Intentaré introducirles hoy en este arcano – que, para ser trivial en el psicoanálisis, tampoco es un arcano (n’en est pas moins un arcane) – a saber, esto que ustedes se encuentran por todas partes (à tous les tournants): que si el sujeto analizado, si el sujeto analizable adopta lo que uno llama una posición regresiva o todavía pre – pre-edipiana, pregenital, en fin, pre-cualquier cosa – que sería muy deseable, y de la que uno podría sorprenderse en estos momentos (à cette occasion) que no se la designe sino pos- puesto que es para camuflarse bajo el juego (pour se dérober au jeu), [pos-]la incidencia de la castración, que el sujeto es supuesto refugiarse ahí.
Si intento este año esbozar ante ustedes una estructura que se anuncia como lógica – de una lógica azarosa, cuán precaria quizás, donde igualmente yo les voy ordenando [las cosas] (je vous ménage) al no dar demasiado rápido las formas de las que pude fiarme a partir de (en)mis propios garabatos, sino intentando mostrarles lo accesible de una articulación de ese tipo, bajo esa forma fácil que al final he elegido entre otras, que consiste muy simplemente en ampararme (à m’emparer) de lo que hay de más inconmensurable al 1, señaladamente el número dorado – y esto, con la sola finalidad (à cette fin seulement) de de hacer tangible para ustedes cuán por un cierto (tel) camino – donde, les repito, no pretendo darles los pasos definitivos ni siquiera haberlos dado (faits) yo mismo – sino cuán preferible es semejante (un tel) camino que se afianza (s’assure · Saussure) por (de) alguna verdad concerniendo la dependencia del sujeto, antes que entregarse a esos ejercicios detestables (pénibles) que son los de la prosa analítica común y que se distinguen en esa suerte (ces sortes) de retorcimientos, de desvíos insensatos, que parecen siempre necesarios para dar cuenta de este juego de posiciones libidinales.
La ejercitación (mise en exercice) de toda una población de entidades subjetivas que ustedes conocen bien y que se arrastran por todos lados: el yo, el ideal del yo, el superyo, el ello… incluso (voire) – sin contar lo que se puede añadir ahí de nuevo, de refinado, distinguiendo el yo ideal del ideal del yo, acaso lo lleva todo eso en sí mismo – incluso… – como se hace en la literatura anglosajona desde hace algún tiempo – añadir ahí el “self” que, para manifiestamente ser ahí añadido para llevar remedio (porter remède) a esa multitud ridícula, no fracasa menos (n’y échoue pas moins), para no representar más – de la forma como es manejado – que una entidad suplementaria. Entidad, ser de razón, siempre inadecuado a partir del momento en que hacemos entrar en juego, de una forma correcta, la función del sujeto como nada más que lo se representa (est représenté) por un significante junto de un otro (après d’un autre) significante.
Un sujeto no es en ningún caso una entidad autónoma, solo el nombre propio puede dar esa ilusión (en donner l’illusion). El “yo”, es mucho decir (c’est trop dire) que sea sospechoso – desde que les hablo de él, él no debe siquiera seguir siéndolo (il ne doit même plus l’être) – él no es muy precisamente más que ese sujeto, que – como significante – “yo” representa para el significante “camino” (“marche”), por ejemplo, o para la pareja (couple) de significantes “la cierro”: ¡“yo la cierro”! Ustedes se dan cuenta (vous entendez) que si yo he cogido esta fórmula ha sido (c’est) para evitar la forma pronominal “yo me callo”, que sin duda comenzaría a llevarnos muy lejos si planteáramos la cuestión de qué quiere decir el “me” en esa forma al igual que en muchas otras. Ustedes verían cuánto su acepción pretendidamente refleja (réfléchie) se despliega (s’étale) en un abanico que no permite a ningún nivel (degré) darle la consistencia que sea (quelque consistance). Pero no me extenderé, evidentemente, en esta dirección (dans ce sens), que no es aquí sino un recordatorio (rappel).
Hay pues una función – una función subjetiva – que se llama la castración y de la que uno debe recordar que no puede menos que sorprender (il en peut qu’être frappant) que se (on) nos la dé – y esto nunca antes (auparavant) – antes (avant) del psicoanálisis quiero decir – fue dicho – que se nos la dé como (pour) esencial al acceso a (de) lo que se (on) llama “lo genital”.
Si esta expresión fuera apropiada en último análisis (au dernier carat; carat: quilate) – quiero decir que no lo es – uno podría maravillarse de ese algo que, entonces, se expresaría de esta manera: que, digamos – en fin, cómo esto se presentaría si se lo aborda desde fuera, y al fin y al cabo siempre es ahí donde estamos todos (et après tout nous en sommes toujours tous là) – que el paso hacia el fantasma (passage au fantasme) del órgano es, en una cierta función – sin duda privilegiada desde entonces: la genital precisamente – necesaria para que la función se cumpla. No veo ninguna manera aquí de salir del impase (impasse · l’Un passe), sino diciendo – y un psicoanalista de importancia notable en la topografía política utilizó este medio: quiero decir que a la vuelta (au tornant) de una frase, sin darse cuenta incluso del todo del alcance de lo que dice, nos afirma que, después de todo, la castración – pues bien – ¡es un sueño! Esto, empleado en el sentido en que “son cosas de loco” (“c’est des histoires de malade”). Pues no lo es, ¡para nada! (or, il n’en est rien!) La castración es una estructura – como yo lo recordaba hace un momento – subjetiva efectivamente esencial precisamente para que algo del sujeto – tan menudo (mince) como sea – entre en este asunto 8affaire) que el psicoanálisis etiqueta [como] “lo genital”.
Debo decir que en este impase pienso haber aportado una pequeña brecha (entrebaillure), haber – como se dice – cambiado alguna cosa en eso, en la medida en que – dios mío, no hace mucho: hace cuatro o cinco de nuestros encuentros – introduje la observación de que no podría tratarse (il ne saurait s’agir) sino de la introducción del sujeto en esta función de lo genital – si es que (si tant est) sabemos qué queremos decir cuando lo llamamos así – es decir del paso (passage) de la función al acto, del planteamiento (mise en question) de saber si ese acto puede merecer el título de acto sexual.
¿No hay? ¿Lo hay? Chi lo sa? Hay quizás… Sabremos quizás un día si hay un acto sexual. También lo comenté: el sexo – el mío, el tuyo, el suyo (le vôtre) – descansa (repose) sobre la función de un significante capaz de operar en ese acto. Sea lo que sea, uno no podría de ninguna manera evadirse de esto que es afirmado no solamente por la doctrina sino que encontramos a cada vuelta (à tous les tournants) de nuestra experiencia: que no es capaz de operar en el sentido del acto sexual – hablo de algo que se parezca (qui y ressemble) y no sea aquello de qué voy a intentar referirme hoy, introducir propiamente hablando [su] registro, a saber: la perversión – no es capaz de operar de una forma que no sea faltante (fautive: deficitaria, equivocada), que el sujeto digamos castrado y – repitámoslo a la manera de los diccionarios: sentido a añadir a la palabra castrado – en regla (en règle) – no es ir muy lejos expresarse en estos términos (ainsi) – en regla con ese complejo que la gente (on) llama el complejo de castración, y que por supuesto no quiere decir que uno está acomplejado (“complexé”), antes lo contrario – como toda literatura digna de ese nombre – psicoanalítica me refiero – que no sea la habladuría (bavardages) de quienes no saben lo que dicen – lo que sucede incluso a las más altas autoridades – lo que quiere decir justamente (bel et bien) en toda literatura psicoanalítica sana (saine) – que uno es, diría yo, “normado” (“normé”) respecto (au regard) del acto sexual.
Eso no quiere decir que uno llegue ahí, es decir, ¡ni siquiera (à tout le moins) que uno va por (est dans) el buen camino! En fin, “normaldo” tiene un sentido muy preciso en el franqueo (franchissement) de la geometría afín (affine) hacia la geometría métrica. En resumen, uno entra en un cierto orden de medida, que es la que intento evocar con mi número dorado que aquí, repito, no es sino metafórico, evidentemente: redúzcanlo al término de lo inconmensurable más espaciado que sea [posible] desde la perspectiva (au regard) del 1.
Entonces, el complejo de castración – lo digo, por dios (mon Dieu), espero no tener que decirlo aquí más que por los oídos novicios (les oreilles novices) – no podría de ninguna manera contentarse con el soporte de la historieta del tipo (genre) “Papá dijo”: “te la van a cortar… si pretendes sucederle a tu padre”. En primer lugar, porque la mayor parte del tiempo – como seguramente todo el mundo pudo darse cuenta desde hace mucho tiempo, en lo relativo a esta historieta, de este menudo propósito (menu propos) – “fue mamá quien lo dijo”. Ella lo dijo en el momento preciso en que Juan, en que Juanito (où Jean, où Jeannot), en efecto sucedía a su padre, pero en esta módica medida [en] que él se toqueteaba (tripotait: manoseaba) tranquilamente en un rinconcito – tranquilo como el Bautista – que se toqueteaba su cosita (son petit machin), evidentemente, ¡como ya lo había hecho su papá con su edad (à son âge)!
Esto no tiene nada que ver con el complejo de castración. Es una pequeña historieta (historiole), que no se vuelve (n’est pas rendue) más verosímil por el hecho de que la culpabilidad sobre la masturbación se encuentra a cada esquina (à tous les tournants) de la génesis de las perturbaciones (troubles) con las que tenemos que vérnoslas. No basta decir que la masturbación no tiene nada de psicológicamente nocivo y que es por el lugar que tiene (par sa place) en una cierta economía – subjetiva, diríamos, precisamente – que ella coge (prend) su importancia. Diríamos incluso – como lo recordé [en] una de las últimas sesiones (fois) – que ella puede tomar un valor hedonista perfectamente claro puesto que ella puede – como lo recordé – ser empujada hasta el ascetismo y esa filosofía puede hacer de ello (en faire) – bajo la (à) condición evidentemente de tener con su práctica una conducta totalmente coherente – puede hacer de ello un fundamento de su bienestar: recordar a Diógenes, a quien no solamente ella era familiar, sino que la promovía como ejemplo de la manera como convenía de tratar lo que resta, en esta perspectiva, esa menuda sobra (le menu surplus) de un cosquilleo orgánico: titilación.
Hace falta decir que esta perspectiva es más o menos inmanente a cualquier posición filosófica e incluso se apoya en un cierto número de posiciones que se puede calificar de religiosas, si consideramos el retiro del ermita como alguna cosa que, por sí misma, la conlleva [a aquella posición, a aquella perspectiva]. Eso no comienza a tomar su interés – luego, dado el caso, su valor culpable – sino allá donde uno se esfuerza por alcanzar el acto sexual (atteindre à l’acte sexuel). Entonces aparece esto: que el goce, buscado en él mismo (en elle-même), de una parte del cuerpo y que juega un papel (un rôle)… Digo “que juega un papel” porque nunca hace falta decir que un órgano está hecho para una función. Uno tiene órganos… Se lo digo… si ustedes generalizan un poco, si ustedes hacen la mula u otra bestia de vez en cuando (si vous vous faites de temps en temps moule ou autre bestiau) y si ustedes intentan reflexionar sobre lo que sería si ustedes estuvieran en lo que se puede a penas llamar su piel, entonces ustedes comprenderían bastante rápido que no es la función que hace el órgano sino el órgano que hace a la función.
Pero en fin, es una posición que va demasiado en contra del oscurantismo llamado transformista en el que estamos inmersos (dans lequel nous baignons), para que yo insista en eso. Si ustedes no quieren creerme, vuelvan a la corriente (revenez dans le courant principal).
Queda (il est) así efectivamente fuera de juego alegar, según la tradición moralizante – en fin, según la forma cómo eso se explica en la Divina Comedia – que la masturbación es susceptible de culpa (coupable) e incluso un pecado grave porque no solamente “eso desvía un medio de su finalidad – siendo la finalidad la producción de cristianitos, o incluso (de petits chrétiens, voire…) – vuelvo [a ello] (j’y reviens) aunque haya escandalizado la última vez que lo dije – incluso proletaritos – pues bien, que eso sea llevar un medio al rango de finalidad, eso no tiene absolutamente nada que ver con la cuestión tal como hace falta plantearla, puesto que es la de la norma de una acto tomado en el sentido pleno – que recordé – de la palabra acto, y que eso no tiene nada que ver con los retoños (rejets) reproductivos que eso puede generar (prendre), en la finalidad de la perpetuación del animal.
Al revés, debemos situarlo en relación con esto, que es el paso (passage) del sujeto a la función de significante, en este lugar preciso – y efectivamente fuera del campo ordinario donde nos hallamos cómodos (à l’aise) con la palabra “acto” – que se llama este punto problemático que es el acto sexual. Que el paso del goce, allá donde él puede ser capturado (saisie), ya sea por una tal interdicción – para atenernos (nous en tenir) a una palabra en uso (utilisé) – a una cierta negativación – para ser más prudentes y poner en suspensión esto: que quizás uno podría llegar a formularla de una forma más precisa – que este paso (passage) en cualquier caso tenga el nexo (rapport) más manifiesto con la introducción de ese goce en (à) una función de valor: ahí está, en cualquier caso, lo que puede decirse sin imprudencia.
Que la experiencia – una experiencia, incluso, a la que (où), si se puede decir, una cierta empatía de oyente no sea extranjera – nos anuncia la correlación de ese paso (passage) de un goce a la función de un valor, es decir de su profunda adulteración: la correlación de esto con – no tengo ninguna razón para rehuir (de me refuser) a lo que aquí ofrece la literatura porque, como se lo acabo de decir,, no hay acceso que no sea empático, eso deberá ser purificado secundariamente pero en fin, uno no rehuye ese acceso tampoco, cuando estamos (nous sommes) en terreno difícil – pues tenga el nexo más estrecho – esa castración – con la aparición de lo que se llama el objeto en la estructura del orgasmo, en la medida en que – se lo repito: nos hallamos (nous sommes) siempre en la empatía – en que es situado (repéré) como [muy] discernible (dintinct) de un goce – ah, ¿cómo lo vamos a llamar? – ¿autoerótico? ¡Es una concesión! Masturbatorio… ¡pues ahí lo tenemos! (eh puis c’est tout!) – considerando (étant donné) aquello de qué se trata, es decir de un órgano, y muy concreto (précis).
Porque, a semejanza del (comme) autoerotismo, sabe dios qué se ha hecho ya y por ende qué se va a hacer – y como ustedes saben que se encuentra (est) justamente ahí lo que está en cuestión, a saber que este autoerotismo, que tiene aquí, en efecto – que podría tener – un sentido efectivamente muy preciso: el de goce local y manejable, ¡como todo lo que es local! – pronto vamos a hacer el baño oceánico en el que todo eso ¡lo tenemos que localizar (repérer)! Como se lo dije: cualquiera… cualquiera que funde lo que sea sobre la idea de un narcisismo primario y parte de ahí para engendrar lo que sería la inversión del objeto… es perfectamente (bien) libre de continuar – puesto que es con eso que funciona a través del mundo el psicoanálisis como industria culpable (coupable industrie) – pero puede del mismo modo estar seguro de que todo lo que lo articula aquí está hecho para repudiarlo absolutamente.
¡Bueno! He dicho… – luego he admitido – he hablado de un objeto presente en el orgasmo. No hay nada más fácil, a partir de ahí, que ir tirando (filer) – y por supuesto no falta quién lo haga (on n’y manque pas) – hacia la hipocresía (mômerie) de la dimensión de ¡“la persona”! Cuando copulamos, nosotros que hemos llegado a la madurez genital, tenemos reverencia a la persona: así se expresaba la gente hace unos veinticinco o treinta años, especialmente en el círculo de los psicoanalistas franceses que tienen, después de todo, su cierto interés (bien leur intérêt), en la historia del psicoanálisis. Sí… Pues bien, nada es menos seguro pues precisamente plantear la cuestión del objeto interesado en el acto sexual, es introducir la cuestión de saber si ese objeto es el Hombre o más bien un hombre, la Mujer o más bien una mujer.
En resumen, es el interés de la introducción de la palabra acto, de abrir la cuestión – que vale muy la pena después de todo que sea abierta (d’être ouverte) porque no soy yo seguramente (c’est certainement pas moi) quién la hace circular entre ustedes – de saber si en el acto sexual – en la medida en que a ninguno de ustedes le haya pasado nunca (ce soit jamais arrivé: se haya corrido nunca), un acto sexual – si eso tiene relación (rapport) con la llegada (avènement) de un significante que represente (représentant) el sujeto como sexo junto de un otro significante, o si eso tiene el valor de lo que llamé en otro registro el encuentro, a saber: el encuentro único, El que una vez llegado (arrivée), es definitivo. Naturalmente de todo eso se habla, se habla, y es lo que hay de grave: se habla con ligereza. De todos modos (en tout cas), noten (marquez) que hay ahí dos registros distintos, a saber: si en el acto sexual, el hombre llega al Hombre, en su estatuto de hombre, y la mujer igualmente (de même), es una cuestión totalmente distinta (tout autre question) saber si se ha, sí o no, encontrado su pareja (partenaire) definitiva, puesto que es de eso que se trata cuando uno evoca “el encuentro”.
Curioso! Curioso que cuanto más los poetas lo evocan, menos eso sea efectivo (efficace) en la consciencia de cada uno, como cuestión. Que sea “la persona” sin embargo (en tout cas), ¡puede hacer sonreír ligeramente quién quiera que tenga (qui a) algunas luces (un petit aperçu) [acerca] del goce femenino! Ahí está sin duda un primer punto muy interesante a poner efectivamente de relieve (en avant), como introducción a toda cuestión que puede plantearse sobre aquello en que consiste lo que se llama la sexualidad femenina, mientras aquello de que se trata es precisamente de “su goce”. Hay una cosa muy cierta y que vale la pena ser notada, es que el psicoanálisis parece… – en una cuestión tal como aquella que acabo de producir – …vuelva incapaces todos los sujetos instalados en su experiencia – señaladamente: los psicoanalistas – de afrontarla mínimamente (de l’affronter le moindrement)… ¡los machos!
La prueba se hizo superabundantemente: esta cuestión de “la sexualidad femenina” nunca dio un paso que fuera serio, viniendo de un sujeto aparentemente definido como macho por su constitución anatómica. Pero la cosa más curiosa es que los psicoanalistas-mujeres, ellas pues, manifiestamente abordando este tema, muestran todos los signos de una insuficiencia (défaillance) que no sugiere sino un hecho: ¡es que ellas están absolutamente – por lo que podrían tener sobre eso que formular – ¡aterrorizadas!
De manera que la cuestión del “goce femenino” no parece que vaya dentro en breve (d’ici un jour prochain) a ser planteada verdaderamente como (mise… à) estudio, puesto que es ese – dios mío – el único lugar donde se podría decir algo de serio sobre eso. Por lo menos, evocándolo de esta manera, sugiriendo a cada uno, y especialmente a lo que puede haber ahí de femenino en lo que se reúne aquí en cuanto a oyentes, el hecho de que uno pueda expresarse de esta manera concerniendo el goce femenino, nos basta con sacarlo a relucir (le placer) para inaugurar una dimensión, que aunque nosotros no entremos en ella (qui même si nous n’y entrons pas), a falta de poderlo, es absolutamente esencial para situar todo lo que tenemos a decir por lo demás.
El objeto pues, ¡no está del todo dado en él mismo por la realidad de la pareja (partenaire)! Me refiero al objeto interesado en la dimensión normada, dicha genital, del acto sexual. Está mucho más cerca – en cualquier caso es el primer acceso que nos es dado – de la función de la detumescencia. Decir que hay complejo de castración es precisamente decir que la detumescencia de ninguna manera basta para constituirlo. Es lo que hemos, con alguna pesadez (lourdeur), tenido el cuidado de afirmar en un principio (d’abord) ahora seguramente este hecho de experiencia, que no es la misma cosa copular o sacudírsela (se branler: hacerse una paja). Eso no quita que esa dimensión que hace que la cuestiónl valor de goce se engancha (s’accroche), toma su punto de apoyo, su punto-pivote, allá donde detumescencia es posible no debe ser menospreciada (négligée) porque la función de la detumescencia – sea lo que sea que tengamos que pensar de ella en el plano fisiológico, noblemente palaciegamente desechada (royalement délaissée) por los psicoanalistas, por supuesto, quienes, sobre eso, no aportaron la menor lucecita (la moindre petite lumière) clínica novedosa que no estuviera ya en todos los manuales, concerniendo a la fisiología del sexo, quiero decir que no estaba ahí arrastrándose por doquier antes de que el psicoanálisis viniera al mundo, pero ¡qué importa! Esto no hace sino reforzar aquello de qué se trata – a saber: que la detumescencia no está ahí sino para uso subjetivo (son utilisation subjective), dicho de otra manera: para recordar el límite llamado del principio del placer.
La detumescencia – para ser la característica del funcionamiento del órgano peniano, señaladamente, en el acto genital, y justamente en la medida en que lo que ella soporta en términos de goce es puesto en suspensión – está ahí para introducir, legítimamente o np – cuando digo legítimamente quiero decir: como algo de real, o como una dimensión supuesta – para introducir esto: que hay goce aparte (au delà).
Que el principio del placer, aquí, funciona como límite al borde de una dimensión del goce en la medida en que ella es sugerida por la conjunción llamada acto sexual. Todo lo que nos muestra la experiencia – lo que se llama eyaculación precoz y que la gente (on) haría mejor en llamar, en nuestro registro, detumescencia precoz – da lugar a la idea de que la función – la de la detumescencia – puede representar en ella misma el negativo (le négatif) de un cierto goce. De un goce que es precisamente esto – y la clínica no hace sino demostrárnoslo (en nous le montre que trop) –, de un goce que esto ante qué el sujeto se rehúsa (refuse), incluso que el sujeto se cae (dérobe), en la medida precisamente en que este goce como tal es demasiado coherente con esta dimensión de la castración percibida en el acto sexual como amenaza.
Todas estas precipitaciones del sujeto respecto de ese aparte (cet au-delà) nos permiten concebir que no es sin fundamento que en estos atropellos (achoppements), estos lapsus del acto sexual, se demuestra precisamente aquello de qué se trata en el complejo de castración, a saber: que la detumescencia es anulada como bien en ella misma, que ella es reducida a la función de protección más bien, contra un mal temido (redouté) – le llamen ustedes goce o castración como un mal menor ella misma [la castración], y a partir de ahí, cuanto más pequeño es el mal, más se reduce, más la caída (dérobade) es perfecta.
Tal es el resorte que tocamos con el dedo clínicamente, en las curas de cada día, de todo lo que puede pasar bajo los diversos modos de impotencia, especialmente en la medida en que ellos están centrados en torno de la eyaculación precoz. Entonces, no hay goce, localizable en todo caso (de toute façon repérable), sino del propio cuerpo. Y lo que está aparte (au-delà) de los límites que le impone el principio del placer, no es casualidad (hasard) sino necesidad, que, de no hacerle aparecer sino en esa coyuntura del acto sexual, lo asocia tal cual a la evocación del correlato sexual, sin que podamos añadir nada al asunto (en dire plus).
Dicho de otra manera, para todos quienes tienen ya oídos (l’oreille ouverte) para términos usuales en el psicoanálisis, es en este plano, y este solo plano (ce plan seul), que Θάνατος puede encontrarse de algún modo puesto en conexión (mis en connexion) con Ἔρως. Es en la medida en que el goce del cuerpo – del cuerpo propio, quiero decir – aparte del principio de placer se evoca, y no se evoca en otro lugar que en el acto – en el acto precisamente que pone un agujero, un vacío, una hiancia, en su centro, en torno a lo que es localizado en la detumescencia hedonista – es a partir de ese momento que se coloca la posibilidad de la conjunción de Ἔρως y de Θάνατος.
Es a partir de ahí que el hecho es concebible – y no es una elucubración mítica que en la economía de los instintos el psicoanálisis haya introducido lo que no es por casualidad que ella designa por esos dos nombres propios [Ἔρως y Θάνατος]. Pues bien, todo esto, lo ven, ¡es aún dar vueltas! Dios sabe sin embargo ¡que doy un empujón (j’en mets un coup) para que eso no sea así! Hace falta pues creer que si estamos todavía en ese punto (y) – dándole vueltas (autour) – es porque no es fácil [siquiera] entrar ahí!
Nosotros podemos por lo menos (tout au moins) retener, recoger estas verdades [que dicen] que el encuentro sexual de los cuerpos no pasa, en su esencia, por el principio del placer.
Y aún (néanmoins):
- que para orientarse en el goce que él [el encuentro sexual] conlleva – quiero decir: que conlleva supuesto (supposée) porque [saber] orientarse ahí, eso no quiere decir todavía acceder a ello (y entrer), pero es muy necesario orientarse – para orientarse, él (elle [el encuentro]) no tiene otra señalización (repère) que esa especie de negativación marcada (portée) sobre el goce del órgano de la cópula en la medida en que es él el que define el supuesto (présumé: presumido) macho, a saber, el pene…
- y que es de ahí que surge la idea – estas palabras están pensadas (sont choisies: son elegidas) – que surge la idea de un goce del objeto femenino.
Lo he dicho: que surge la idea, y no el goce, ¡por supuesto! (bien entendu) Es una idea. Es subjetivo.
Solamente, lo curioso es que el psicoanálisis afirma, solamente a falta de expresar de una forma lógicamente correcta, naturalmente nadie se da cuenta de lo que quiere decir eso, de lo que eso conlleva: es que el goce femenino, él mismo no puede pasar por la misma señalización (repère), y que es eso que se llama, en la mujer, ¡el complejo de castración!
Es justamente (bien) por eso que sujeto-mujer (le sujet-femme) no es fácil de articular, y que a un cierto nivel les propongo “el Hombre-ella”. Eso no quiere decir que toda mujer se defina por eso (se limite là: quede ahí limitada), justamente. Hay mujer en algún lugar: “odor di femina” pero ella no es fácil de trovar (trouver: encontrar). Quiero decir, de colocar en su lugar, porque para organizarle un lugar hace falta esa referencia, de que los accidentes orgánicos hacen que ella no se trove sino dentro (chez: en, junto a) de lo que se llama – anatómicamente – el macho. No es sino a partir de esta suspensión (ce suspens) colocada sobre el órgano macho que una reorientación para esos dos (les deux) – el hombre y la mujer – se encuentra , que la función, dicho de otra manera, toma su valor por estar (d’être) – respecto de ese agujero, esa hiancia del complejo de castración – en una posición invertida (renversée).
Una inversión es un sentido (sens). Antes de la inversión, ¡puede que no haya ningún sentido subjetivable! Y después de todo, es quizás a eso que hace falta referir (rapporter) el hecho de todos modos sorprendente que les he comentado (dit) hace un momento, a saber, que las (les: los, las) psicoanalistas mujeres no nos han enseñado nada más que lo que las (les) psicoanalistas hombres habían sido capaces, sobre su goce, de elucubrar. Es decir: ¡poquita cosa! (peu de chose)
A partir de una inversión, hay una orientación, y por poco que sea, es todo lo que puede orientar el goce interesado, en la mujer, en el acto sexual, y bueno se entiende (eh bien on comprend) que hasta nuevo orden haga falta contentarnos con eso. En resumen, esto nos deja en un punto qui tiene su característica: diremos que para lo que es el acto sexual, lo que puede actualmente formularse acerca de él (s’en formuler) es la dimensión de lo que se llama, en otros registros, la buena intención. Una intención recta (droite) concerniendo el acto sexual, ahí está – al menos en lo que puede, en el punto donde estamos, formularse – ahí está lo que, razonablemente, en el decir (aux dires) de los psicoanalistas, ahí está aquello con que razonablemente podemos, debemos contentarnos. Todo esto está bastante bien expresado en el mito, el mito fundamental: cuando el Padre, se dice que el Padre original (le Père originel est dit) “goza de todas las mujeres”, ¿acaso eso quiere decir que las mujeres gozan tan poco? (si peu que ce soit)
El sujeto es dejado intacto. Y eso no solamente en una intención humorística que evoco en este punto, es que ustedes lo verán, ¡está ahí una cuestión-clave! Quiero decir que todo lo que voy a tener que articular – en nuestro próximo encuentro (rencontre), me refiero – relativamente (concernant) a lo que voy a retomar, a saber, lo que dejé abierto la última sesión (fois)…
…que si nos hiciera falta dejar desierto y balío el campo central, el del Uno, de la unión sexual. En la medida en que se ve (il s’avère) patinando (dérapante) ligeramente la idea de un proceso – sea el que sea – de partición, permitiendo fundar lo que se llama “los roles”, y que nosotros llamamos, nosotros, los significantes del hombre y de la mujer – que si esto en cuyo lindar les dejé la última vez, a saber, una conjunción totalmente distinta: la del otrA, del más otrA (le grand Autre) – en ese registro, en cuyas tablas (tablettes) se inscribe toda esta aventura, y les dije que ese registro y sus tablas no eran otros que el cuerpo mismo – que ese nexo del otrA, del más otrA con la pareja que le queda, a saber aquello de dónde partimos (sommes partis), y que no es por nada lo que llamé (a)menudo, es decir su substancia (votre substance), su substancia de sujeto, en la medida en que, como sujeto, usted no tienen ninguna, sino ese objeto caído (chu) de la inscripción significante, sino lo que hace que ese (a)menudo es esa especie de fragmentos de la pertenencia del (A)más en movimiento (en ballade), es decir usted mismo (vous-même), que está aquí como presencia subjetiva, pero que – cuando yo haya terminado (lors que j’aurai fini) – mostrará bien su naturaleza de objeto(a) con el aspecto de gran barrido (balayage) que enseguida tomará esta sala! (Staferla: risas).
Pues bien, dejaré en suspensión la cuestión de qué es (de ce qu’il en est) el objeto fálico. Porque hace falta – y no es una necesidad que no se imponga [a nadie] sino a mí – que yo le despoje (dépouille) de la forma como él se sostiene (est supporté) en cuanto objeto. Todo esto, justamente para darme cuenta de que él mismo en sí (lui-même il) no se sostiene. Es lo que quiere decir el complejo de castración: que no hay objeto fálico. Es lo que nos deja nuestra única oportunidad, justamente, de que haya [algo así como] un acto sexual. No es en torno a la castración, sino al objeto fálico – que es el efecto del sueño – ¡que fracasa (échoue) el acto sexual! No hay, para hacer sentir lo que estoy articulando, ilustraciones más bellas que la que nos es dada por el libro sagrado, por el libro único, por la Biblia misma. Y si ustedes se han vuelto sordos a su lectura, váyanse al nártex de lo que se llama la iglesia de san Marcos en Venecia, dicho de otra manera la capilla dogal – otra cosa no es (ce n’est rien d’autre) pero su narthex compensa (vaut) el viaje: en ninguna parte, en imagen, puede expresarse con más relieve lo que hay en el texto del Génesis. Y entre otros, ustedes verán ahí, sutilmente ampliada (magnifiée) debo decir, “esa infernal idea de Dios”: cuando del Adam Cadmos – de aquél que, puesto que era Uno, hacía falta que fueran dos, era el Homo (Homme) con sus dos caras, macho y hembra – “Es bueno, se dice Dios (Staferla: risa de Lacan) ¡que él tenga una compañera!”
Lo que todavía no sería nada si no viéramos que para proceder a esta adjunción – tanto más extraña cuanto parece que hasta entonces el Adán en cuestión – figura hecha de tierra roja (terres rouges) – se lo había pasado muy bien sin ella (s’en était fort bien passé) – Dios aprovecha su sueño (profite de son sommeil · son-sommet: sonido-cumbre; Staferla: risas) para extraerle un costado (une côte), a partir del cual da forma (façonne), nos dice, ¡la Eva primera (l’Ève première)!
¿Acaso puede haber ilustración más pungente (illustrations plus saisissantes) de aquello que introduce en la dialéctica del acto sexual el hecho de que el hombre – en el preciso momento en que viene, suplementaria, marcarse sobre él la intervención divina – se encuentra (trouve) desde entonces [con] tener que vérselas, como objeto, con un pedazo de su propio cuerpo?
Todo lo que acabo de decir, la propia ley mosaica, e igualmente quizás el acento que ahí añade el subrayado de que este trozo no es el pene – puesto que en la circuncisión él es de algún modo incidido (incisé: objeto de incisión, corte), para ser marcado con ese signo negativo – ¿acaso esto no es [así] para hacer surgir ante nosotros lo que hay – diría yo – de puerta perversa en la instauración, en el lindar de lo que es el acto sexual, de este mandamiento (commandement: comando): “Ellos no serán sino una sola carne”? Lo que quiere decir que en un campo interpuesto entre nosotros y lo que sería, lo que podría pasar con (en pourrait être de) algo que tendría nombre de acto sexual – en la medida en que el hombre y la mujer se valen ahí una al otro (s’y font valoir l’un pour l’autre) – antes – y está por saber (il est à savoir) si esta espesura es franqueable (traversable) – tendrá lugar la escala (il y aura le rapport: habrá el nexo, relación) autónoma del cuerpo [con respecto] a algo que está separado de él después de haber hecho parte de él (après en avoir fait partie · après en avoir fait parti: después de haber obtenido [de él] un hecho partido, un hecho que ya no está presente).
Eso es lo enigmático, el inclinado lindar (le seuil aigu: el lindar anguloso, agudo, en punta) donde vemos la ley del acto sexual en su dato crucial: que el hombre castrado (châtré) pueda ser concebido como no debiendo abrazar (étreindre) jamás sino ese complemento, con el que (auquel) puede equivocarse – y Dios sabe cuánto (et Dieu sait s’il n’y manque pas: y Dios sabe si él no falta ahí, si él no deja de hacerlo) – al tomarlo (de le prendre) por complemento fálico.
Planteo hoy, finalizando mi discurso, esta cuestión que no sabemos, este complemento, cómo designarlo aún. Llamémosle: lógico (logique: lógica).
La ficción de que ese objeto sea otro, sin duda, reclama (nécessite) el complejo de castración.
Ningún asombro en que se nos diga – que se nos diga en las entrelíneas (à-côtés) míticas de la Biblia, estas entrelíneas, curiosamente, que encontramos (on trouve) en los pequeños añadidos al margen (additions marginales) de los rabinos – que se nos diga que algo que es quizás muy justamente la mujer primordial, la que estaba allá antes que Eva, y que ellos llaman – los rabinos, quiero decir, no yo, ¡que me meto en (qui m’en mêle) estas historias! – y que ellos llaman Lilith.
Que sea ella, quizás, que so la forma de la serpiente y de la mano de Eva haga presentarle a Adán ¿qué? ¡la manzana! Objeto oral y que, quizás, no está ahí para otra cosa sino para despertarlo para (sur) el verdadero sentido de lo que le ha sucedido ¡mientras dormía! Es justamente así, en efecto, que las cosas en la Biblia son tomadas puesto que se nos dice que a partir de ahí él entra por primera vez en la dimensión del saber. Es justamente porque en esa dimensión de saber el efecto del psicoanálisis es este: que hemos situado ahí por lo menos bajo dos de sus formas mayores – y, se puede decir, también bajo las otras dos, aunque el enlace no esté hecho todavía – cuál es la naturaleza, cuál es la naturaleza y la función de ese objeto concentrado todo él (tout concentré) en esa manzana.
Es solamente por este camino que puede que lleguemos a precisar mejor – y justamente [a través] de una serie de efectos de contraste – lo que es (ce qu’il en est) ese objeto, el objeto fálico, del que he dicho que hacía falta (fallait) para articularlo, finalmente, que yo lo despoje en primer lugar.