Érase una vez un Viejo Mundo dividido en países, divididos por fronteras artificiales, gobernados por monarcas obedientes a un jefe religioso. En ese mundo, la jerarquía estaba bien definida: bajo el rey estaban todas las cadenas nobiliarias, los portadores de títulos, de los más altos y exclusivos hasta la franja de la corte. El pueblo era el nombre que se daba a todas las personas que no poseían títulos de nobleza ni eran del clero. Este dependía en última instancia del papa, quién estaba por encima de los propios reyes porque su poder le venía de Dios, que a su vez estaba por encima de todo lo demás. O eso decía el papa.
El pueblo, harto de trabajar para costear las riquezas de la corte, se sublevó aquí y allá, a menudo con la ayuda de militares, aunque no siempre y aunque sin tener consciencia de que el pueblo era una invención de los reyes así como el Dios del que hablaban los teólogos era una invención suya que le iba de maravilla al poder. Pero algunos del pueblo se emanciparon antes que otros, y vete a saber cómo y con qué artes, y se enriquecieron para poder imitar la vida que tanto envidiaban en aquellos de la corte que antes habían criticado y odiado.
Esos emancipados se inventaron la burguesía, que era el modo de vida de los que se habían enfermado tras el proceso de emancipación. La enfermedad vino a llamarse Capitalismo porque perdían la cabeza cuando se trataba de dinero, sobre todo de ganarlo y acumularlo. Y cuanto más tenían, más querían tener, lo que algún día tenía que acabar en que unos tuvieran cada vez más y otros cada vez menos. Así fue.
Entonces se dio algo curioso: donde antes había poco dinero, que era donde estaban los más pobres, ahora había deudas, que es algo así como una obligación inventada por los ricos para someter a los que no son como ellos. Donde había mucho dinero, ahora había aún más, mucho más. Esto se acentuó gracias a algo que tiene un nombre parecido a la corte, que son los recortes. El recorte es el nombre que tiene un atraco cuando es el rico quién roba al pobre (cuando es al revés se llama reapropiación de lo común, que es un nombre mucho más complicado).
Pero hay más: donde había rey, ahora había rey y presidente y senado y una serie de parásitos, unos más manitas que otros, que permitían que el sistema se mantuviera. Pero ya no era al papa ni al mismísimo Dios que los reyes y demás parásitos obedecían, sino a los Sumos Capitalistas. Ellos habían instituido la religión del Dinero, que era el nuevo Dios. Al igual que Dios, nadie –por lo menos el pueblo– veía al Dinero, pero Él estaba omnipresente y parecía omnipotente. Bajo ese sistema de gobierno, también llamado metafísica del Dinero, el pueblo ya no estaba sometido a los gobernantes ni a los religiosos. Solo a sí mismo, y por ello no se levantaba.