Al considerar algunas propuestas de Bernard Lietaer, considerado “autoridad máxima” en el pensamiento y desarrollo de monedas locales, pero también banquero y destacado promotor del euro, cabe plantear algunas cuestiones fundamentales a las que Lietaer no parece saber dar respuesta:
¿Qué modelo económico queremos sostener respecto al sistema de producción, a la política distributiva y a la filosofía de consumo? ¿Queremos soluciones de largo alcance, a globales y a largo plazo? ¿O estamos ya preparados para abandonar los falsos beneficios de la globalización y la falsa seguridad del Estado de bienestar? Ese abandono, que no es sin relación con un proceso más profundo de aprendizaje del desapego, la parsimonia y el decrecimiento, es la condición de liberación relativamente a los mecanismos de regulación, las instancias de representatividad y los dispositivos de autorización, es decir, a las instituciones y funciones que garantizan la alienación del sujeto. Una moneda solo es verdaderamente social si intrínsecamente no es colectiva y su valor es subjetivo.
La puesta en juego del conflicto de intereses y de percepciones de valor sobre aquello que es objeto de intercambio es una condición necesaria para la economía cooperativista. Los intervinientes en la mutualidad, es decir, los dos sujetos que constituyen cada comercio particular, son los únicos responsables por la toma de decisión sobre el valor de los objetos en cuestión. Se refiere dos sujetos no porque no sea posible una relación comercial concreta entre más de dos, pero así como la relación sexual tiende a preferir el par según el criterio de economía, también la relación comercial prefiere el par, pues es la unidad mínima que posibilita el intercambio, y por ser la mínima es la más económica.
El sexo al cambio
¿Y si uno de los objetos de intercambio es el placer sexual? Llamamos prostitución a una relación comercial en la que, de los objetos intercambiados, el placer sexual no es objeto común (en ese caso se hablaría de relación sexual, no comercial) sino uno de los objetos en intercambio.
Que sea la mas antigua profesión no significa que sea la mas antigua función u ocupación sino que señala su necesaria asimetría. Si la practica sexual es simétrica en el sentido en que quienes participan la desean, no se habla de prostitución pero sí si hay una que la quiere y otra que se lo ofrece no porque quiera el sexo con aquella en concreto sino que quiere algo que ella le puede dar a cambio y elige el sexo como práctica o medio para obtenerlo.
Añado al respecto que la sumisión, a diferencia de la asimetría, no es un efecto necesario de la prostitución, sino un goce adyacente (hay que tener en cuenta la distinción entre goce y placer). Ese goce puede resultar de un abuso de poder desde la posición de demanda de sexo, relacionado o no con la distorsión del valor del dinero, que no es superior al de aquello que se pide y recibe a cambio. Puede también estar relacionado con la inclusión en el goce sexual proporcionado de una puesta en escena de la asimetría en el campo sexual. De todos modos, esa no es una mise en abyme o representación en miniatura de la asimetría propia del contrato de prostitución sino de otra, imaginaria.
Que el marketing de la banca tradicional no prescinda de la ideología puritana al posicionarse ante un público de transición es indicio suficiente para sospechar de un capitalismo supuestamente moralizado o menos salvaje. En este afán de buen comportamiento, Triodos Bank elige como criterio de exclusión que una empresa dedique más del 5% de su actividad a la pornografía entendida como “organizaciones, empresas y actividades que venden productos pornográficos y/o trabajan con tiendas asociadas o lugares de encuentro”, pero no considera pornográficas las condiciones de trabajo en grandes empresas en las que invierte, el impacto ambiental que ejercen sus industrias (por ejemplo, la automovilística) o la manipulación genética de los alimentos, mientras haya alguna etiqueta de por medio. La moral es incapaz de asimilar la exhibición voluntaria de los cuerpos desnudos y los correspondientes placeres voyeuristas, ni las pulsiones mediadas por estímulos visuales y desatadas en masturbaciones perfectamente ecosostenibles.
Aún sobre la asimetría cabe insistir en que el sexo y el efecto de goce sexual no es una moneda de cambio sino un objeto que se ofrece o se demanda (entendiendo aquí el goce sexual como producto). No se paga algo con sexo, sino que se puede proporcionar goce sexual como método de pago por otro objeto ya recibido. De este modo, la prostitución deviene un caso particular en un contexto en que reconozco la centralidad de la libido en la estructura económica y la importancia de la relación sexual como referente de comprensión de la relación comercial; y el caso particular que es la prostitución elucida la persistencia de una moneda que sirve de intérprete a la relación, algo que permite vehicular las condiciones de reciprocidad y que conforma el pacto de valor y el eventual conflicto de percepciones e intereses. Esa moneda-intérprete es el ámbito.
El ámbito como moneda-intérprete
¿Hasta qué punto se puede pensar la relación del ámbito con lo real? El ámbito no es una opción del intercambio, sino la dimensión en que éste se da. Aunque una no sea consciente del ámbito, el ámbito tiene lugar siempre que hay un deseo de comercio. En rigor, no hay necesidad de comercio, sino necesidad de aquello que el comercio puede proporcionar. Sin embargo, puede haber deseo de comercio si el intercambio no es solamente un cambio formal de materia o acto en otra cosa, sino que está investido por la confianza que caracteriza el vínculo comunitario.
Esa confianza, que libidinalmente no es neutral, emerge de la relación de solidaridad (enlace solidario) para dar forma al deseo de puesta en común. Si entendemos esto, podemos resumirlo diciendo que la solidaridad genera confianza, y la confianza abre al deseo de comercio. La solidaridad crece sobre todo a partir de la carencia y la necesidad, es decir, de un aspecto de falta, mientas el comercio es un aspecto de goce.
Una traducción en metáfora sexual indicará que la falta es proclive a un celo (subidón), mientras el comercio tiende a la corrida y la detumescencia (bajón, en inglés: chill), por lo que la moneda se entiende en este marco como un fetiche degradable. Ya no es, en términos marxistas, la mercancía la que es fetiche, sino que la función del fetiche, punto excéntrico de fijación pulsional, se desplaza a la moneda que, especialmente si no tiene existencia material (metal-papel-plástico), incorpora aquella función de forma irónica, ya que quienes la utilicen para obtener la satisfacción de una necesidad serán conscientes de su carácter ecodegradable.
El dinero, como la religión y el sexo, son perversos si son autotélicos. Una vez orientados al vacío (quenosis), podrían ser vías de realización de la solidaridad.