El psicótico puede llegar a aparecer a los ojos del neurótico como espontáneamente autoritario, como hablante que se atribuye una autoridad y una legitimidad para decirle al otro algo que, según al neurótico, le compete a éste. Sin embargo, parece más bien que el motivo de esta posibilidad de la psicosis radica en la ausencia o fragilidad de la función llamada Nom du Père, que se puede traducir tan bien por “nombre del padre” como por “no del par” (non du pair).
La falta de autor deja espacio a la posibilidad creativa, que vendrá a ser algo así como lo correspondiente en la psicosis al dominio sintomático en la neurosis. La falta de ley, por su parte, remite el psicótico a una busca de legitimación que no puede más que pasar por un ejercicio tentativo sobre el otro en qué la dominación y la sumisión serían funciones lúdicas antes que formas dramáticas o sublimantes de un verdadero goce del poder.
En consecuencia, el sadomasoquismo o sencillamente el sado –porque el masoquismo podría definirse como una flexión autonómica (o sin otro-objeto) del deseo sádico– tiende a ser rechazado por la moral u despreciado por la psicología. Por un lado, exhibe algo reprimido como conveniente y posibilita la desigualdad como relación susceptible de pacto (aceptable e incluso deseable); por otro, acerca aparentemente la psicosis a la neurosis con su materialidad escénica, su disposición a incorporar algo del propio inconsciente y a soportar el discurso del otro.
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A partir de aquí, planteo que una dimensión sacrificial sería indisociable del psicoanálisis, método sádico en la medida en que sea soporte desiderativo del sufrimiento del otro: vuelto hacia la escucha del otro como sufriente (paciente) y a la capacidad de sufrir (soportar) el otro en su alteridad.
El psicoanálisis, como el creyente que sobrevive al fin de la metafísica, no busca diagnosticar la alteridad para identificar en ella una oportunidad de intervención, con el dudoso goce que conlleva la sensación de lograr un efecto terapéutico sobre el paciente. Antes se pierde, como el sujeto sin fundamento, en el agua oscura de la causa que pervive en el otro para, desde esa profundidad tan superficial como discreta, desgranar el hilo significante vertido desde la diferencia extrema de esotro que buscó al analista.
La negación del sufrimiento en el psicoanálisis –no solo como tema del discurso sino como instrumento de respuesta no hermenéutica por parte del analista– aparecería así como una forma de eludir éste una parte de su responsabilidad.
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