Kropotkin según Buber

Jean-François Miller, la chasse aux oiseaux, bird's nesters, los cazadores de aves, los cazadores de pájaros

Kropotkin simplifica a Proudhon estableciendo en vez de las múltiples “antonomias sociales” la sencilla oposición entre los principios de lucha por la existencia y de ayuda mutua. Trata de fundamentar biológica, etnológica e históricamente esa oposición de principios. (…) En una formulación (de 1894), extremada y sin suficiente fundamento histórico, Kropotkin expone esa oposición del modo siguiente:

“El Estado es un desarrollo histórico que en una época determinada de la vida de todos los pueblos empieza a suplantar lentamente a las libres confederaciones de tribus, municipios, uniones de tribus, aldeas y gremios de productores proporcionando a las minorías una formidable ayuda para avasallar a a masa, y es ese desarrollo histórico y todo lo que de él se deriva lo que combatimos.” (…)

Así como la visión de Kropotkin es deficiente cuando se trata de distinguir entre el Estado prepotente y el legítimo, entre el superfluo y el necesario, así también en otro respecto no llega a ser lo bastante realista, a pesar de que capte muchas relaciones históricas que Proudhon no tuvo en cuenta. Dice en una ocasión que tal vez se reproche a su elogio de la comuna medieval que olvida las luchas intestinas que en ella se daban, pero que no lo hace en modo alguno. Antes bien, la historia enseña que “esas luchas eran la garantía misma de la vida libre de la ciudad libre”, y que gracias a ellas crecían y se remozaban las comunidades. A diferencia de las guerras de los Estados, en la comuna se lucha “por la conquista y conservación de la libertad del individuo, por el principio federativo, por el derecho de asociarse y actuar”, y que por eso “las épocas en que los conflictos se ventilaban libremente, sin que se lanzara en la balanza el peso de una autoridad existente, fueron las épocas del máximo desarrollo espiritual”.

Eso es cierto en lo esencial y, sin embargo, hay un punto decisivo que no ha sido captado suficientemente. En la comunidad autónoma, especialmente si ésta interviene como asociación en la producción, el peligro del egoísmo colectivo, lo mismo que el de la escisión y de la opresión, difícilmente es menor que en la nación o en el partido. Nos ofrece un ejemplo elocuente el desarrollo interno de la “comunidad minera”, esto es, la asociación de producción de los obreros mineros, en el medioevo alemán. En instructiva exposición mostró Max Weber que en la primera época de ese desarrollo se produjo una apropiación progresiva de de la mina por parte de los obreros y una progresiva expropiación de los dueños, que la asociación se convirtió luego en directora de producción y distribuyó el beneficio ateniéndose en la medida de lo posible al principio de igualdad; pero que luego se llegó a una diferenciación entre los mismos obreros: los que acudieron después a causa de la creciente demanda eran “no-compañeros”, jornaleros; y el proceso de descomposición así iniciado prosiguió hasta que elementos de intereses puramente capitalistas penetraron en el personal de la comunidad minera y el sindicato acabó convirtiéndose en un órgano del orden capitalista que contrataba a los obreros.

Cuando actualmente se proponen (por ejemplo en la obra de Tawney The Aequitative Society) proyectos que permitan a obreros de empresas industriales prescindir de los dueños haciéndolos innecesarios al encargarse ellos mismos de la dirección de la producción, o que limiten el interés de los propietarios hasta el punto de que éstos queden reducidos a la condición de meros rentistas sin participación en los beneficios ni en la responsabilidad, o sea precisamente lo que ocurrió en la minería alemana hace siete siglos, la advertencia histórica nos impone que, en la nueva estructura social, nos preocupemos de que se ponga coto al egoísmo colectivo. Kropotkin no cierra los ojos ante ese peligro; por ejemplo, en una ocasión (Mutual Aid, 1902) indica que el movimiento cooperativista moderno, que en sus orígenes tenía esencialmente carácter de ayuda mutua, ha degenerado a menudo en un “individualismo de capital por acciones” y fomenta un “egoísmo cooperativo”.

Kropotkin vio con perfecta claridad aquello a que ya aludió Proudhon; que una comunidad socialista sólo puede edificarse sobre la base de una doble unión intercomunal, a saber, de la federación de comunidades regionales y de la federación de comunidades de trabajo, que tienen entre sí numerosos puntos de contacto y de apoyo – a lo cual añade a veces un tercer principio: la agrupación comunal por libre decisión. Donde más claramente trazó el cuadro de la nueva sociedad es en su autobiografía (1899), en el pasaje en que refiere las concepciones básicas de la “Federación del Jura”, organización anaquista-comunista fundada por Bakunin, en la cual participó Kropotkin en 1877 y en los años subsiguientes; por cierto, las actas de la Federación del Jura no proporcionan ninguna formulación comparable a las suyas, y es de suponer que las ideas de Bakunin, que nunca se esbozaron sino pasajeramente, sólo en el curso de los años, y combinándose con las de Proudhon, llegaron a esta madurez en el espíritu de Kropotkin.

En la autobiografía escribe:

“Observamos en las naciones civilizadas el germen de una nueva forma social que ha de sustituir a la antigua… Esta sociedad estará compuesta por multitud de asociaciones enlazadas entre sí para todo cuanto requiere un esfuerzo común: federación de productores para todas las clases de producción, comunidades para el consumo, federación de esas comunidades entre sí y federación de las mismas con los grupos de producción; por último, grupos más extensos aunque abarquen todo un país y hasta varios, y que estarán compuestos de personas que trabajen conjuntamente para la satisfacción de aquellas necesidades económicas, espirituales y artísticas que no están limitadas a un territorio determinado. Todos estos grupos asociarán sus esfuerzos mediante un acuerdo mutuo… Se adelantará la iniciativa personal y se combatirá toda tendencia a la uniformidad y a la centralización. Además, esta sociedad no cobrará rigidez en formas fijas e inmutables, puesto que será un organismo vivo y en consonante desarrollo.”

Ni uniformidad ni fijación definitiva, tal es el sano sentimiento fundamental de Kropotkin. Como él mismo dice (1896), hay que aspirar al “más completo desarrollo de la individualidad, asociado al mayor desarrollo de la asociación voluntaria en todos los aspectos, en todos los grados posibles, para todos los fines imaginables: una asociación siempre variable que contenga los elementos de su duración y adopte las formas que en todo momento se adapten mejor al múltiple esfuerzo de todos”. Y, a modo de complemento, Kropotkin insiste aún en 1913: “Nos imaginamos la estructura de la sociedad como algo que nunca queda definitivamente constituido.”

Semejante estructura significa: poner en acción la espontaneidad social y política del pueblo hasta el máximo grado posible de cada momento. Este orden, denominado por Kropotkin comunismo (nombre usurpado por la “negación de toda libertad”, impugnada por Proudhon) y que sería más exacto calificar de “comunismo federalista”, “no puede ser impuesto; no podría vivir si no lo conservara la incesante y cotidiana cooperación de todos. En una atmósfera de coacción oficial se asfixiaría. Por consiguiente, no puede existir sin crear un contacto constante entre todos, para resolver los miles y miles de asuntos comunes: no puede vivir si no crea la vida local e independiente en las unidades más pequeñas: la calle, la manzana de casas, el distrito, el municipio.” El socialismo “tendrá que hallar su propia forma de relaciones políticas… De uno u otro modo tendrá que ser más popular, más próximo al Forum, que el régimen parlamentario. Tendrá que depender menos de la representación, y adquirir más carácter de self-government”.

Vemos aquí con especial claridad que lo que Kropotkin combatía en definitiva no era el orden estatal en sí, sino el orden actual en todas sus formas, y que su “anarquía”, como la de Proudhon, es en realidad acracia (ακράτεια), es decir, ausencia de dominación, no de gobierno. En 1894, Proudhon escribió en una carta: “La anarquía es una forma de gobierno u organización, si se me permite la expresión, en que el principio de autoridad, las instituciones policíacas, las medidas preventivas y represivas, la burocracia, el régimen fiscal, etc., quedan reducidos a su mínima expresión.” Es, en el fondo, la misma opinión de Kroportkin. Como nos revelan las importantes palabras “menos representación” y “más self-government”, sabe también que a una voluntad genuina de reestructurar la sociedad no le importa la aplicación de un principio abstracto, sino sólo dirigir la realización, reconocer los límites impuestos por las circunstancias momentáneas a la ejecución de la obra, los límites que marcan lo que, puesto que es alcanzable, debe hacerse. Conoce el deseo por lo enorme y sabe que ese deseo llega muy a fondo en el alma: “todas las relaciones entre individuos y entre muchedumbres pueden arreglarse”; pero sabe también que esto sólo puede lograrse si al propio tiempo se despierta la espontaneidad social y se le indica la dirección en que pueda desplegarse.

Para Kropotkin es evidente que sin una revolución no puede producirse una transformación decisiva en la sociedad. Lo era también para Proudhon, quien sabía perfectamente que no podía realizarse sin revolución la formidable tarea que él – ya en la obra que Marx atacó por “pequeño-burguesa”– proponía a las clases trabajadoras: “hacer surgir de las entrañas del pueblo, del seno del trabajo, una mayor autoridad, un hecho más poderoso, que incluya al capital y al Estado y los someta”. Tal y como en 1848 dijo, en un brindis a la revolución, consideraba que las revoluciones eran “manifestaciones sucesivas de la justicia en la humanidad” y, según él, el Estado moderno es “contrarrevolucionario por su esencia”. Lo que impugnaba era (en la conocida carta a Marx) la idea de que “actualmente no fuera posible ninguna reforma sin un golpe de mano” y que “nosotros tengamos que poner en juego la acción revolucionaria como medio para la reforma social”. Pero él vislumbró la tragedia de las revoluciones, y cada vez con mayor certeza a causa de las decepciones que sufrió. La tragedia de las revoluciones es la de que, consideradas con respecto al fin positivo, tienen como consecuencia precisamente lo contrario de lo anhelado por los revolucionarios más honestos y apasionados si lo anhelado no se halla preformado ya con anterioridad, de suerte que la acción revolucionaria sólo necesite conquistarle todo el espacio necesario para su libre desenvolvimiento.

Martin Buber, “Kropotkin” in Caminos de Utopía (título original: Pfade in Utopia). México, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

About these ads

¿Quieres comentarlo?

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. ( Cerrar sesión / Cambiar )

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. ( Cerrar sesión / Cambiar )

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. ( Cerrar sesión / Cambiar )

Estás comentando usando tu cuenta de Google+. ( Cerrar sesión / Cambiar )

Cancelar

Conectando a %s