Hay algunas tablas que resumen, con letras – signos algebraicos + – o (más o positivo, menos o negativo, neutro) – los valores de beneficio obtenido para las partes que intervienen, de forma activa o pasiva, en cada tipo de interacción biológica. Son tablas de verdad que toman al beneficio como criterio de evaluación de las interacciones o, incluso, como valor a priori. Según esas tablas, la depredación sería más negativa que el comensalismo solo para la parte que no se lleva beneficio, ya que éste es neutro en el comensalismo y negativa en la depredación. Pero basta con cambiar el criterio, y que el valor en aprecio sea, por ejemplo, el equilibrio, para que tanto el comensalismo como la depredación caigan bajo el mismo signo negativo de la pérdida. Efectivamente, tanto en un caso como en otro el resultado es desigual para las partes. No es eso lo que ocurre en la simbiosis, en la que, por necesidad, ambas partes resultan beneficiadas. Tampoco es lo que sucede en el mutualismo, en el que el beneficio es neutro para ambas o queda como neutralizado por el hecho, quizás, de que el beneficio es buscado por orden de una demanda.
Otro valor tiene que ver con el resultado de esas interacciones para el medio. En este caso, el comensalismo vuelve a parecer menos negativo que la depredación ya que supone un tipo de supervivencia para una parte que no compromete la continuidad de las demás, y no supone desbaratar el medio en la medida en que el aprovechamiento que hace del otro no lo elimina (aunque sí lo anula al sacar provecho de ese él sin tener en cuenta su beneficio, sino solamente el suyo propio). El comensalismo hace pensar más bien en un movimiento de conservación, mientras la depredación parece mucho más afin a una dinámica de acumulación que introduce el principio de progresión geométrica: uno no solo depredará a otro, sino a muchos.
El principio de progresión geométrica nos devuelve, como un punto imaginario de cierre en una circunferencia, al discurso pretendidamente cerrado y auto-suficiente del capitalismo, en el que reina el fetichismo de la necesidad: todo debe volverse necesario en el discurso para que toda depredación quede legitimada por un cierto imaginario de la necesidad. Más difícil es, en el discurso del yo, legitimar la demanda, ya que ésta, por su implicación significante con el deseo (marcados respectivamente como D y d en el álgebra lacaniana), solo puede afirmarse positivamente desde el sujeto del inconsciente y, negativamente, desde algo del Otro. Esto quiere decir que las demandas sí pueden ser formuladas pero que lo son si y solo si aquello que se formula obedece a la ley del deseo.
Ahora bien, la ley del deseo sigue un orden nítidamente distinto del de aquella ley, impuesta, que articula la prohibición para que no tengamos que vérnoslas con lo imposible. Dicho de otra manera: la Ley “tout court” o Nombre del Padre hace posible desear la muerte del Padre y sentir ese deseo como legítimo, mientras la ley del deseo hace imposible obedecer ciegamente al Padre sin sentir esa obediencia como pérdida esencial.
El principio de progresión geométrica tal como lo introduce la lógica de la depredación recubre las desigualdades y polaridades resultantes de un velo de naturalidad. El consumismo y la depredación permiten la superabundancia de unos pocos pero siguen representándose como realidades dirigidas a la supervivencia de una totalidad o al menos de una mayoría participante. La demanda de liquidez de unos pocos es proporcional a su necesidad de liquidar a los demás. De este modo, la progresión geométrica, que es la fórmula de progreso preferente para los que más pueden acumular, permite liquidar progresivamente toda alteridad, ya que el objeto preferente de acumulación en el discurso es la identidad, o sea: el propio yo.
Por un lado, se trata para el capitalismo de confundir lo que vengo representando a través de las formas de interacción biológica, concretamente el comensalismo y la depredación; por otro, se trata de profundizar en la lógica de depredación a través del principio de progresión geométrica que conlleva y que se traduce en el intento de reproducir y acumular indefinidamente, el cual va asociado a la fantasía de un goce ilimitado e ininterrumpido. La ley del deseo, sin embargo, está ahí para introducir, una y otra vez, el fallo inevitable en la satisfacción.
El capitalismo no puede soportar la propia muerte. Por eso no deja de patrocinar la ajena por todos medios.
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