El inconsciente capital (V)

Fray Juan Sánchez Cotán, "Bodegón con el membrillo, la col, el melón y el pepino" (1602)

Fray Juan Sánchez Cotán, “Bodegón con el membrillo, la col, el melón y el pepino” (1602)

El primero de todos los espejismos, dónde se funda la estructura básica de todos los demás, es el que hace que significante y significado parezcan uno solo. Esto es posible porque el hablante tiende a leer o escuchar al significante como si se tratara de un significado, como si no hubiera fisura entre uno y otro.

Si un espejismo es una imagen falsa que reverbera a partir de otra a la que parece estar realmente vinculada, en el caso del significante se trata de una materia de la que se desprenden efectos de sentido, entre los cuales el efecto imaginario, falso pero extremadamente poderoso, de la coincidencia de un significante con un significado.

Es importante insistir que significante y significado no coinciden jamás aunque uno parezca haber dicho lo que quería justamente decir, o que uno crea haber entendido lo que escuchó. Uno y otro no pueden coincidir porque nunca ocuparán la misma posición, sino que están separados por el espejo de la facilidad de entendimiento. Dicha facilidad es efecto de ese espejo, y el entendimiento es el espejismo. La realidad es que cuesta entendernos.

Aunque el inconsciente esté estructurado como un lenguaje, no se puede decir que funcione exactamente como un lenguaje. La materialidad del lenguaje, con su virtud de desprender múltiples efectos de sentido y otros tantos espejismos, se percibe de forma casi tangible en su forma especulativa. De la lírica al ensayo, de la teología a la teoría económica, la especulación florece en el seno del lenguaje verbal.

En sus formas más creativas, esa materia se renueva: en la poesía, se inventan significantes, se reinventan relaciones entre cadenas de sonido y se liberan esas cadenas de sus sentidos habituales para cruzar el límite de lo experimental y lo extraño. En el ensayo filosófico, la especulación es una forma que tiene la materia lingüística de mezclarse con la materia gris del pensamiento y con la materia parda del mundo para que lo real pueda hacerse escuchar como razón de lo nombrable.

Entre las formas que obstaculizan esa apertura y que más destructivas se pueden volver, encontramos a la especulación en su forma de dominación mercantil. La especulación es el espejismo del sentido elevado a ideología pragmática. El capitalismo, que presta ese soporte, instrumentaliza al otro como bien preciado o despreciado, pero siempre como producto de un imaginario que circula entre otros objetos igualmente desechables. La materia del capital es un discurso hecho de residuos: deuda, riesgo, derivados. Lo reprimido.

Es el inconsciente el que brilla por su materialismo.

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