Los sin texto

La cadena que lleva de la especulación a la llamada “crisis inmobiliaria” parece terminar muchas veces, para quienes la sufren, en el desahucio. Pero la cadena no termina aquí e incluso va ligada a otra mucho peor.

Esta forma de expulsión forzada, que los acreedores podrían justificar como intento de ejecución de una deuda, carece de explicación razonable no solo porque la deuda no se ejecuta sino que se saquea el objeto financiado, sino también porque la hipoteca es un contrato que está fundado sobre la inequidad de posiciones. El banco saca ventaja de unas condiciones crediticias que rozan la usura y llegan a la máxima humillación con las amenazas de embargo y desahucio y su efectiva ejecución en aquellos casos en los que no se da el cumplimiento estricto de un pacto cuyas condiciones son impuestas por una de las partes y acatadas por la otra.

Aquella inequidad conlleva una iniquidad: además de no tener explicación, el desahucio no tiene ninguna legitimidad. No hace falta acudir a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que yo mismo critiqué hace poco, para defender el derecho universal al acceso una vivienda digna. No hay derechos, lo que hay es un grave incumplimiento de humanidad.

El sentido de proclamar como derechos unas condiciones que bajo ningún concepto habría que negarle a nadie ni tampoco concederle a nadie supone admitir tácitamente que hay unos que tienen que pedirles permiso a otros para vivir dignamente, para tener un techo, para no ser discriminados. Y esto supone que están los otros, los que dan permiso o no lo dan, los que te prestan dinero o no lo prestan, y vete a saber a cambio de qué sometimiento, los que te dejan casar con una persona de otra casta o clase social o del mismo sexo, o adoptar un hijo, o recibir cuidados de salud porque tributas al Estado, ese avaro y ridículo anciano que va por el mundo pidiendo limosna a los grandes domadores de mentes.

La vivienda no es un derecho como no lo es la salud, ni tampoco la educación o la libertad. No hay tales derechos. Hay ese grave incumplimiento de humanidad que es la voluntad de poder sistemáticamente asociada a una pulsión de muerte determinada a destruir el otro. Ante el cuento infantil de los derechos humanos que nos quiere hacer creer que somos libres, iguales y todos hermanos, quedamos nosotros, los insanos a los ojos de la moral, los insumisos desde el punto de vista del poder, los sin marca, sin apellido, sin techo. Sin texto.

No nos sirve la historieta de los derechos humanos que da por hecho adquirido nuestra opresión, no nos sirven defensores del pueblo que se sientan en las sillas del poder, no nos sirven instituciones de beneficencia que ejercen su odiosa caridad selectiva y paternalista, no nos sirven obras sociales de los bancos que nos roban en vez de redistribuir nuestro dinero para garantizar el progreso de la economía hacia la equidad y la estabilidad, abandonando la lógica de acumulación y crecimiento infinito que está en la fase de embargar economías nacionales para intentar sumir poblaciones enteras en el aislamiento, la resignación, la esclavitud organizada.

El único derecho que queda ante tamaña irresponsabilidad parece ser el derecho de respuesta. Devolverle al terrorismo financiero y gubernamental el miedo que sigue sembrando entre millones de personas supuestamente libres. ¿Puede una manifestación pacífica servir como respuesta válida a un acto de terrorismo continuado que pretende considerar delictivo el hecho mismo de convocar una manifestación pacífica? Está claro que en este teatro se han perdido los papeles. Ahora todos somos sin papeles y solo uno mismo puede escribir su guión.

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