Muchas veces la relación entre los productos tangibles y los del pensamiento está determinada por las mismas cuestiones. Si nos referimos a la noción de propiedad, hablaríamos de la acumulación en el caso de los primeros y de reserva o copyright en el caso de los segundos (“todos los derechos reservados”). En ambos casos, se trata de marcas del capitalismo.
Si pensamos en la noción de competencia, vemos a las industrias e individuos que buscan tener siempre más; y si la pensamos en términos intelectuales, no solo los grupos de influencia sino también investigadores y periodistas ambicionan poseer un mayor conocimiento e incluso un conocimiento exclusivo, un descubrimiento que lleve su nombre, ya sea un invento o una primicia mediática. En todos estos casos, nos encontramos a la huella reconocible de la ideología capitalista.
En un extremo de confusión entre el producto tangible y el producto del intelecto – pensamiento, creatividad – vemos dos lugares absolutamente centrales para el ejercicio capitalista, por muy discretos que sean, y poco conocidos del gran público, al menos en primera mano: la universidad y la casa de subastas. Evidentemente, estos significantes pueden soportar las más variadas relaciones de significación con distintas realidades observables, pero sin duda permiten referir espacios donde el conocimiento, el genio creativo y la técnica se confunden y convergen con la competencia, el enaltecimiento de la desigualdad; en última instancia, la abolición del otro.
Ser anticapitalista no pasaría por destruir estos lugares desde la violencia, sino por comprender qué es el capitalismo y cuáles son sus causas. Si no se hace esto, no se entiende por qué el pensamiento puede tener una materialidad mucho más real que el dinero; ni hasta qué punto un pensamiento supuestamente radical puede ser parte de la ideología que pretende desmontar. Y no nos basta con Marx ni con Gramsci, precisamente. Acaso el capitalista más competente es el que mejor domina el pensamiento marxista.
Las formas de interacción biológica me han servido en más de una ocasión para entender algunos efectos del capitalismo – sí, hablo de efectos antes que de las causas, porque suelen ser más accesibles. Contrariamente al comensalismo, en el que el beneficio de uno es obtenido sin perjuicio ni beneficio para otro, la depredación constituye un beneficio para uno a razón del maleficio o perjuicio para otro. Creo que el capitalismo tal como podemos observarlo actualmente es la creencia de que la depredación es solo una forma de comensalismo. Como se trata de una creencia instalada como verdad, hablamos de hegemonía, en el sentido que le dio Gramsci. Que se llegue incluso a representar ese falso comensalismo como un mutualismo desigual, es decir, que ambos se llevan un beneficio, es obra del valor fetichista de la mercancía descrito por Marx, es decir: la creencia, no menos instalada, de que un producto es algo más que su materialidad. La propaganda, desde la forma publicitaria al discurso político, es la amplificación de ese imaginario.
Vemos que no se trata de ignorar a Gramsci o Marx – o a Locke, Proudhon, Bakunin, Althusser – sino de comprenderlos y superarlos, ya que el capitalismo los ha superado productivamente pero el pensamiento crítico no los ha superado racionalmente, y eso es porque sigue atrapado en una racionalidad y en un método científico obsoletos.
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