Si en castellano la expresión culto al cuerpo remite a un trabajo obsesivo sobre la apariencia física de uno mismo, en inglés body worship viene designando una práctica considerada fetichista. Práctica sexual o no, ya que se declina en expresiones complementarias que especifican su objeto – cock worship, foot worship, ass worship, muscle worship, etcétera –, su interés para un entendimiento crítico del sexo hablante y actuante parece innegable.
Tanto si se traduce worship por culto como si se traduce por veneración, el imaginario asociado al gran Otro está presente. No se descarta su enlace con algunas fantasías religiosas. Recordemos que el significante veneración procede del nombre de Vénus, diosa del amor y, por extensión, de todo lo venéreo, males y bienes incluidos. ¿Será la veneración del cuerpo del otro más fetichista que la devoción dirigida a las imágenes de vírgenes, mártires, budas, dioses o diosas o sus múltiples encarnaciones? ¿Tiene la imagen proyectada sobre la carne del otro – palpada, olida y lamida como cuerpo no mediatizado – más valor de fetiche que las que se han hecho para hacer más soportable la ausencia del Otro, como las reliquias, las estatuas, o incluso los retratos pintados o fotografiados de ciertos difuntos? A esto responde parcialmente la distinción entre fetichismo y parcialismo.
La veneración, en otro cuerpo, de una parte determinada (genitales, pies, pecho, axilas, nalgas, pelo, manos) o un aspecto de ese cuerpo (las variaciones en la textura y tersura de la piel y el relieve dibujado por el desarrollo de los músculos, la cantidad de grasa o el diseño de la osatura) recibe el nombre genérico de parcialismo. Si se trata de una selección excluyente (por ejemplo, una solo se excita si acaricia devotamente el pelo de su objeto sexual, y no goza si no lo hace), podemos hablar de fetichismo. Al contrario, si se trata de una selección no excluyente (por ejemplo, uno encuentra particularmente excitante detenerse en la palpación de la barriga de su objeto sexual pero puede gozar si no lo hace), no hay fetichismo propiamente dicho, sino parcialismo.
No está demás recordar que ni el parcialismo ni el fetichismo son patológicos per se; lo que es patogénico es la causa de un goce paciente. Si mi fetichismo no me hace sufrir ni hace sufrir al otro, o lo hace dentro de un contexto gozoso, ¿con qué propiedad hablaríamos de patología? Un saber referencial no tiene nada qué ver aquí. Si no hay un sujeto hablante que deliberadamente refiere su sufrimiento (señalando explícitamente un síntoma, expresando creativamente una dolencia), nadie tiene títulos ni derechos suficientes para patologizar a ese sujeto, es decir, para declararlo enfermo. Hay que tener esto en cuenta especialmente en el caso de supuestas enfermedades mentales así como de realidades sexuales consideradas desviadas o desviantes por quienes no las experimentan o, quizás, no las asumen. Efectivamente, la psicopatología viene siendo entendida a menudo no como ámbito de indagación sino como ideología que instrumentaliza al otro como argumento de un saber a priori. Ese saber, orgullosamente distanciado de la verdad del otro, tiende a menospreciar todo aquél que no es como yo y a silenciar al inconsciente. Lo mismo es decir que la ideología de la salud mental es un poderoso conservante de la represión.
¿Cómo no reprimir, pues, todos esos comportamientos y prácticas sexuales que no solamente no visan la reproducción sino que se complacen en detalles de la vida íntima vividos a veces como embarazosos? Los preceptos morales y estéticos dictaminan una normalidad sexual tan arbitraria cuanto implacable con lo que no le está sometido, por lo que se rechaza frecuentemente como ridículo, bizarro, sucio, asqueroso, etcétera, al parcialismo que supone un tipo de veneración como el muscle worship. La postración actuada en las posturas de servidumbre oral o anal (oral servitude, facesitting), al igual que la inhibición de movimiento (con o sin bondage o momificación), el control de corrida (cum control) o la asfixia controlada (smothering) son legibles como acentuaciones de la sumisión de uno agente a otro u otros más que del aspecto reverencial en sí, a menos que el sujeto gozante diga otra cosa.
La ubicación específica de la función del falo en una parte o aspecto del cuerpo (vagina, grasa, pies) o incluso en una acción asociada (corrida, pedos, estornudos) supone una cierta mirada sobre el cuerpo del otro. La función del falo introduce así una orientación en la perspectiva acerca del objeto. Tratándose de una función simbolizante, ella permite investir distintos objetos de una significancia particular o, mejor dicho, de hacerlos aptos a significar la elección que los singulariza.
No siendo la única función simbolizante, esta tiene así como efecto particular la investidura del objeto sobre el que recae con una desigualdad excepcional, es decir, un privilegio que lo distingue en el doble sentido en que lo delimita y lo eleva. El objeto apoderado por la función fálica es un signo excelente de la ideología: se hace elegir para someter; o desde otro punto de vista: uno lo elige para sometérsele.
La veneración puede definirse también por la complacencia en una desigualdad erotizada, idealmente aumentada por una libido erótica. La imagen que el yo se forma del otro llega a ser la de una completud en sí misma que no necesariamente vendría a completar o colmatar una falta propia, pero que en su autocompletud ideal tiene la capacidad de representar un modelo de completud para el yo. Se buscaría, por consiguiente, en el otro un narciso de referencia.