¿Desmonetarizar o decapitar la moneda? La moneda física siempre tiene dos caras, y la moneda de usura, que es un derivado directo de aquella, acumula sobre esa doble cara. Solo se puede “descarar” la doble cara de la moneda si se descapitaliza el sistema económico, prescindiendo del aspecto perverso de su realidad monetaria – el interés. El interés es la creencia, apoyada en un imaginario efectivo, en que el crecimiento de la moneda es un crecimiento de valor de cambio, mientras una moneda no puede sostener a la vez el crecimiento indefinido y la justicia distributiva. Una moneda solo es sostenible si lo que sostiene es la justicia en el intercambio y la distribución equitativa de la producción según las necesidades de la población independientemente de la capacidad y tipología de producción de los sujetos particulares.
Esto significa que el decrecimiento no es una opción sino la condición productiva y de consumo sin la cual no puede haber justicia en el contexto presente; e implica además que una moneda que permite que la sociedad crezca en madurez y justicia tiene que ser una moneda al servicio de la misma, no una moneda que nos tiene a su servicio y merced; una moneda que decrece como función abstracta de valoración para para dar a la función concreta y dialéctica de negociación en cada transacción entre dos sujetos conscientes. Una moneda cuyo crecimiento no significa capitalización sino oxidación: a la inoperancia de lo rentable preferimos la organicidad de lo perecedro. La moneda es un fruto.
El problema de los microcréditos no es que se deba o no conceder microcréditos, sino, en primer lugar, si alguien los ha pedido y porqué lo ha hecho. Una comunidad de campesinas puede estar pidiendo un microcrédito a raíz de la explotación y en general las prácticas abusivas una multinacional farmacéutica o de la industria química de manipulación de semillas (las que crean organismos genéticamente modificados y “alimentos funcionales” y se hacen llamar “biotech”). Si se miente a los agricultores afirmando que aumentará la productividad con un tipo de semilla resistente a las plagas (aunque luego resulte serlo a los pesticidas de esa misma marca, como está sucediendo por ejemplo con productos de Syngenta – AstraZeneca), y tras la cosecha, las semillas del producto obtenido son estériles, o es el suelo mismo el que se ha secado o esterilizado, el proletariado agrario se ve abocado a una situación inesperada de endeudamiento porque no puede volver a producir, y tiene que pedir crédito, muchas veces ya no para saldar deudas sino incluso para sobrevivir. El empobrecimiento intencional de los suelos, el saque de recursos naturales, tanto vegetales como minerales, la depredación y sacrificio de animales y en general el holocausto ecosistemático perpetrado por los poderes fácticos de la industria capitalista son condiciones que han favorecido el florecimiento de unos microcréditos impuestos y totalmente ilegítimos.
Sin embargo, en sistemas estructurados de intercambio donde no se verifican en ese grado la depreciación de la productividad y hay un tejido social de soporte a la interacción solidaria y por consiguiente una capacidad de enfrentarse a la acción criminal de la banca y la industria capitalista, el microcrédito puede ser entendido de otra manera y funcionar de forma distinta. De hecho, en este caso no se puede hablar propiamente de microcrédito ya que, por un lado, no se define por su dimensión y riesgo asociado sino por su proximidad y confianza establecida, y por otro, el crédito tiene un funcionamiento distinto que sigue motivaciones de otro orden e implica efectos radicalmente diferentes a los que tienen los créditos de usura. Como he intentado explicar en “Estructuras comerciales”, la venta es una actividad que existe en dependencia estructural de la adquisición, cuya necesidad se identifica directamente a la necesidad que se busca satisfacer. Hacer de la venta la actividad prioritaria, así como acumular moneda, son acciones artificiales que no encuentran apoyo en el sistema sostenible.
El crédito tiene, en principio, dos objetivos: el primero es la estabilidad del fratrimonio (después del capitalismo, ¿qué sentido tiene hablar de patrimonio o de modelos familiares desarrollados por y para el capitalismo?). El valor óptimo del fratrimonio es de n-1, donde -1 simboliza la aptitud para el decrecimiento expresada no como capacidad de ahorro (retención de dinero que caracterizaba el capitalismo) ni tampoco como miserabilismo sino como consciencia de lo necesario y responsabilidad al hacer uso compartido de lo disponible.
El segundo objetivo del crédito es materializar la confianza a través de algun lenguaje. Decimos que le damos crédito a alguien si acreditamos, si confiamos en lo que dice y hace. Por eso el crédito no puede generar deuda ni duda; solo puede generar confianza. Por eso, entonces, el crédito en una sociedad postcapitalista es potencialmente generador de deseo y es lo que constituye fundamentalmente el ámbito que, como intentaré explicar, puede funcionar como moneda-intérprete cuando dos sujetos o dos monedas entren en conflicto interpretativo en cuanto a los valores en cuestión.