“Una mentira mil veces repetida se transforma en realidad.” La máxima, atribuida a Goebbels, ministro de propaganda nazi, da cuenta de que la repetición de una mentira produce un efecto de verdad. También la repetición del discurso de la crisis produce una serie de efectos especiales que podemos resumir bajo el nombre de ideología. Estos efectos parecen atrofiar el espacio para soñar y realizar lo que se sueña. Como cualquier gran movimiento ideológico, el efecto crisis facilitó la identificación de lo que existe con lo real.
Uno llega a creer que lo que ve es lo que es, y lo que es, eso es todo que puede llegar a ser. Lo posible queda confundido con lo real y uno se resigna y piensa que la utopía, si no se deja ver como posibilidad, no es esperable; y si no es esperable otra cosa, otro lugar, no hay esperanza. Mientras el presente va quedando más y más alienado, la utopía cae en el olvido.
Muere la memoria y triunfan los pequeños espejismos, como lo demuestran las estéticas dominantes o modas.
En el marco de este triunfo podemos entender, en parte, el éxito de la estética Instagram, la aplicación para el amuleto de bolsillo de Apple que permite sacar fotos digitales con aspecto vintage. Todo un paroxismo de modernidad. Así se recuperan, tras aquellas variaciones que dictan que lo vintage no sea un calque exacto de lo viejo, imágenes de cabaret y de pin-ups con Dita von Teese, las drogas y el desparpajo del blues y del jazz con Amy Winehouse, o el pop estadounidense de los 50 y 60, sintetizado por Lana Del Rey con un punto de cinismo y melancolía gangster (esto sin contar con el referente übersexual para una masculinidad necesariamente paródica).
Por su habilidad en recoger aspectos típicos de esta estética, tales como seudofiltros y colores imposibles, imitación del grano en la fotografía y referencias cinematográficas, podemos tomar el vídeo para una de sus canciones, “Summertime Sadness”, como paradigma de esta estética –con la precaución de quién elige una posibilidad entre otras tantas. “Summertime Sadness” podría ser una simple balada de verano o un catálogo de lugares comunes para la nueva generación de consumo, pero la aparición fantasmal de los cuerpos, la sugestión de caída y abismo y la presencia del humo, la niebla y las manchas de color rojizo subrayando la marca de caducidad, tristeza y fatalismo de la letra (“kiss me hard before you go, summertime sadness”) podrían insinuar el suicidio como opción final de autogestión (“nothing scares me anymore”). Así, tras su vídeo casero “Video Games”, collage de recuerdos ajenos y autorretratos con webcam, otros de factura más pulida (y con un presupuesto muy superior, como “Born To Die”) siguen la estela de lo “indie”, demostrando que una se las apaña con poco dinero y buenas ideas, pero que con mucho dinero se compran esas mismas ideas y talento que al poder y al “mainstream” le faltan.
Esto parece indicar claramente que el poder no tiene poder real. Solo tiene dinero. Por eso el Instagram es un ejemplo de cómo la expropiación de lo humano puede ser representada como bien de consumo e introducida en el circuito comercial y estético sin que casi nadie se percate de que entre sus efectos podría estar la pérdida de singularidad de las memorias reales, de las fotos que realmente están manchadas o se perdieron, de los cuerpos desaparecidos, de las luchas habidas y las muertes que no queremos recordar. Y la nuestra, cuya imagen no veremos jamás. ¿Cómo no iba a resultar atractiva una aplicación que al instante nos hace parecer inmortales como nuestros iconos “indie” preferidos?
[...] aparece como anterior por las semejanzas de qué se reviste su representación. En ese sentido, el vintage, el retro, la nostalgia de lo antiguo, ciertas formas de coleccionismo, de acumulación o recopilación, como todas las iconografías que [...]
inmortales, o sea muertos. nos gusta ver nuestras imágenes como si se remontaran a un pasado que ya no existe.