Como el erotismo anal es de aquellos aspectos pulsionales que en el paso de la evolución y en el sentido que lleva a la civilización resultan inservibles para el objetivo sexual, no es arriesgado reconocer en las virtudes que suelen reunir aquellos cuya infancia estuvo marcada por esta pulsión parcial – el orden, el ahorro y la perseverancia – los efectos lógicos y perennes de la sublimación del erotismo anal.
S. Freud, Carácter y erotismo anal. (1908)
Aparte esta asociación entre la incidencia significativa de la pulsión anal en la infancia y la capacidad de ahorro o incluso el extremo apego al dinero o a los bienes materiales en general, Freud asocia una y otra vez el oro a la mierda. Sensible a las ocurrencias graciosas de los judíos, muchas de las cuales recoge en El chiste [o la ocurrencia graciosa] en su relación con el inconsciente, nota que según una popular creencia el oro en la tierra es mierda en el infierno, llegando a sugerir una asociación entre la emergencia o la recogida del objeto excrementicio (como cosa significante) en el sueño con un referente preciado en la vida de vigilia: oro, dinero. Claro que este tipo de asociación es tan fortuito como cualquier intento de darle sentido consciente a un sueño, pero lo fortuito, lo accidental y lo equivocado son preciosidades que el psicoanálisis busca en esa mina fascinante que es el inconsciente del otro, tomado como sujeto de un discurso analizable.
No sólo el oro es mierda, ni sólo la mierda es oro. Un proverbio dice que “la palabra es de plata, el silencio es oro”. Hay una relación evidente entre palabra y precio, entre lenguaje y valor. El aprecio es algo que se expresa con palabras, incluso con palabras protocolarias, casi literales, si es que la literalidad, como dijo por ejemplo Paul de Man, no es ya ella misma una metáfora. Pero lo que no se expresa con palabras, eso tiene un valor mucho más peculiar, irreductible al protocolo y a la conveniencia. Porque lo que no conviene decir, o que incluso conviene no decir (más vale callar) es lo que remite a valores que no se expresan fácilmente, que no se invierten fácilmente, que se guardan como bien preciado, o se ocultan con vergüenza, para revelarse solamente en la privacidad del secreto o en estricta privación.
Así, al asociar esas dos materialidades tan distintas, lenguaje y mierda, quedan anudadas la retención y la repetición, el estreñimiento y el extrañamiento, pero también la verborrea y la diarrea, el barullo y el zurullo. Y como el lenguaje se articula en un presente susceptible de desactualización, no podía faltar una relación, mediada por la temporalidad, entre el dinero y la caca.
Cagar ha sido erigido como nuevo tabú del capitalismo tardío, con algunos eslóganes de yogures con fibra y otros “alimentos funcionales” (como suelen llamar a los nuevos medicamentos comestibles) rezando: “ahora funciono como un reloj”, “para que tú momento sea más fácil”, “cada mañana, tu momento X” (en que X es la marca de ese momento, el momento tripa, el ratito para cagar). Si el momento se ha vuelto por antonomasia el momento de cagar, el tiempo por extensión es mierda. O, por otra vía silogística, si tiempo es dinero y dinero es mierda, tiempo es mierda. Es lógica caca.
Si como explican Jorge Sáez y Sejo Carrascosa (Por el culo, ed. Egales), el culo es el centro nevrálgico de la política de género, de la vigilancia sobre los roles y las prácticas sexuales, y un centro indiscutible de las políticas – educativas, de sanidad e inmigración, por ejemplo -, la mierda es la materia prima de la semiótica capitalista. Y eso que la mierda parece “peor” que el culo porque es lo que lo hace “sucio” y “maloliente” (aunque la mierda, objetivamente hablando, no huele mal; sólo huele a mierda). La mierda es el resto del fisting y de la follada anal, sobre todo del bareback. Es el contrapoder de la higiene de la era industrial, es el significado de “excremento” por defecto y un prominente representante y promotor del asco (pero también de la vergüenza y del miedo).
El objeto mierda sigue siendo aparentemente un fantasma operativo del capitalismo en la medida en que, siguiendo la propuesta freudiana, se ha sublimado excesivamente. La redención de la objetalidad de la mierda – más allá de su uso como fertilizante – tendría, por consiguiente, un papel principal en el rescate de la economía. Sin papel (celulosa) no hay intestino que funcione, pero sin mierda tampoco hay papel (dinero) que circule correctamente. El mal tránsito intestinal no deja por eso de ser síntoma de la mala circulación de valor, que congestiona el capital en los culos de unos pocos.
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