Y no me hables de sexo seguro

“Vuelven los 80” – ironizaba hace días un amigo como quién aleja un ave de mal agüero. Médico en un importante centro hospitalario, él es uno de los testimonios directos de los nuevos casos de “infecciones de transmisión sexual”. Conoce los rostros de lo que, para las estadísticas del Gobierno, es una inexplicable línea ascendiente y, para los accionistas de empresas fabricantes de antiretrovirales –como Gilead, Boehringer y Janssen– una excelente noticia.

¿Vuelven los 80? Entre médicos de cabecera y especialistas, en los pasillos de los centros sanitarios de barrio y hospitales, entre estudiantes de medicina y representantes de farmacéuticas, el VIH vuelve a ser un tema, pero también otras infecciones aún más olvidadas como la hepatitis C, la gonorrea y la sífilis. Pero la ideología de la crisis, que viene facilitando el desmantelamiento del Estado de bienestar y de cualesquiera hipotéticas garantías de supervivencia, accelera la desprotección de la mayoría de la población, que sigue dependiente de la oferta sanitaria del Estado. No se trata pues de un mero regreso a las “muertes de sida” de los 80. Es la primera ronda de un genocidio del que los medios no hablan todavía.

Con el fin de la sanidad pública gratuita, algunos gobiernos como el estadounidense (con un frágil y aún selectivo Medicare) y los de las economías europeas más sometidas a la deuda están ya ejecutando ese genocidio progresivo. En España, el ministerio de Ana Mato está dejando sin asistencia sanitaria a millones de personas por motivo de su nacionalidad, de su clase social, de su situación económica o familiar o de sus rendimientos. Por otras palabras, el derecho a la salud no es para pobres ni parados ni “extracomunitarios” ni para gente que no pertenezca a una comunidad reconocida por el Estado como “familia”. Quizás por eso no sorprenderá a nadie un ataque aún más siencioso (de momento) contra dos blancos preferentes: las putas y los maricones.

En Cataluña va adelantada la campaña persecutoria del gobierno autonómico contra las trabajadoras sexuales, los naturistas, las artistas performativas, los manifestantes y todos los sospechosos de ser antisistema o contranatura. Y si se organiza cada año una movida gay veraniega en Barcelona, eso se debe al aporte que representa para el turismo y para el llamado “empresariado rosa”, aunque tampoco hay que infravalorar el aporte de infecciones facilitado por la euforia ambiente.

Para saber quienes podrían beneficiarse de un aumento de las infecciones víricas, sobre todo las asociadas a padecimientos crónicos, no hace falta investigar mucho. Casi todo lo relacionado con el VIH y el SIDA tiene el patrocinio de los laboratorios que producen antirretrovirales: desde campañas para usar el preservativo hasta unos congresos de infecciología con resultados extrañamente consensuales; del sponsoring de festivales “LGBT” a la financiación-compra de asociaciones de “lucha contra el VIH-SIDA” que, en muchos casos, son altavoces directos y complacientes de la industria. Estas asociaciones, que se postulan como representantes de colectivos afectados, no ocultan su gratitud. Sino, fijémonos en:

  • la información sesgada acerca de las “prácticas sexuales de riesgo” (véase el caso flagrante del sexo oral, que sí ocasiona episodios de contagio);
  • el inexistente “consenso científico” acerca de la causa y de la definición del llamado “virus de la inmunodeficiencia humana” y el hecho de que esto no parezca llamar la atención de casi nadie;
  • la falta de consistencia de la supuesta relación de causalidad entre el “VIH” y el “síndrome de inmunodeficiencia adquirida” (algunos de los que la ponen en entredicho fueron ridiculizados e incluso acusados de falsedad científica);
  • el silencio cómplice sobre la importancia del “VIH” en la estrategia de negocio de la industria farmacéutica y la censura de este tema en las asociaciones que supuestamente luchan contra el SIDA (en una acción formativa en una de ellas se me cortó la palabra sistemáticamente al intentar plantear la cuestión);
  • la adopción de un discurso oficialista y parcial acerca de las opciones de tratamiento, cuando este sea aplicable;
  • la omisión o insuficiente información acerca de la importancia de las substancias de toxicidad relevante en la escena sexual (sustancias psicoactivas como el alcool, la cocaína, MDMA, ketamina, vasodilatadores como el alquilnitrito o “popper” y analgésicos como la benzocaína).

De esto va la crisis: un corte inevitable en lo real, un corte de imposible retroceso, un trauma que está incubando un avance estructural impredecible. La crisis, con todo el peso de su evidencia y de su fatalidad, aplasta sin piedad el argumento desresponsabilizante: “el sexo está para disfrutarlo”. Argumento que, bajo la apariencia de una verdad liberadora respecto de la represión política y moral, no es más que otra cara del moralismo liberal. Con el cebo de los pequeños goces alcanzables se nos hace olvidar que el deseo de cada uno está aún por descubrir.

Nada más efectivo contra la indignación y la crítica que el nuevo “pan y circo”: follar y no pensar. Pero la lógica de los recortes podría dictaminar muy pronto el fin de la cobertura de los tratamientos antirretrovirales por la sanidad pública, como se planea ya en la República Dominicana. ¿Cuánto tardarán en volver los 80?

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