El bondage, práctica entre muchas que se reúnen bajo el borroso paraguas del sadomasoquismo (BDSM), representa la necesidad aparente de generar lazos (en inglés: bonds) pero también de darles sentidos y hacerlos visibles. Las prácticas de bondage permiten escenificar relaciones de propiedad a través de un tipo de investidura libidinal que está relacionado con el fetiche del dinero. Esto es particularmente explícito en la extorsión pactada con fines sexuales (“cash slavery”).
Se trata entonces del dinero como objeto fetiche, deseado y acumulable pero carente de finalidad en sí mismo y, a veces, de materialidad física – pensemos en dinero no palpable como la deuda, los bitcoins, el tiempo usado como moneda. Pero también se trata del dinero como dimensión tabú de los intercambios objetivos, dios del comercio social que reaparece fantasmáticamente – es decir, como instrucción fundamental – en la erotización de la esclavitud mediante esa demanda continuada de dinero.
Las cuantías exigidas por quien juega la posición dominante no suelen obedecer a criterios racionales en el sentido en que los valores no tienen por qué justificarse ni ser razonados o razonables. Es más: lo irrazonable y la aleatoriedad de la voluntad del amo es un aspecto fundamental en el logro del goce sadomasoquista ya que, para empezar, refuerza el efecto de sometimiento. Si la voluntad correspondiera a una necesidad más determinada, el no-amo estaría sirviendo – sería sirviente, útil (en catalán: “faria servei”) – pero el suyo no es un goce de utilidad sino precisamente de superficialidad. El amo goza el no-amo como un plus o, para ser más explícito, como un objeto de lujo.
Esto parece contradecir la creencia habitual de que el esclavo se complacería en ser despreciado. Así es aparentemente, en un primer nivel de lectura. Aunque en realidad, al ser gozado como un plus, el no-amo busca ser especialmente a-preciado: principio histérico, además, que se reconoce fácilmente en la lógica del ahorro afectivo (guardarse para otro, esperar que el próximo objeto de deseo sea más valioso y cotizado) y efectivo (retención del dinero, pulsión cumulativa).
El solapamiento parcial de “bondage” (apropiado por el castellano) y vendaje puede evocar un sometimiento por privación – de visión, de movimiento, o del valor superyoico del decoro. De hecho, en un caso de analizante que se identificaba como “switcher” [sic], la práctica de vendaje, que vivía como práctica masoquista, se complementaba con su exposición pública selectiva, concretamente el someterse durante fiestas en clubs de sexo a prácticas que decía experimentar como humillantes. En este caso encontré no solamente la relación entre los significantes vendaje y bondage sino otra, luego simbolizada, entre no ver y estar a la vista (el bondage era semipúblico).
Ciertamente esas prácticas valorizan la exposición pública como valor añadido de goce por todo lo que conllevan de un sentimiento declarado de humillación, vejación y a veces bizarría (extrañarse uno mismo en una práctica sexual “extraña”). Sin embargo, estas formas de escenificación de lo moralmente impropio, que en el caso de la posición sumisa se apuntalan en la fantasía de pertenecer al otro, corroboran finalmente el discurso hegemónico de la propiedad. Efectivamente, no tiene por qué haber nada de subversivo en esas prácticas “extremas” (BDSM), que más bien tienden a realizar unas fantasías sorprendentemente patriarcales y conservadoras. El deseo del amo está en manos de la esclava y ella se entrega en sus manos y se pone a sus pies. Una y otro se encuentran en igualdad de sumisión.
Los cuerpos pueden asumir una y otra posición, tal práctica o tal otra, y escenificar desigualdades que producen efectos de real para los sujetos participantes. Pero esos efectos gozosos, ya sean más bien dolorosos o placenteros, no hacen socialmente más que confirmar la cadena de sentido que mantiene así controlados los objetos de la dominación capitalista. Por otro lado, el rechazo social al que están todavía ampliamente sometidas las prácticas BDSM permite seguir situándolas como simulacro y caricatura (hipérbole) de lo que ocurre a diario, por ejemplo, en las relaciones laborales; y las mantiene como signo de aquella falsa transgresión que no puede sino hacer sonreír a los poderes fácticos.
si si si
Bueno bueno, me recuerda mucho a Foucault, sobretodo el último párrafo. Como confirmación de la naturaleza humana. Diria Dalí en su apologia con el crustáceo: ¿Porque los humanos tendríamos que ser como los crustáceos?… Quizas para protegernos de nosotros mismos, o de cualquier otro semejante que se le haya subido el poder a la cabeza. y dentro de las mismas lineas seguir atiborrándonos y tratando de conservar a toda costa eso tierno y delicioso, que curiosamente cada dia me parece mas claro que es algo que solo se puede dar o pedir, que de otra forma siempre terminara escapándosenos de las manos.
Me gustaría hablar contigo un dia de estos, es importante.
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