¿Quién no ha tenido dificultad en encontrar un libro en una biblioteca o una librería porque creía que estaba catalogado de una manera, o que lo encontraría en una determinada estantería, y luego resultó estar en otra? ¿Quién no ha saboreado un libro con la sensación misteriosa y seductora de no poder encajarlo en ningún género literario? ¿Y quién, preguntado sobre de qué va un libro, ya sea ficción, poesía o ensayo, por ejemplo, se queda falto de palabras para explicarlo?
Hace tiempo que los estudios literarios no saben qué hacer con muchas de las obras que estudian. También es cierto que uno de los mayores retos para quienes escriben es, además de inscribirse en una tradición de forma más o menos consciente a la vez que intentan innovar sobre ella, dar cuerpo a una escritura singular – que es, de muchas maneras pero invariablemente, la suya propia. Así, por un lado se trata del reto de participar de un canon y redibujar sus límites; por otro, de transferir a una escritura susceptible de ser compartida con desconocidos algo tan sutil y preciso como el estilo que, en la célebre cita de Buffon, es o al menos identifica al “hombre mismo” y así se confunde con él.
Esa generalidad que es la literatura ya no solamente se divide, por el verso y la cadencia – realidades huidizas –, en poesía y prosa; ni se despliega apenas en los tres grandes géneros clásicos de la lírica, la tragedia y la epopeya, que pervivirían hoy como poesía, teatro y novela, haciendo la vista gorda a toda una serie de posibilidades combinatorias que cuestionan e incluso imposibilitan tomar a los géneros clásicos como esencias o campos perfectamente definidos.
La indefinición de ahí resultante crea problemas a quienes se dedican a los estudios literarios, ¿pero no sería un problema mucho más grave carecer de la diversidad de géneros o, peor aún, prescindir de algunos de ellos, excluyéndolos del canon académico, vertical y sujeto a las leyes del mercado editorial? ¿Acaso no se trataría eso de una inadmisible censura y de una falta de rigor científico absolutamente intolerable? Renegar de la diversidad inherente al sistema literario equivaldría a declarar muerte a la literatura en cuanto uso esencial del lenguaje y dimensión general de lo humano.
Esto se traduce sin dificultad al género humano, al que no pocos desean censurar.
La diversidad de las identidades de género es tal que sería menos equivocado pensar que hay tantos géneros cuantos sujetos que afirmar que hay dos géneros que coinciden con dos hipotéticas identidades sexuales. Digo hipotéticas porque el hecho de que sean dos es tan solo una hipótesis – cuya falsedad, además, está ampliamente verificada por cada sujeto que no se revé en ese delirio biologista del XVIII.