Yi Chun Wu -

Trisha Brown Dance Company. Foray Forêt. Foto: Yi Chun Wu –

¿Cuántas veces hemos escuchado, y hasta dicho, con un deje de resignación, que hay preguntas sin respuesta? Tal como ésta, no todas las preguntas se hacen para ser contestadas. Existen las preguntas retóricas, también llamadas académicas, que cumplen una función retórica de reafirmación: no están hechas para ser contestadas por nadie más porque quién las formula ya deja implícita una respuesta clara. Todas las preguntas que llevan implícita la respuesta solo son preguntas en la medida en que llevan, en la escritura, el signo de puntuación correspondiente o la marca de la pregunta indirecta, o aún, en la oralidad, la prosodia o musicalidad típicas de una pregunta.

Pero también hay preguntas sin respuesta, entre las cuales quisiera distinguir al menos dos tipos. Hay preguntas que cuestionan un orden –entiéndase como autoridad o sistema–porque remiten a una razón injusta o irresponsable o protegida por una excepción a la ley – o todas esas cosas a la vez. ¿Quién me va a creer? ¿Dónde está mi hijo? ¿Cuándo encontraré a alguien que me quiera? Estas y muchas más preguntas dan cuenta de límites que el sujeto experimenta en lo real y qué parecen someterle a un torbellino existencial, pero su anclaje en una falta concreta es todavía perfectamente tangible.

Hay otro tipo de preguntas, u otro nivel de pregunta más bien, que hace de ese torbellino el lugar mismo del sujeto, que elige de algún modo estar en la pregunta. ¿Qué pasará cuando yo me muera? ¿Dónde está dios? ¿Por qué el ser y no la nada? No me gustan estos ejemplos ni los anteriores porque, al ser «ejemplos», ya están desenraizados de una experiencia concreta, la del sujeto singular. Los ejemplos y «lo ejemplar» siempre excluyen al sujeto; tardo o temprano, lo excluyen. Ningún ejemplo tiene la fuerza de aquella pregunta con la que una misma se depara, la que una misma es llevada a hacer, pero no llevada como objeto sino fantasmaticamente, por su propia estructura.

Hay preguntas sin respuesta pero toda pregunta tiene un sujeto; y si aparentemente no lo tiene es porque al menos un poder se esconde detrás suyo, luego es una impostura y una maldición. Pero al sujeto crítico, a ese que es llevado a situarse en el remolino para no solamente habitar la pregunta sino para incorporarla, para hacerse cuerpo de ella, a ese sujeto la ley recuerda que no hay justicia, que el Nombre del Padre es tan adorable como terrorífico, tan protector como abominable, tan reconfortante como castrador.

Pero notemos que mientras el Nombre del Padre se puede heredar, su Cuerpo no se hereda jamás. Todos los esfuerzos teológicos y filosóficos en la tradición del cristianismo, la llamada religión de la encarnación, son inútiles para la empresa de identificar al hijo con el padre desde el lugar del cuerpo. Los reformistas parecen intuirlo al destituir la identidad del pan con el cuerpo de Cristo pasando de la identidad real a la identidad simbólica, o ni siquiera a una identidad, pero al centrarse en las figuras masculinas del padre y del hijo y eludiendo a la madre y a los santos, concentran su esfuerzo en un nuevo desequilibrio sobre el que fundar la moral protestante de la familia y del capitalismo es un error incomprensible.

Esto no nos ha alejado de la comprensión de la catarsis y su lugar en la improvisación en danza como moción del Inconsciente. Más bien al revés, sirve de introducción al abordaje místico de la cuestión, con el que concluiré este breve ensayo.

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