Curiosamente, a diferencia de lo enumerable, que tiene un aspecto cualitativo, lo contable se acerca mucho más al orden de lo numérico (ser un cero a la izquierda; ser tratada como un número; uno más). Ese orden se reviste del doble sentido de la ordenación y de la ordenanza o mandato. El “un” existe como ordinal (un, dos, tres…), es relativo a un orden que es, a semejanza del signo, no aleatorio pero sí inmotivado.
Sin embargo, a diferencia del signo, en que esa no aleatoriedad y no motivación describen el tipo de aposición de un significante respecto de un significado, en el orden de los números es la secuencia que es no aleatoria pero tampoco inmotivada: 1 solo tiene valor de mayor que el que le precede (0) y menor que el que le sucede (2) porque es una letra a la que se asignó un cierto valor semántico, en este caso cuantitativo, con todas las consecuencias que eso tiene para el valor de verdad en esa matemática.
Así los valores resultantes de operaciones numéricas o las soluciones de problemas algebraicos son identificaciones de significados que ya existen antes de esas operaciones o problemas, que vendrían a ser significantes matemáticos de aquellos.
En los casos en que solo haya un resultado verdadero para un problema matemático, eso no quiere decir que ese problema es un significante matemático que solo admite un significado, sino que se busca una solución cuyo valor semiótico puede recordar al de un significado. Sin embargo, no solo se trata de un valor como otro cualquiera una vez esté fuera del contexto de ese problema sino que además su función es más parecida a la de un significante o una especie de sinónimo retroactivo.
Lo que la estructura del signo lingüístico nos dice acerca de la matemática y de la ciencia en general es que un problema es casi siempre una respuesta para la que buscamos la pregunta verdadera. Eludir la pregunta por la causa aparece así, con toda evidencia, como la mayor aberración que pudo generar un método científico que aún domina el cauce de los paradigmas epistemológicos.