1.
Estábamos en una fiesta. Fue esa noche en que florecían brotes de deseo, las mejillas se ruborizaban al cruzarse las miradas esquivas mientras se confundían olores de jazmín, tabaco y algún chicle. He pensado en la barra de labios casi seguramente olvidada en el lavamanos. Su tono era tan escarlata como la alfombra que vestía el pasillo principal.
Una mujer en un sillón se quita los zapatos y yo me fijo en un pequeño objeto que se desprende de su pie.
A medio camino entre el salón y el hall hay un magnífico trofeo de muflón que parece ir a juego con el padrón tigresa de un vestido. Es una prenda estival mucho más llamativa que la mujer que la lleva. Entonces me fijo en su copa: el contenido es verde, y recuerdo pensar que ya no se suele tomar aquél licor. O quizás haya vuelto la costumbre. Como un vermú italiano amargo y rojo que hace poco se ha vuelto a poner de moda.
Me pregunto si estamos en agosto.
Un trueno sonó retumbante y al instante diluvió en el jardín. Algunas doncellas gritaron despavoridas y los mozos que las acompañaban en el baile se apresuraron a tocarles los pechos, algunos amplios y robustos, otros tímidamente prominentes, pero siempre acogedores. Con entrañable sentido de oportunidad, la dueña del lupanar ordenó al más ágil de sus hombres-perro que apagara las luces del salón para favorecer la soltura de los gestos y el acceso a las intimidades. Con la ayuda de un artilugio dorado semejante a una escopeta, el esclavo, delgado como una gacela, izó un enorme sostenedor a la altura del trofeo. Las doncellas, más tranquilas, y los excitados potros que las rodeaban, se unieron en una risa coral, ominosa, inextinguible.
Los cuernos del muflón salieron por la pared, retorciéndose hacia afuera como dos grandes piezas excrementicias queriendo despuntar en perfecta simetría ante el horror fingido de los que observaban el efecto, repugnante para algunos. Así se apagaron las luces.
2.
Veo como sus cuerpos hacen letras. No entiendo si escriben, pero el modo como se disponen va deletreando, como un lenguaje más carnal que el verbo, expresiones, frases posibles de una gramática sin afección.
Son – le digo a quien me acompaña en ese momento – lo que usted llama actores porno.
– Yo y todo el mundo.
Pero ellos, pienso, y pienso para mí sólo, casi no son de este mundo mientras deletrean. Como quienes enseñan un idioma desconocido y para ello se abstraen del código, del contexto original de producción e incluso de la vida de los que lo hablan a menudo, estos hablantes enseñan enseñando. Muestran la lengua. La demuestran hablando casi mecánicamente, dejando poco espacio a la improvisación y mucho al imaginario de sus alumnos.
El trofeo no ha herido a nadie. Los cuernos se han detenido. Pero no los cuerpos, entre los cuales se filtra una luz que anuncia todavía la noche. Son ahora relámpagos artificiales. Chispas coleccionables. Mañana el placer de muchos será un desecho de lo observado.
– No tardaré mucho en irme de aquí.
Un leopardo azul turquesa bostezando sobre la alfombra escarlata me recuerda los ojos de la mujer que lleva el flamante vestido de tigresa. ¿Será suya la barra de labios? Con un gesto ágil, uno de los demostradores limpia el sudor que dibuja en su frente una línea de cansancio y hastío. Le pagan para no apagarse, pero todo su cuerpo bosteza y quiere descansar.
Huele a azúcar caramelizado.
– No sé si… ¿quedarme?
– ¿Qué darte? Nada.
Una letra, pienso. Quisiera quedarme al menos una letra real.
3.
¿Quedar por quedar? No me apetece.
En el baño convergen culos, pollas y coños, todos a mear y a cagar, pero en los espejos también convergen labios y ojos y mejillas para darse unos retoques de color y polvos sueltos. El Sujeto Sin Mirada me lleva hasta una cortina de terciopelo impregnada de humo, glicerina, pegamento.
El siguiente local donde voy, sometido por el Sujeto Sin Mirada y su acompañante, no dispone de cortina de terciopelo. Se accede por una íngrima escalera guardada por un vigilante de mirada inquisidora como Cerbero ante el Hades. Su sombra se magnifica, con siniestros efectos de recorte, por los peldaños de la escalera, que parece menguar hasta lo infinitamente pequeño. Al lado de los últimos peldaños, que no son tantos al bajar, está un muro que cumple la función de cortina, frío, rugoso y profético como un pergamino diabólico. Exorcizo el miedo pensando que no es sino un muro cuyas propiedades mágicas derivan de mi extremo cansancio.
O no mágicas. En ese muro hay manchas mucho más complejas que aquéllas del test de… Rotschild, ¿verdad?
Sólo piensas en teorías de la conspiración – me riñe. – Rorschach, se llamaba Rorschach el señor de las manchas.
Bajo el suelo está el hilo de Ariane que, sin obedecer a ningún principio de solidaridad, une a los presentes en su imperturbable desgarramiento. La materialización de ese hilo es la línea de luz azul que recorre las aristas donde cada pared alcanza el techo opresor. No hay cielo – pienso. Y escucho a mi lado una voz dulce que no me inspira confianza:
Me llaman P. Original.
Lleva una cicatriz inmensa que le hiende la nalga izquierda, como si un fauno le hubiera atacado con un arpón.
Veo, veo… – empieza el Sujeto Sin Mirada.
¿Con qué letrita?
Con la a.
En sentido contrario al de la degradación de La última cena de Leonardo da Vinci, cuyas figuras se van desfigurando, mi mirada se representa en el muro, como una imprevisible escultura de humo, una graciosísima escena de baile donde todos, debutantes y habitués, siguen un estricto protocolo. Avanzan y reculan. Avanzan y reculan. Levantan, ora una pierna, ora la otra. Pequeñitos bailarines. Ahora se alejan todos a la vez dejando un claro en medio, un claro de donde misteriosamente se yergue una glorieta de cipreses. Como la de Aranjuez, pintada por Rusiñol.
Del Jardín del Príncipe.
Exacto. Una glorieta.
4. (Informe Álvaro)
No soy sujeto de lenguaje cuando estoy jugando en el columpio del Verbo. No soy infante. Hablo de corazón. Y la sinrazón del mundo llena de cosquilleos mis paredes uretrales. Meo de felicidad en el jardín de una casa que también es mía. Somos cuatro y así estamos más felices. Nos meamos a veces. Mi madre ya nunca sale en mis sueños. Me he reconciliado. Hay un escarabajo azul que se cruza con una hormiga. En sus andanzas ni siquiera se saludan. No se estrechan las patitas, y eso que los miro bien.
Ya no tengo ganas de matarme. Antes sí, cuando no salía el sol. Había ángeles negros que venían vestidos de blanco y me engañaban, me decepcionaban. A veces prometían cosas y luego se iban. Tenían un discurso complejo y la cantidad de veces que repetían la palabra discurso hacía que el sonido de esa palabra me resultara ensordecedor. Ya no miro a los demás con ganas de llorar. Incluso a los que son más guapos que yo. Ahora me alegro de poder verlos, ahora que solamente juego en el columpio. Como muy poco, es cierto. Pero nada me da más contento que ver como las personas cuya sola visión me hacía daño no tienen ya ningún poder sobre mí. Es como si el desvío que se ha abierto en mi corazón hacia el Verbo Eterno hubiera neutralizado el efecto mortífero que tenían sobre mí y que hasta hace poco no hallaba oportunidad de apaciguamiento.
En el cubo de agua ya no me veo reflejado porque tampoco me busco. La gente sin caridad no me interesa. Lejos de mí los incapaces de amor. En el cubo de agua veo el color del cielo y puedo oler, si me inclino, el aroma de la sal. Mi cuerpo ya es grande pero mi inteligencia es muy pequeña, dice un señor. No quiero escuchar esa clase de comentarios. Me levanto sin mirarle a la cara y me dirijo hacia la dehesa. El universo es infinito e infinita mi alegría. Pronto vendrán mis tres amores. Estaban lejos y yo no les conocía, pero ahora que estamos juntos ya no tengo miedo porque ellos no dejan que nadie me mienta ni me menosprecie. Es que yo no podía valerme a mí mismo y los ángeles negros me mentían compulsivamente, seguros de la autoridad de su engaño.
5.
La mañana del [barrio del] Raval huele a croissants recién hechos. Una mujer me llama desde el agotamiento de su propia carne. La ropa que lleva puesta no parece la suya. Evito sentir pena imaginando su dignidad. Huele a una mezcla de mantequilla con enfermedad, un aroma único que, de no encontrarlo aquí, habría que buscarlo en el bar de un hospital, con una madalena en la mano y al lado una bata oliendo a antiséptico.
Más tarde y después de poco dormir, el té. Hay gente conocida. Le hacemos un video a la pareja que se morrea con desparpajo y sentido escénico. Sobre las cinco habíamos quedado, y las cinco son. Estamos cerca del otro bar, que está en el cruce. Nos cambiamos al otro.
D. me había explicado, hacía ya unos días, cómo ser una señora, y a mí me importaba un rábano eso de ser mujer, hombre u otra cosa. Él tenía aquella necesidad de sobreactuación que yo hallaba repetida en los personajes del local donde había estado hasta el amanecer. Pero sobre estos no quiero hablar, ya que su actuación peligraba mi salud por demasiado real. No quiero acabar en una ruleta rusa, de ningún tipo. ¿Por qué la noche tiene que ser obscena, tanto para místicos como para putas y putos?
Desde esa noche he tenido pesadillas. Ayúdeme por favor.
—
Vi una vez a un actor que se ofreció en sacrificio, luego una mujer vino a socorrerle. ¿Sería su madre? Yo la conozco, o de eso me he convencido desde que la vi. Fue en Nochebuena. Yo quería follar y no había putas ni putos, pensé por momentos que estarían todos con sus familias, y la verdad… yo no me imaginaba que las personas cuyo trabajo es complacer a los demás cogieran día festivo en esos días de tanta soledad.
Uno paga por placer, no por disponibilidad inmediata.
Usted no sabe que yo sí he vivido la muerte… pero se está repitiendo con modificaciones. Seguiré experimentando la muerte. ¿Qué sentido hay en todo esto? Aquellos a quien yo más quería se suicidaron, y ahora vuelven a mí en sueños eróticos. Hasta Mark Rothko me aparece en un sueño…
¿…Erótico?
No, me implora que no deje que obliguen a los judíos a convertirse al comunismo, y yo le pregunto “al catolicismo?” pero él se hace humo bajo una lente que distorsiona sus últimos cuadros sin título: en ellos los tonos oscuros se vuelven líquidos, la pintura se vuelve líquida, y tengo miedo de casi todo: miedo de que al comer uno de esos croissants recién hechos yo me encuentre con que no esté relleno de chocolate sino de esa pintura negra, y que la mujer que me ofrece placer a cambio de dinero sólo quiera echarme tinta negra a la piel, y que mis amigos, incluso los más… representativos (¿?), estén escribiendo mi guión con tinta negra, y eso es algo que yo no quiero en absoluto.
6.
He visto cómo un chico y una chica que iban en el metro se transformaban súbitamente en dos ángeles. Empiezan a correr por el vagón. Y sé que sin embargo siguen en sus asientos, chico y chica, pero los veo ángeles.
¿Los (veo) Angeles?
Los Angeles, no. Dos ángeles.
¿Dos…?
¡Sí! Le digo que son dos, dos ángeles. Tres, si contara conmigo, pero hace mucho que me fui al otro lado.
Su expresión es sombría. Sé, sobre todo porque me lo ha dicho antes, que otro lado es una metáfora, un desplazamiento eufemístico que le permite ubicar su formación delirante. Su infierno, más bien real, se deja representar por un imaginario casi jansenista. En esos infiernos ricos en detalles hay más penas y torturas pero también hay mucho más color y diversión.
Tres.
Conmigo, sí. Bueno… no, el tercer ángel, ya lo sabe, ya se lo dije, sufre daltonismo, le cuesta tanto concentrarse en sus ori… o… oficios…
¿Sus orificios?
Bueno, también me cuesta concentrarme en mis orificios (amplia sonrisa; con su dedo corazón apunta al oído derecho como para penetrarlo)… Si no me meo aquí mismo es por deferencia.
Me-ar-se.
(Risas) Oh sí, ¡eso es lo que yo tendría que hacer!
Sin embargo no se me-a por deferencia.
Me me-o si me refiero a mí, pero no me refiero a mí porque no nunca me han dejado mear, mear de mear, de… hacer pis. (pausa) Ahora que lo pienso… ese chico y esa chica… seguramente tenían ganas de hacerlo pero ahí en el metro no se puedo… no se puede.
__
Y ese diálogo tan molesto… “Pero ¿qué hace usted? ¿Qué hace usted? ¿Acaso intenta robar mi cartera?” y yo: “¿Yo? No. Yo sólo intento vivir de acuerdo con lo que estoy soñando últimamente.
7.
8.
Martes
Mírelo bien, mire Usted. Aquí lo pone: servicio afectivo a mujeres. No soy eso que dicen. No quiero involucrarme. Sólo cedo mi cuerpo a personas de que no sepa enamorarme. Y menos ahora, que es Pascua casi. Estoy deseando quedar embarazada. No soy lesbiana… ¿me cree Usted? No sé porque creyen [creen/quieren] que yo lo sea.
Jueves
Cuando pienso en las clases de historia, a veces me acuerdo de la noche de los cristales rotos, y lo que está pasando ahora, ¿acaso no es otra noche de los cristales rotos? Las tiendas de familias judías… robadas, destrozadas, incendiadas por los terroristas chinos que van cogiendo todos los negocios, han empezado con los restaurantes, los bares… las tiendas de todo a cien, peluquerías, centros de belleza, autoescuelas… agencias de viajes, fábricas, mecánicos… y hombre, los inversores, las sectas… y bueno, pues las putas, pero… sin embargo las putas chinas no dan servicio afectivo a mujeres. Sólo hombres. Y discriminan tanto a judíos como a musulmanes. Solo se follan… a cristianos porque han perdido la moral y no consideran que tengan religión. Pero bueno, es semana santa y no quiero blasfemar.
Viernes
Al salir de casa me he dado cuenta de la destrucción. Es peor de lo que me pareció ayer. Yo me vi mucho más pequeño… pequeña, es como si yo fuera a ras de suelo. La gente me ve como un insecto. Como en el… La metamorfosis de Kakfa. Creo que soy un perro, pero no; busco mi reflejo en uno de esos miles de cristales rotos. Es como si me hubiera vuelto acondroplásico. Se ríen de mí. Una mujer china muy maquillada me coge y me alza al aire, me atraganto, casi le vomito encima, y ella pues casi me tira al suelo. Esta tarde cuelgan a dos amigas, bueno, compañeras que yo no veo desde hace meses. ¡Las cuelgan! Pero las veré. Tenemos que acercarnos a los que mueren, ¿no le parece?
…
Yo sí lo creo. Porque sólo me creo lo que veo, y la muerte hay que verla muchas veces para creérsela.
Sábado
Santo Dios, cómo huele a quemado. A cuerpos quemados olía. Los niños chinos están recogiendo trozos de cadáveres que estaban mezclados con cristales rotos. No se sabe adónde los van a llevar, a esos trozos de muerto. Pero ¡se les ve felices!
…
A los niños. A los muertos no.
Le hablaré de aquel lugar. Por la noche llega la monzón y la ciudad está limpia. No hay nadie, sólo yo en mi dimensión anterior. Miro alrededor. Huele a limpio. Voy hacia el mar. Me llama una voz conocida. Es Dios. Ha bajado a los infiernos. Esto ahí es muy recurrente. Cuando llega la monzón, es que Dios ha bajado a los infiernos para rescatar los que se arrepienten o los que se han quedado embarazados. Dios tiene el cuerpo inmerso en mierda pero no huele. Tiene un perfume que neutraliza los excrementos.
¿Neutraliza?
Sí… sí, como la bomba de neutrones neutraliza la vida en la tierra. La destrucción siempre purifica, creo. Eso es la lógica de la monzón. Entonces le pregunto a Dios qué hace ahí. Me dice que hace lo mismo que yo. Yo pienso que esta respuesta es demasiado informal para venir de Dios, entonces no me lo creo… Sí, ya lo sabe Usted, me resulta muy difícil creerme estas cosas, y si no las veo muchas veces… Como los muertos. Necesito verlos muy a menudo. Por eso, de vez en cuando, tengo que matar a alguna mujer, ¿me entiende Usted? ¿Entiende ahora lo que trato de decirle? Que si no veo no creo. Hay que creer para ver.
Hay que creer para ver.
9.
En la calle Bailén siempre hay alguien que me mira como si yo fuera peligroso pero ese alguien no siempre es la misma persona. ¿Eso me da más motivos para pensar que realmente parezco peligroso?
No lo soy, no lo sé. El otro día, al caminar ahí cerca, por Bruch, vi una foto en blanco y negro donde salía un hombre semejante a mí – sí, podría ser mi semejante – jugando con el contenido de un gran pote de tomate triturado, quizás kétchup. Lo que a uno le puede parecer kétchup a otro le parecerá sangre. Pero no hay sangre en las patatas fritas.
Bueno, esta conexión no es muy lógica, ¿verdad? Pero el otro día soñé que me paseaba por el Paseo de Gracia, justamente… me paseaba por el paseo (¿por dónde sino?) y había muchos anuncios luminosos que ponían cosas como: “Tú puedes salvarte.” “¡La redención es la carne!” “Pasolini asesinado por Petrolio”. Petrolio es su libro, ¡no su asesino!
Su libro incompleto, por cierto.
Es decir: por cierto, por ser tan cierto, se quedó corto. También en mí está previsto un… morir cilencioso.
¿Cilencioso?
Cilencioso… sí, como el cilicio que he llevado en silencio para evitar a…
10.
Engancho los apuntes nocturnos. Su discontinuidad resplandice. Sin embargo hay algo nuevo en juntarlos. Ceux qui se ressemblent, se rassemblent - Los que se parecen, se juntan. Incluso los que no se parecen. Los que no se identifican, a veces no se juntan y otras veces sí. Entonces llega la certeza de lo inestable, aquello que sabemos que puede cambiar pero no sabemos si cambiará, ni hacia qué, ni cómo. El porqué, ese sabemos que vendrá, según nuestra elección, de la moción interior causada por otro, no de una causa ajena. ¿Acaso me es otro totalmente ajeno?
No creo que las paradojas puedan cansarme. El principio de no contradicción, desde luego. Me he fijado muchas veces en aquellos que sólo buscan juntarse, incluso amontonarse: suele gustarles la no contradicción (entre éllos). Yo busco juntar lo que no se identifica y me encuentro a gusto con lo paradójico.
La tensión llevadera, el conflicto relativo, la jugosa ambivalencia que siempre adornan al deseo me proporcionan un goce inefable e implacable.