Hay quienes le llaman mediador, quizás por influencia del lenguaje de los seguros. Se le pide a un mediador que cubra unos riesgos a cambio de que cobre una prima, el concepto proporcional a lo que se segura. Si el objeto del seguro se expone más a la posibilidad de siniestro, ya sea porque ha sufrido uno o por otras circunstancias – totalmente ajenas al asegurado –, entonces la prima sube porque, en teoría, aquello que pasó una vez es más susceptible de volver a pasar, luego estaría expuesto a un mayor riesgo.
El negocio del riesgo no cuenta con lo imprevisible, sino con la repetición.
Como en el siniestro puede haber más de una parte en juego, como es muy evidente en numerosos accidentes de tráfico, y no siempre el acuerdo de solución es pacífico, la figura del asegurador puede asumir una función de mediador en el conflicto. Lo que genera el conflicto es la diferencia entre los intereses particulares de las partes. El conflicto es un conflicto de intereses.
En este tipo de mediación, hay aspectos paradigmáticos de la función ideológica de la mediación, también llamada conciliación. Uno de ellos es que todo conflicto entre hablantes es un conflicto de intereses. Cada uno se posiciona desde su interés, y su interés viene dado por su posición. El conflicto parece así algo más bien irremediable como para que venga alguien desde fuera pretendiendo mediar o remediar lo que sea.
Otro aspecto, también señalado antes, es la creencia implícita de que la repetición es muchísimo más problable que lo irrepetible. Sin embargo, incluso detrás de esa creencia implícita se ocultan numerosos síntomas, actos fallidos, lapsus – a los que se llamará accidentes, siniestros, negligencias – que hablan de un conocimiento silenciado, de una certeza inconsciente de la singularidad. Entonces, aunque algo se repita, no se repite de la misma forma ni por la misma causa, algo que se les escapa casi siempre a las partes en juego: los interesados.
El mediador no deja de ser, en ningún momento, una de esas partes, quizás incluso la más interesada. En efecto, la ocurrencia del siniestro significa para él lo equivalente al cobro de un interés sobre la prima del seguro: el conflicto cobra el máximo interés para su mediador. Esto nos lleva a identificar un tercer aspecto paradigmático de la mediación como función ideológica: no hay interés en anular el conflicto sino en beneficiarse de él. Se trata de capitalizar sobre el riesgo ajeno.
Estos tres aspectos de la mediación sugieren una inequívoca reducción de las diferencias a su mínima expresión con tal de perseguir el máximo beneficio:
- el conflicto es un conflicto de intereses;
- la repetición es más creíble que la singularidad, pero ésta no deja de hablar en multitud de formaciones del inconsciente;
- hay interés en el conflicto.
El segundo aspecto indica la instrumentalización del sujeto por la ciencia: si lo que le pasa a uno también le pasa a otro, entonces es repetible, observable y puede ser controlado. No supone un problema para el sistema ideológico. Pero si solo le pasa a él, eso quiere decir que no es científicamente observable, o no desde el paradigma científico hegemónico; y se le considera loco porque a nadie más le pasa lo que le pasa a él.
El primer y el tercer aspectos no quieren decir lo mismo porque apuntan a distintos tipos de interés: que el conflicto sea un conflicto de intereses significa que la diferencia de cada sujeto le lleva a ponerse en juego desde su posición porque en su diferencia radical algo esencial. Diríamos que el sujeto se afirma específicamente en el conflicto, y por eso es tan importante mediar el conflicto: para que el sujeto no se muestre demasiado. Eso no sería asimilable por el sistema ideológico.
Y es al interés de la ideología, precisamente, que el tercer aspecto se refiere: se trata de sacar provecho ideológico de aquello que hace peligrar la ideología. ¿Cómo hacerlo? Identificando las diferencias de cada sujeto con las de otros, es decir, neutralizando la diferencia, haciendo de ella un modelo de identidad, algo que ya nada tiene que ver con la singularidad.
Además, cuando se exhibe el conflicto, por ejemplo en un espectáculo televisivo o en una campaña electoral, se radicaliza en apariencia el conflicto para sacar a relucir sus aspectos más alienantes e inofensivos, dejando en la sombra lo que hace síntoma y que podría introducir una dimensión de extrañamiento que potencialmente problemática para la ideología (como sucede ya con alguna poesía).
Por eso la mediatización del conflicto es una forma de potenciar su mediación, aunque en los “medios” se trate, aparentemente, de exhibir la diferencia; al revés: se trata de exhibir elementos relativamente simples de identificación que permitan ahondar en la alienación de cada uno respecto de lo que en él o ella es único.
Así se rehuye la diferencia como propiedad esencial de la lengua de un sujeto y se la reconoce solamente como valor de confrontación: uno no es diferente en sí mismo, sino que es diferente de alguien, diferente del otro.
El rol de los medios en la eliminación del sujeto no se limita a esa mediación o gestión de conflictos que sitúa a cada voz como representante de otras, desconociendo las causas de su discurso, su singularidad. Los medios también proveen e incluso fomentan espacios de resistencia y de pluralidad; pero no dicen que esa pluralidad está acotada por unos criterios previos acerca de lo que se puede repetir y reconocer, y por consiguiente asimilar y controlar. Tampoco dicen, por supuesto, que hay que sospechar cuando los espacios de resistencia están contenidos en espacios de control. Eso es lo que pasa con la dictadura actual, que encapsula el simulacro de un dispositivo democrático.
¿Y cuál es la base del modelo democrático contemporáneo, el que sostiene la dictadura de hecho, sino la mediación del conflicto? El triunfo de ideólogos como Giddens (Tercera Vía) y Habermas (democracia participativa), que se cargaron a la socialdemocracia y a la democracia representativa, respectivamente, no niega de por sí la teoría del pluralismo agónico porque esta teoría, también llamada agonismo, ya se está realizando en el lenguaje incontrolable de la violencia que viene.