No tener dinero

Hay un problema que tiene el dinero, y es que no se puede gozar de él. A primera vista, el dinero en sí mismo tiende a la desaparición: es como una energía insostenible en sí misma. Si uno gana dinero, tiende a acumularlo (capitalismo agente) o a cambiarlo por algo (capitalismo paciente). Si lo cambia por otra cosa en ese proceso central del consumismo llamado “compra”, lo que hace es intercambiar parte del valor que otros han asignado a su trabajo por algo más o menos material cuyo valor monetario también ha sido asignado desde fuera.

Ciertamente, consumir con responsabilidad puede pasar por reutilizar o compartir objetos, o hacer de éstos un uso tal que se aumente su durabilidad reduciendo la periodicidad de la compra y retrasando el desecho. Pero el consumo responsable – o consumo considerado, en el sentido en que se tiene realmente en consideración al objeto de uso – posibilita estas y otras formas de goce en la medida de la responsabilidad misma en el uso. Esta consiste en una especie de objeción de consciencia que pasa por desarrollar la consciencia de valor intrínseco al objeto y de la alienación a la que ese valor queda expuesto en la práctica comercial dominante. De hecho, el consumo considerado podría reconocerse por el goce asociado a la subjetivización de la economía.

De este modo, el goce del objeto en el marco del consumo considerado no tiene que ver con la satisfacción del yo que nos lleva a depositar todo tipo de papeles y envases acumulados en puntos de reciclaje donde estos detritos serán recogidos y devueltos a empresas que los transformarán en nuevos productos y recapitalizándolos – en el exclusivo interés de esas mismas empresas, que causan a menudo aún más polución. El goce del objeto tendría que ver más bien con la creatividad puesta en juego en la economía subjetiva de reúso de los objetos porque el reúso rehúsa el desperdicio o lo revaloriza, y de ahí obtiene un goce – que es también el de poner al consumo en su sitio, aplazándolo.

La moneda, que permite comprar los objetos que se comercializan, tiene algo de odioso para muchos (quizás incluso para los coleccionistas y amantes de la numismática, aunque por motivos adicionales), y es que la moneda dicta que su paradójica finalidad – una finalidad mediadora – sea satisfecha de inmediato, a menos que uno se sitúe como capitalista agente y convierta al dinero en finalidad en sí misma, por lo menos aparentemente, limitando sus posibilidades de uso de la moneda a la acumulación y sus variantes (juego, depósito, inversión, especulación). Sea por necesidad derivada de un endeudamiento sistemático (tan pronto he cobrado, ya se me va) o de una compulsión al consumo (no lo puedo ver en la cuenta) o a la privación (gasto lo que tengo para no tenerlo), o por otro motivo, la moneda aparece necesariamente como una fatalidad e incluso como destino con el que se confunde – y en el que se anula – la libertad relativa del sujeto.

Hay que tener dinero, no se puede tener dinero, hay que gastar dinero, no hay dinero – todo lo relativo al dinero parece ser del orden del mandato, de la inevitabilidad, de la compulsión.

Nos deparamos hoy con las peores consecuencias de la monetarización: violencia sistémica indiscriminada, recursos naturales exhaustos, aniquilación del sujeto equiparado a su capacidad de trabajo y de consumo. Se produce la alienación del intercambio en todas sus vertientes: comercial, afectiva, sexual. Se promueve la expropiación sistemática de los depredados gracias a la aristocracia endémica que se traduce en un sistema que apremia méritos, apellidos y capital acumulado, y penaliza la diferencia, la creatividad, la parsimonia, el sentido crítico, la expresión de los afectos, sobre todo física, y sobre todo a vista de los demás. Lo que se considera digno de ver, relevante o ejemplar, es lo que el fantasma ciclópico del capital hace visible en sus invasivos medios de desinformación: la satisfacción ufana y la seguridad vital de quienes contribuyen con el valor de su trabajo para la riqueza nacional contra la infelicidad de los pobres, las desgracias lejanas, la imposibilidad de cambiar las cosas. La tele-visión o percepción diferida de lo real tiene la virtud de encorsetar lo posible hasta estrangularlo. Palabras como justicia y solidaridad solo están en la boca de pobres luchadores y políticos en campaña electoral. No sorprende, por eso, que poco se hable de desmonetarización. Porque según como, solamente la idea de este proceso les toca los cojones a quienes se benefician del imperio de la moneda – porque saben que no hace falta una mayoría, con que lleguemos algunos a tocarles realmente los huevos, también se los podremos quitar.

Hemos aprendido de quienes tienen el poder que no hay nada como amenazar al otro con la castración para tenerlo sometido. Pero todo tiene un precio.

Podría parecer que ya estamos desmonetarizados si consideramos como desaparición de la moneda lo que no es más que su enmascaramiento tras niveles superiores de abstracción, desde los cheques y las tarjetas de crédito hasta las acciones y derivados pasando por los sistemas de pago por internet o los cupones de “descuento”. Pero la aparente inmaterialización de la moneda no es lo mismo que su supresión ni siquiera su superación, pues la representación en lo real de estas formas de pago sigue siendo el dinero, y su referente último en el sistema fiduciario, el valor de todas aquellas actividades muy distintas – pero siempre reguladas por leyes y otras convenciones – que organizan lo que se conoce como “trabajo”.

Como en principio es sabido de los que trabajan o han trabajado, y conocen la sumisión que supone trabajar para otro, ese otro que es el amo tiene un horizonte que es el aumento de capital, sobre todo si ha invertido efectivamente. El aumento de capital es la acumulación paranoica (decapitante) de un valor especulable en sí mismo, que se refleja en operaciones simbólicas en las que el trabajador no interviene para nada en la medida en que es cómplice de ello. Pero la sumisión a la compulsión de acumulación por parte del otro supone un beneficio para el que se somete: el sentimiento de pertenencia y enlace significativo con el mundo. El trabajador sometido a la desigual relación de poder con aquél que desde luego reconoce como su superior ha interiorizado la significancia de lo que le une a él. Un jefe no es solamente una especie de sex symbol del sistema económico, admirado por la capitalización de su falo y por la manifestación, en casos más visibles y anecdóticos, de una individualidad grotesca (filantrópica, excéntrica) o un estilo de management tan personal como una corbata. Un jefe es un garante del sentimiento de utilidad por parte del trabajador y por consiguiente se erige como representante del valor de su trabajo.

La sumisión no es una desgracia, sino la moneda de cambio por ese irrecusable beneficio que es el supuesto reconocimiento externo del valor de uno mismo. Queda así identificado el valor del individuo con su capacidad de producción, si entendemos como producción la reproducción de unos valores predeterminados, ordenados de antemano a reforzar el sistema de desigualdades. Este sistema beneficia doblemente a todos sus rehenes: a los superiores, con un sentimiento de individualidad anclado en la dominación y el beneficio por antonomasia: más capital; a los sumisos, porque su vida cobra sentido y porque reciben una nómina. Y gracias a esa nómina adquieren una denominación o nombre simbólico que se expresa en un valor numérico.

Curiosamente, en algunos significantes con los que normalmente queremos significar a la moneda (moneda, monnaie, money) resuenan tanto el pronombre posesivo de la primera persona (mío, mon, my, mine) como el nombre del mundo, que apunta hacia un sentido de mundanidad y de pertenencia. ¿Será la moneda algo así como un signo, una letra, capaz de contener en sí misma el germen o proyecto de un sistema de significación? La letra puede ser entendida como inicio de escritura aunque no necesariamente de significación, mientras el signo, por su naturaleza semiótica, tiene de propia la ambigüedad de la seña que oculta, del escondite que se deja ver. Es en este sentido de ambigüedad al que no es ajeno el carácter de escritura inicial de la letra que considero significativa la etimología de moneda, asociada a la idea de aviso. En efecto, el aviso se confunde con aquello que preside al signo mismo: su dualidad entre una manifestación y una ocultación que se van alternando. En términos casi fotográficos, un aviso constituye una sobreexposición de aquello cuya finalidad es precisamente poner en alerta, avisar; pero bajo esa sobreexposición de lo dicho que se enseña, queda algo entredicho que se hace menos visible – o del todo invisible. Por eso vale la pena ir desentrañando algo que el sistema monetario deja en su penumbra, es decir, otra posibilidad que contiene y que es la desmonetarización.

La posibilidad de desmonetarizar el sistema económico puede ser concebida de al menos tres formas a las que llamaré falsa, parcial y utópica.

La falsa tiene que ver con la moral capitalista. Ejemplos de su megalómana hipocresía son las obras sociales de bancos y cajas, la buena consciencia en que pueden degenerar ciertos tipos de voluntariado o ONG, la privatización de los bienes administrados por el Estado en simultáneo con la ayuda con dinero público (sin autorización de sus pequeños propietarios) a las instituciones financieras desencadenantes o colaboradoras con el empobrecimiento de la gran mayoría de la población (llamémosle el crimen plutónico: 99 contra 1).

Incluso algunas prácticas de la banca ética se pueden incluir en la moral capitalista que informa la falsa desmonetarización. La reciente campaña de Triodos Bank visando un aumento de capital no deja de sonar como un intento de soborno a las eco-consciencias con el señuelo del “capital responsable”. Algo que no suena demasiado raro en un banco que rechaza de forma como mínimo acrítica financiar “organizaciones, empresas y actividades que venden productos pornográficos y/o trabajan con tiendas asociadas o lugares de encuentro“. ¿Ética o puritanismo? Realmente perverso, porque arropado tanto por las instituciones financieras como por la más desinformada opinión pública, es el negocio de los microcréditos, con el que se beneficia, por ejemplo, MicroBank, el rostro más global, voluntarioso y caritativo del actual CaixaBank. Brilla, sin embargo, por su protagonismo y sucesivos escándalos el Grameen Bank, que contribuye sin pudor a la monetarización y consecuente depauperación de quienes apenas cuentan con medios de supervivencia.

La segunda forma, la desmonetarización parcial tiene que ver a grandes rasgos con la corriente de pensamiento económica que se conoce como decrecimiento, y cuyo aspecto más conocido quizá sea la simplicidad voluntaria, opción vital en la que se traduce ese pensamiento. La desmonetarización parcial supone para Serge Latouche (uno de los heraldos del decrecimiento), una lógica del re- (repetición, retroceso, recuperación). Una de las bases del decrecimiento sería la relocalización de la moneda. Entre nosotros, contamos con importantes pensadores del decrecimiento, entre ellos Arcadi Oliveres i Miquel Amorós.

Otra forma, la utópica, tiene que ver con la superación del sistema monetario. Pero ¿qué significa superar el sistema monetario? A menudo se ha traducido la operación a la que tiende la lógica de Hegel – es decir, la dialéctica – como superación (Aufhebung). Contrariamente a algunos lugares comunes, o de sentido común, la superación entendida dialécticamente no puede significar la negación de aquello que supera, sin más.

Es por eso que, desde esta perspectiva y recorriendo esta forma de razonar, la utopía de un mundo en que puedo vivir sin moneda no puede dejar de tener en cuenta el contexto dominante ni los intentos posibilistas de contrariarlo:

- El contexto dominante es el que acoge la falsa desmonetarización – falsa porque radica, como vemos, en su contrario: monetarizar los países en vías de desarrollo, contribuir al endeudamiento que lleva a la miseria de las poblaciones, y estimular los pocos que logren beneficiarse con esa microcaridad con intereses y a corto plazo a seguir los pasos de sus acreedores.

- Los intentos posibilistas como los que caracterizan el decrecimiento tienen que ver con una lógica de posibles, con un pensamiento de contingencia, con una intervención parcial. El proceso de desmonetarización que su estrategia puede favorecer no es violento ni radical ni prosélito. Puede que pretenda expandirse dándose a conocer, pero no busca imponerse de ningún modo. De hecho, un destacado pensador de esta corriente como Arcadi Oliveres preside a la pacifista Fundació Justícia i Pau, desde la que se han movilizado campañas tan prominentes como BBVA sin armas.

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Es propio de las utopías su apertura a la imaginación. La Utopía de Thomas More es un lugar delimitado por lo imposible, no por lo posible. Esta paradoja permite mantener el espíritu abierto a la posibilidad que no está, o que no está todavía, y que en eso se diferencia del posibilismo (aunque tampoco lo niegue sin más). La utopía no es un lugar de delirio, en todo caso no más que el delirio del sistema financiero, de los ventrílocuos del capitalismo, de las agencias de rating. Soñemos, pues. ¿Qué puede llegar a significar una letra en un sistema de significación distinto al dominante pero capaz de cohabitar con aquél? ¿Será viable construir un discurso a partir de ella, poder llegar a articular la palabra de un sueño?

Llamemos a esa letra, que no moneda, “ámbito”.

- Los ámbitos no pueden ser creados con equivalencia a la moneda del capital ni en valor al cambio ni en valor estrictamente simbólico.

- Los ámbitos se cocrean entre sujetos para asegurar un intercambio de objetos en el que uno de los sujetos no satisface la totalidad del valor pactado para el intercambio.

- La acumulación de ámbitos no sirve para nada ya que un objeto de gran valor o bien se cambia por otro de valor estimado semejante (una casa por un tractor) o bien se negocia fuera del ámbito, en el dominio del capital.

- Los ámbitos favorecen la simplicidad voluntaria, los lazos de solidaridad y la superación de los conflictos en la medida en que favorecen a los conflictos mismos – pues no ha habido un aprendizaje de cómo pactar: un valor, un relacionamiento afectivo, un acercamiento sexual…

- Un ámbito no vale fuera de su ámbito. Una economía basada en el intercambio directo y en los ámbitos, substitutos efímeros, pactados, y sin valor determinado (asignado) son incompatibles con el capitalismo y se desentienden radicalmente de la globalización. De hecho, los bancos de tiempo y el crédito de tiempo, que sucumben todavía a la nomenclatura capitalista pero que al mismo tiempo la están reciclando, introduciendo en un nuevo ciclo u órbita de significación, ofrecen la anticipación del beneficio como forma de crédito en la nueva experiencia de desmonetarización.

- El ámbito ya no es parte de un sistema simbólico donde se aliena – en forma de demanda de consumo – el sujeto mismo, sino un préstamo débil con el que el sujeto se sitúa de forma incomparablemente más autónoma en el proceso de transformación con el otro del horizonte de real común.

Si en el sistema capitalista la moneda determina las posiciones de todos aquellos que “mueven capital” (trabajando, vendiendo, comprando), en la utopía con la que he soñado, y de la que estoy hablando, los ámbitos son determinados de forma tendencialmente exclusiva por las posiciones subjetivas de quienes intervengan en ellas. No valgo lo que tengo. Valgo otra cosa y algo más.

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