Nit Bakhtin

Cuando oyen el ruido de la goma en el entarimado reluciente, aún temen las botas de los policías. Cuando oyen un ruido seco y preciso venido desde fuera, les resulta inevitable imaginarse sus escopetas. Pero solo en el recibidor se confunden los olores del afuera y de adentro: jazmín mezclado con recuerdos de pólvora, incienso y humo de los coches, anís. Y humo de tabaco.

Para Juan, lo más difícil no era conseguir la discreción de cuatro o cinco personas sino el hecho mismo de reunirlas. Al final, bajo el pretexto de que se presentaría un importante ensayo durante una inauguración, pudo convencer a algunos alumnos a que vinieran hasta el Club Lev.

Miquel quisiera contribuir a una réplica de la Toma de la Bastilla pero tras encenderse en alabanzas por sus ideales republicanos, y sintiéndose solo en la forma de traducirlos en frases posibles, terminó cerrándose sobre sí mismo pero no como una nuez sino como una ardilla que escucha. No fue difícil reunir a otras ardillas que, como convenía, desconocían serlo.

María, tras el alumbramiento, no se redujo al cuidado del niño que naciera sino que lo nombró S y lo declaró hijo de la humanidad. Consciente de que su leche materna podría eternizarse so forma de un lazo perverso, rezó para que esa leche se convirtiera en semilla de revolución y se comió un enorme pan ázimo con otras hermanas y hermanos alumbrados. Obedientes a su llamado, aunque no sumisos, la siguieron hasta el Lev.

Iago, puer senex, no tenía porqué llevar acompañantes pero le vieron llegar con un reducido y castizo grupo de ancianos. Se miraban entre ellos y luego a los demás, divertidos. Cada uno sentía sus opiniones y pensamientos, y les daba forma de nubes lógicas en sus aguzados razonamientos.

Asier llegó por último. Claro que fue llegando más gente, pero los cinco ya estaban allí y nadie más lo sabía, aunque una o más de uno pudiera sospecharlo. Era la tercera Nit Bakhtin y las señas se iban haciendo más complejas a la vez que el entendimiento se simplificaba. La ambigüedad, incorporada en los miembros, se hacía luz hacia la comunidad. Aún en el desconocimiento de la forma que tomarían las acciones, se podía intuir diestramente -cuando no de forma siniestra- la finalidad de las mismas.

¿Quién no se ha dejado seducir por una promesa de revelación? Sin desilusión no hay progreso, y sin angustia no sale a la luz el talento de un hombre de genio. – Al escuchar estas palabras, y no sin dejar la herencia efímera de una sonrisa equívoca, Juan se separó de los suyos.

No creo en la posibilidad de cambiar el mundo, ni siquiera la nación, ni siquiera un gobierno local si no hay sangre escurriendo por la piel, si no veo rostros desdibujados por líneas de sangre, si la sangre de los hijos no se esparce por las calles. – así habló Zoroastro. A lo que añadió Frederico: – Pero quizás la sangre pueda contenerse si hay incontinencia de palabra, si no erigimos otro dios donde hemos sepultado el anterior, el antiguo. De ese decían que era el verbo, pero lo agotaron en palabras determinantes, en definiciones que hicieron de él algo tan fino, tan fino… – Ya lo sabemos – atajó uno menudo y cenceño -, tan fino que se finó. A ver qué dice uno, que no nos vayan a confinar.

Tras la salida de Juan, luego de Miquel, María se afanó en decidir qué hablante debía interrumpir con su retirada. Pero los alumbrados eran especialmente silentes. Entonces lanzó una pregunta al aire: ¿Tomaréis vino? Todos menos una levantaron la mano estirando los dedos índice y el medio al mejor estilo pantocrátor. Yva se contuvo. ¿No quieres vino? – insistió María, experimentada en el disciernimiento de los corazones. Pero recibió como contestación: “Hermana, no es que no quiera vino, sino que quiero se haga mi voluntad no porque lo quieres tú sino porque yo lo quiero”. Conociendo sus pensamientos y su determinación en mantenerse fiel a su eximia locura, María se retiró ensayando un trasnochado baile con sus mantos que llamó la atención de todos, menos la de aquellos que nunca dejan de estar atentos.

Como Asier, por la singularidad de su rol en el acto final, ya se había retirado sin que nadie se enterara, solo le quedaba una elección a Iago. Efectivamente, esa noche había una inauguración, sin la que Juan no hubiera podido traer a sus alumnos. Por eso Iago había decidido conducir al grupo de ancianos a ras de muro, enseñándoles los cuadros que de ahí colgaban como condenados. Fue al verse retratado en uno de ellos, abstracto, enmarcado por un paspartú de límites irregulares, como si lo hubieran cortado mal, que se detuvo algunos segundos considerando si era él su propio elegido. Meándose encima, se disculpó ante los sonrientes ancianos y se sumió en un agujero negro.

Aunque el hecho de coincidir en aquel local no demandara ninguna autorización, no dejaban de ocupar un espacio, algo que otros querían ver como un acto ilegal. En realidad, cada Nit Bakhtin tenía la particularidad de ser más impredecible que casi todas las manifestaciones espontáneas, y en eso era insusceptible de ilegalidad. La Nit Bakthin sucedía o no sucedía según tuviera éxito o no el lastre secreto de su funcionamiento. Es decir, la Nit Bakhtin solo tenía lugar verdaderamente tras la desintegración de su puesta en escena, tan fulminante e imprevista como la puesta en escena misma.

De hecho, no se conocía el nombre de quién había nombrado Nit Bakthin la consecuencia de cierto desenlace premeditado: el que interrumpía, como quien escande un verso, una conversación provocada en el momento en el que emerge de forma inequívoca la voz inconsciente de algo que tiene que darse.

Fotografía: © Løber Nøgen 2010 www.lobernogen.com

“Løber Nøgen is an artistic community founded at Fatamorgana The Danish School of Art Photography in Copenhagen in august 2006.

The core of Løber Nøgen – Danish for ‘running naked’ – consists of six individual, working photographers hailing from France, Norway and Denmark. However, when meeting for projects more or less people may be involved depending on circumstances.

The overall idea is to explore what the six founding members essentially have in common. Personal styles and boundaries are annulled and vanity is left behind in a childlike attempt to lose one self in rediscovering what is so very familiar to the Løber Nøgen group namely the medium of photography.”

El poder de decisión

 

siempre que sé, no escondo_________

 

el contrato que me enlaza al legente es del orden de la compaciencia; avanzo por un camino que no garantizo, y voy “diciendo”;

 

las comillas son necesarias porque escribir y decir no son sinónimos_____ como cualquier persona, tengo opiniones sobre el proceso del mundo; esas opiniones son dichos; el texto ve y no opina, ni aconseja;

 

a veces, lo que pienso disgregadamente [avulsamente] es tan distante de lo que él ve que sería llevada a pensar que una de las partes está ciertamente equivocada_____ lo que aprendí, sin embargo, es que las dos están en su cierto, suspendidas de una comunicación,

 

comunicación que podrá llevar años en ocurrir y que, regla general, va en el sentido del texto (he variado infinitamente menos en cuanto a la manera de situarme con él que cambiado de opinión sobre personas y ocurrencias);

 

no as así de admirar que yo tienda a expresarme civilmente, en el espacio público, desde el punto de vista del texto, y raras veces como contribuyente opinativa,

lo que provoca disfuncionamientos inevitables,

 

ya me encuentre en un coloquio o en un encuentro de escriptores, ya esté presente en la presentación de un libro mío y me pidan que lea, o hable para la televisión;

 

no es la timidez, aunque la práctica no sea mucha,

es un conflicto de órdenes o mecanismos que está en curso________ lo saliente, la diferencia que significa no siempre está donde el público la espera, donde la televisión la quiere, donde el periodista la busca, donde los administradores de los bienes de la lengua la ven;

 

___________________queréis un ejemplo?

para mi yo opinativo, las vacas locas, pese a mi alimentación poco o nada carnívora, son un problema de seguridad alimentaria y, a ese título, soy sensible a los argumentos de los críticos del sistema productivo, a la ausencia de medidas y de fiscalización, como a los argumentos de los ecologistas y de los defensores de la naturaleza;

 

para el texto, empero,

lo saliente no es la alimentación humana, no son las vacas mismas, ni tampoco, a menor distancia, la relación entre los hombre y las vacas ni, más distante aún, la relación de los hombres con los animales;

 

yendo directamente al cierne,

 

el texto ve una relación amorosa, libidinal, no solo degradada sino, provablemente  [provavelmente]

perdida, entre los sexos humanos y los sexos de la naturaleza,

 

el odio profundo que la naturaleza nutre, en un crescendo, por lo humano, la desilusión que la invade por el hecho, en el ciclo del carbono, de representar el hombre una solución de facilidad y de felicidad relativamente a otras formas naturales y ser, cada vez más, una especie autista, proliferante y conquistadora;

 

más profundamente aún,

 

el texto ve la agonía irreparable de dionisio (no el mito), fuente autónoma de ser y de pujanza, de diferencia irreductible y nutritiva,

 

y cómo el mundo va perdiendo su encantamiento;

 

el texto, empero, no es ecologista, no ve la naturaleza como un todo, como un fondo armónico de la especie humana, el hay del texto es problemático;

 

lo que él afirma es que cualquier ser viviente que se forme en cualquiera de los sexos de leer,

es responsable por todo lo viviente,

a partir de los modos particulares de existir de ese sexo____________ Jade es responsable, el pino Letra es responsable, Prunus Triloba es responsable;

 

yo, Maria Gabriela Llansol, soy responsable por el texto que doy a leer,

          serse humano es evolutivamente un progreso de lectura pero no es un privilegio, ni una superioridad, ni un dato adquirido,

 

es un lado

más legible que otros para dar continuidad

y orientación a la emergencia de lo viviente en el seno del universo,

 

desconociendo, en cada acto, si éste tiene sentido_____ si no acabará destruído, y se todo no ha sido practicamente en vano ____________ el texto es sin promesa y sin garantía;

 

cómo decir eso en veinte segundos de televisión,

o entre noticias?

 

el periodista puede hacerlo porque, antes de él, otros periodistas han ido construyendo, durante miles de horas, el discurso del que el suyo es apenas un párrafo

y obviamente, no dirá eso, referirá la inseguridad alimentaria porque su discurso es de seguridad, de preservación [manutenção] y de supuestas soluciones;

 

esa, la decisión que toma ese discurso,

dice o escribe,

llama al comentador que viene y critica,

las cámaras, en la calle, captarán su fondo anónimo y absolutamente impotente,

el político es oído en su poder y promete medidas;

 

y, en cada noticia, la existencia es naturalmente catastrófica,

y exclusivamente humana,

esa, la diferencia que puede captar,

 

pero esos miles de horas no prueban que la realidad sea catastrófica, o venga a serlo donde la diferencia fue introducida;

apenas confirman la decisión ___________ la catástrofe es inter-humana, en el hemisferio norte de un punto imperceptible de una galaxia girando entre billones y billones de galaxias,

        y ni siquiera se da cuenta, a hacer fe en el texto, que va agotando, a su alrededor, las fuentes de diferencia que no entiende,

 

veinte segundos irrelevantes y

de un coste absolutamente excesivo.

 

(de Onde vais, Drama-Poesia? de Maria Gabriela Llansol. Traducido por Francisco Serra Lopes)

11-S

  

El once de septiembre del dos mil uno

mientras las Torres Gemelas caían

yo estaba haciendo el amor.

CRISTINA PERI ROSSI

 

L’11 de setembre del 2001

mentre queien les Twin Towers

jo també estava fent l’amor.

 

Era una migdiada febril

amb pel·lícula de fons i olor a sexe.

Recordo que mirava de reüll La televisió,

com quan mires de reüll una peli porno,

i de sobte, entre els gemecs,

va caure la primera torre,

tan fàl·lica,

i va desfer-se en mil bocins

mentre jo continuava

dintre teu com si allò no anés amb mi,

com si fos una imatge més guionitzada.

 

Nosaltres no vam parar de fer l’amor, no.

I la televisió tampoc no va parar

de repetir, mecànicament,

l’escena de la desfeta,

de dalt a baix,

de dalt a baix,

de dalt a baix.

com si l’emissió hagués trobat també

el punt precís per arribar a l’orgasme.

 

Sílvia Bel, L’esbós

Centenario de Jean Genet

Jean Genet nació el 19 de diciembre de 1910 y murió el 15 de abril de 1986. Cien años después del nacimiento del explorador de los tres grandes géneros literarios – novelístico, dramático y lírico – llamo la atención para una biografía por Edmund White así como para una lectura de un poema con resonancias autobiográficas e interés analítico, “Le Condamné à mort”. Y cómo no, recuerdo una escena de la adaptación que Fassbinder hizo al lenguaje cinematográfico de su Querelle de Brest. (Gracias, Edu, por la nada-fantasiosa sugerencia.)

El interior de la tierra

Vivía en una casa relativamente aislada en Margeoir, un pueblo al suroeste de Francia, un coleccionador de piedras. Aunque le llamaban Henri, desde que le iniciaron en la escritura siempre firmara Mercius, el apellido paterno, como si fuera su nombre propio. Su padre había muerto a finales del verano en que, cumplida la edad, iba a empezar a frecuentar la escuela. Pero la escuela quedaba muy lejos y, sin poder contar con el dinero que el padre recibía por las piedras que recogía y trabajaba, la madre no pudo pagar el transporte del niño ni sus estudios. Así que ella misma le enseñó, entre otras cosas, a leer y escribir, y le transmitió además, lo mejor que pudo, el arte de hallar piedras y transformarlas. Normalmente eran piedras que se podían encontrar por la misma región de Limousin o no muy lejos, en Aquitaine o el Midi. Pero algunas veces el padre se había marchado a la Bretania o hacia Oriente, a los Alpes, para buscar alguna piedra particular. Mercius aprendió a trabajar muy bien las piedras de su región ya que su madre le veía muy pequeño para viajar solo y tampoco le gustaba la idea de dejar la casa.

Gracias al clima y a la buena salud de los animales que criaban, jamás habían pasado carencia de alimento ni de buena salud. A sus catorce años, Mercius era un muchacho sano y ágil, de cuyos ojos verde aceituna parecía salir un brillo semejante al de ciertas piedras tras un baño en agua salada. A los diecinueve, su robustez, que se acentuaba sobre todo en las manos avesadas al trato de las piedras más duras, contrastaba con su escasez de palabra, casi como si hubiera hecho voto de silencio. Les hablaba  más a los animales que a su madre y que a cualquier persona. De hecho, como nunca se le viera tratar a su madre con más amabilidad que a otra persona, ni menos, quienes les visitaban para comprar alguna piedra solían dar por sentado que eran amigos, lo que tampoco era falso.

Un día vinieron a mirar las piedras dos mujeres que habían dejado Avignon para irse a vivir a Sant Josep de sa Talaia en Ibiza. Afirmaron haber oído hablar de Mercius, el padre, a un amigo que desde hacía muchos años se dedicaba al comercio de artesanía en la isla. Mercius se sorprendió que el nombre del padre hubiera llegado tan lejos pero las dos mujeres le aseguraron que su amigo les había hablado mucho de su padre, cuyo trabajo con las piedras consideraba excepcional. Incluso les había dicho que era como si las piedras heredaran la voz de aquél que las había transformado. Mercius se sentía como anonadado. El renombre del padre no era el suyo aunque hubiera heredado el nombre de aquél. Eso le hizo sentir un deseo determinante de hallar una piedra singular, una piedra que el padre no hubiera trabajado. Pero luego le pareció soberbia querer trabajar una piedra distinta a todas las que su padre pudiera haber conocido, guiado apenas por el afán de sobreponer su nombre propio al del padre fallecido. Al final, las mujeres compraron un gneiss ojo-de-sapo, maravilladas por el rigor del trabajo, la tímida sabiduría del muchacho y la forma que le había sacado a esa piedra. Mercius les había explicado que se trataba de un tipo de roca metamórfica muy común en la región pero que por primera vez lo había trabajado como un prisma triangular.

Había sin embargo algo que Mercius desconocía porque hay cosas que uno solo aprende si alguien se lo enseña, y esto no se lo había enseñado su madre. Se trataba de la elocuencia que tienen los sueños para quienes saben entenderlos. Aunque él mismo, en ese sentido, se comportaba como un sueño, ya que solo podían entederlo quienes estuvieran muy atentos a la precisión de sus pocas palabras y a sus detallados gestos en la labor de las piedras o del huerto, jamás se le había ocurrido que los sueños tuvieran algo que decirle, o que él pudiera escuchar o ver algo en éllos. Pero cierta noche de invierno, cuando todo era silencio en la tierra y en el cielo de Margeoir, Mercius tuvo un sueño muy peculiar del que pudo recordar, con posterioridad, casi todos los elementos. Soñó que vivía solo en una casa cuyas ventanas dejaban entrar algo de viento. Cerca de la casa había como un campamento de casas de paja. Su casa era de piedra. Venían dos ancianas y un anciano a decirle que había una piedra que hablaba en el alto de un monte llamado Ur, y lo pronunciaban como Uhr - como en Die Uhr, esa sinfonía de Haydn que Mercius desconocía. Esa piedra no hablaba con una voz cualquiera. Su voz encubría un poder que nadie conocía. Y aunque nadie había visto esa piedra, considerando el poder que se le atribuía de influir en el color del firmamento, decían que seguramente era de color escarlata porque algunos días se formaba sobre el monte una nube rojiza. Vio entonces como un incendio súbito se precipitaba sobre las casas de paja y unas enormes lenguas de fuego las devoraban sin tardanza. Al volverse hacia los tres visitantes, quiso preguntarles “¿Dónde está esa piedra?” pero vio como se arrugaban; en ese instante se descomponían y en el siguiente les desleía una colosal lengua de fuego. Entonces gritó: “¡Maldición!” y su propio grito le hizo despertar.

Mercius decidió que era el momento de emprender un viaje para ir en búsqueda de una piedra singular. Su madre poseía un antiguo mapa de Francia que incluía parte de los países con los que hace frontera a Oriente y el nordeste de la península ibérica. Mercius dispuso el mapa sobre la mesa de trabajo, cerró los ojos y con el índice izquierdo tocó un punto al azar. Abriendo los ojos, pudo verificar que su dedo reposaba sobre el extraño nombre de un pueblo catalán, Ultramort. En menos de una hora preparó una alforja, metió en una talega lo que consideró necesario para el viaje y tomó algún dinero para pagar un tren que le acercara a la frontera. Desde ahí seguiría caminando. Así lo hizo. Al pasar cerca del macizo de la Albera, se encontró a un hombre que gesticulaba mucho y vociferaba algo que entendió como que no siguiera adelante, que con la nieve era muy imprudente ir por ahí solo. Pero Mercius pensó que en realidad lo tomaba por un joven aventurero e inconsecuente, algo que él no se consideraba en absoluto. Algunas horas más tarde vio una chica que paseaba y le preguntó en buen francés si venía solo. Él le contestó con aquél desdén que oculta cierta curiosidad, preguntándole si veía a alguien más, a lo que la chica, fingiendo un levísimo despecho, se puso a coquetear, invitándole a un paseo por la costa. Pero aquél día gris y lluvioso no quiso ser cómplice de la inexperta seductora y caminar hasta la playa le pareció a Mercius de lo más inoportuno, pese a la promesa de placer que el casual encuentro parecía señalar. Se dijeron ”Adieu” y Mercius prosiguió su camino.

Era ya de noche cuando tropezó en una piedra y se cayó. Un chico más o menos de su edad que pasaba por aquél mismo tramo de carretera en sentido inverso se acercó y quiso ayudarle a que se levantara. Mercius lo rechazó agradeciendo con un gesto, pero al enterarse el otro que iba de viaje, le preguntó de dónde venía. “France”, le contestó. Y hacia dónde iba. “Ultramort”. A lo que el otro le indicó que le quedaba menos de media hora de camino. Luego quiso indagar a qué iba. Con alguna dificultad, porque ninguno de los dos hablaba la lengua del otro, le explicó que iba a buscar una piedra que había en un monte, en ese pueblo. La única luz que quedaba era la de las luminarias de carretera, que apenas le permitía a Mercius distinguir la traza de las intenciones en el rostro del otro. Pero esa falta de luz no le impidió reconocer que el otro intentaría quitarle la piedra, si él la descubriera. El otro intentó convencerle a que pernoctara en su casa ya que sin luz no encontraría nada. Mercius no quería hacerlo pues sabía que si se durmiera el otro podría robarle el mapa o el dinero para volver. Pero ante la insistencia del otro, el cansancio, el viento cada vez más gélido y unas gotas de lluvia que pronto se convertirían en granizo, asintió pensando que podría esconder los billetes entre sus testículos y la ropa interior, y que dormiría sobre el mapa.

Mercius se despertó justo antes del primer rayo de sol, que penetró el cielo como un buril. Pero cuando ya se preparaba para abandonar la casa del adverso anfitrión, éste le sorprendió abriendo la puerta y, cambiando la expresión de forma inmediata, forjó una sonrisa insincera y le dijo que se esperara unos instantes, ya que se iban juntos a encontrar aquella piedra. Muy a disgusto lo aceptó Mercius. Fueron juntos por el monte, hasta que Mercius, reconociendo las distintas rocas que se hallaban bajo sus pies, volvió a tropezar en una, probablemente metamórfica, de color casi dorado. Al reincorporarse, vio un poco más arriba una piedra que destacaba por su color rubro, pero no supo qué hacer. Quería acercarse sin que el otro le viera, pero era casi imposible. Fascinado por aquél color tan vivo para una roca de aquellas características, avanzó sin pensar en su compañero y cogió un fragmento del tamaño de su mano que se había desprendido. Obnubilado, no se dio cuenta de que el otro se acercaba y, como un ave monstruosa, se le lanzó al cuello intentando sofocarle para quitarle la piedra. Mercius quería llamarlo a razón, en vano. Aunque dominara la lengua del otro, lo que no era cierto, no podía articular ninguna palabra y, aún recurriendo a su fuerza, enmudeció, falto de aire. El otró le golpeó la cabeza con la misma piedra y Mercius se quedó inconsciente, no sin antes escuchar un nombre en una voz desemejante de todo lo escuchado hasta entonces. Y esa voz le dijo: Mercurius. Ese mismo día por la tarde hallaron su cuerpo bocabajo, la cabeza torsionada hacia un lado. Con el rostro de perfil, parecía que se hubiese acercado al último sueño intentando escuchar el interior de la tierra.

Narciso

“ama una esperanza sin cuerpo: cree ser cuerpo lo que solo es sombra”

Benvenuto Cellini, Narciso.

 

Narciso y Eco

Traducción de Francisco Serra Lopes de la versión del libro tercero de las Metamorfosis de Ovidio.

 

Famoso por su sabiduría, iba Tiresias por las ciudades de Aonia dando oráculos a quienes lo consultaban. La primera consulta, que habría de dar razón a su fama, se la hizo Liríope, la ninfa azul, a la que Césifo con violencia fecundó en sus aguas. Muy bella, de su útero dio a luz un pequeño que desde entonces fue digno de amor, y le llamó Narciso. Al preguntar a Tiresias si aquél que acababa de nacer gozaría de larga viejez, le reveló: “si no se conoce a si mismo…” La voz aciaga del vate le pareció vacía de sentido hasta que la realidad se lo dio a conocer. Con quince años, Césifo le añadió uno más de belleza, pero Narciso, deseado por muchos jóvenes y por muchas chicas, en su dulce figura se adornó de soberbia y ninguno ni ninguna le tocó. Un día, mientras azuzaba a unos ciervos para que cayeran en una red, se puso a contemplarlo aquella ninfa que no sabía tomar la primera palabra ni callar cuando alguien hablaba, Eco.

Eco, aunque sin cuerpo, tenía uso de voz para repetir las últimas palabras que otro dijese. Así hizo la divina Juno, a quien muchas veces retuviera Eco con sus discursos para que no llegara al monte a tiempo de sorprender a Júpiter yaciendo con otras ninfas, que así huían de la diosa. Por eso la castigó la Saturnia: “Breve uso, y mínimo, tendrás de la voz con que me has engañado” – y en efecto la ninfa no puede más que devolver, a quien hable, palabras gemelas a las últimas pronunciadas. Narciso, encendido al ver las huellas de la ninfa, las sigue y, como incendia el azufre la punta resinosa de las teas, cuanto más se acerca más se pone como un hacha. Cuantas veces hubiera querido dirigirle cálidas palabras, pero ahora su condición solo le permite duplicar lo dicho, y espera algún sonido. Lejos ya de sus compañeros, pregunta el bello joven: “¿Alguien está aquí?” y Eco: “Está aquí”. Su mirada penetrante no discierne un alma a su alrededor; deteniéndose ordena: “Ven” pero le viene “Ven” como respuesta. Y vuelve a llamar a quien se esconde: “¿Por qué huyes de mí?”, pero de ese llamado se hace eco Eco. Insiste Narciso ante una voz de la que no hay imagen: “Aquí mismo consumemos”, y ella, tan a gusto: “Consumemos” y sale al bosque para atar sus manos al deseado cuello, pero él se escapa: “Quita tus manos, antes muera yo que tu no me tengas a tu merced”, y a Eco se le escapa: “A tu merced”. El desprecio la aísla, se esconde más aún, desde entonces vive en las cavernas, sin embargo se aferra al amor y aumenta su dolor por el rechazo; su piel se arruga y su carne se disipa en el aire, no quedando más que voz y huesos, y aún estos se hacen de piedra. No se la vio nunca más por el monte pero su voz aún puede ser oída por todos. Es el sonido lo que vive en ella.

Nicolas Poussin, Eco y Narciso.

 

Tal como hizo con ésta, Narciso había desechado a otras ninfas, oriundas de las ondas o de los montes, y había también desechado consumar con otros machos. Por despecho, levanta entonces las manos al etéreo: “Ojalá ame así también, ¡sin dominio sobre lo que ame!” Ramnusia asintió a ese justo ruego. Había un manantial límpido, de nítidas ondas plateadas, que aún no habían tocado los pastores ni sus cabras, ni movido otra suerte de ganado, ave o bestia, o rama de árbol. Alrededor se apreciaba un césped tan fino que no podría haber admitido ningún exceso de sol. Fue aquí donde el joven, caliente y exhausto por la caza, se echó por tierra, llevado por el atractivo del lugar y por el manantial, y mientras ansia saciar su sed, otra sed se le crece, y mientras bebe, extasiado por la imagen de sus formas, ama una esperanza sin cuerpo: creer ser cuerpo lo que sólo es sombra. Estupefacto ante sí mismo, su rostro se inmoviliza como el de una estatua de mármol Pario. Contempla, su cuerpo en posición humilde, ras de suelo, una estrella duplicada – sus luceros –, unos cabellos dignos de Baco o de Apolo, unas mejillas impúberes, un cuello marfileño, una gloriosa boca, un rubor matizando la albura del candor. Admira todas las cosas que le hacen admirable. A sí mismo se desea, imprudente, se aprueba y se aprueba, se busca y se busca, en cuanto se enciende arde. En vano da besos al engañoso manantial, y en medio de ellos se ve y al intentar cogerse en sus brazos sumerge su cuello en las aguas ¡sin poder cogerse en ellas! No sabe qué ve pero se entrega a ello y aquello que engaña sus ojos es lo que los seduce. Crédulo, ¿por qué intentas, frustradamente, atrapar un fugaz simulacro? Lo que buscas no está en ningún lugar, lo que amas, una vez te gires, ya lo habrás perdido. Ese reflejo que ves es la sombra de una imagen: nada tiene de sí. Llega cuando tú llegas y ahí se queda, y se irá en cuanto te vayas, ¡si es que te puedes ir!

John William Waterhouse, Narcissus.

 

Ni el cuidado de Ceres ni el de descansar pueden abstraerlo de ahí, sino que fundido sobre la hierba opaca contempla a media luz la forma engañosa, y muere por sus ojos, y elevándose un poco hacia unos matorrales, tiende los brazos: “Oh espesuras, ¿habrá alguien amado de forma más cruel? Lo sabréis, vosotras que habéis sido escondite oportuno para muchos. ¿A alguien recordáis, en vuestros largos siglos, que así se consumiera? Veo y disfruto, pero no puedo llegar a eso que veo y disfruto: así tiene el engaño atrapado a un amante. Y por mucho que me aflija, no es un gran océano lo que nos separa, ni un largo camino, ni montañas, ni fuertes con sus pórticos cerrados. ¡Un agua exigua nos lo prohíbe! Deseo ser poseído, pues tantas veces hemos extendido besos a las linfas líquidas, y él otras tantas, boca arriba, avanza hacía mí con su boca. Creías que se puede tocarlo: es mínimo lo que separa a los amantes. Quien quiera que seas, ¡sal de aquí! ¿Por qué, singular muchacho, me engañas, o por quién, solicitado, te vas? Ciertamente no es mi apariencia ni mi edad lo que rehuyes, ¡y eso que también he sido amado por ninfas! No sé qué esperanza prometes con tu rostro, amigo; cuando he acercado a ti mis brazos, gratamente has acercado los tuyos, has sonreído cuando he reído yo; incluso al llorar yo a menudo he notado tus lágrimas; a mi asentimiento respondes también con señales y sospecho, por el movimiento de tu boca hermosa, que dices palabras que no alcanzan mis oídos… Éste soy yo mismo. Lo he sentido, y mi imagen no me engaña: ardo de amor por mí, enciendo llamas y las llevo. ¿Qué voy a hacer? ¿Hacerme pretendido o pretender? ¿Y ahora qué pretenderé? Lo que deseo está conmigo: pobre de mí, en mi abundancia. Oh, ojalá pudiera separarme de nuestro cuerpo, deseo un amante nuevo, de lo que amamos solo quisiera su ausencia… Las penas ya me roban el vigor, el tiempo que me queda ya no es largo, y en mi primera edad me extingo. Y para mí la muerte no es grave, que con ella mueren las penas. Quisiera que mi predilecto se quedara más tiempo. Ahora en una sola alma los dos moriremos de acuerdo.”

Nikolas Kalmakoff, Narcissus.

 

Esto dijo, y se volvió hacia el rostro enfermizo y con lágrimas removió las aguas y el lago, movido, le devolvió su oscura faz a la que, pareciendo huir, gritó: ”¿A dónde huyes? Quédate y no me abandones por otro amante, cruel. Que me sea lícito contemplar lo que es intocable, y saciar así mi desgraciado furor.” Y mientras a sí se plañe estando en la orilla, se quita la ropa superior y con sus palmas de mármol golpeó el pecho desnudo. Los golpes dibujaron en su pecho un rubor rosado, de modo no desemejante a aquél en que las frutas, brancas por un lado, por otro enrojecen, o a aquel tono púrpura que las uvas suelen llevar en sus varios racimos cuando todavía no están maduras. Por otro lado, el simulacro que contempló desvanecido en la onda, no lo soportó más, sino que, tan pronto como el fuego flameante consume la cera y el rocío nocturno enlanguece bajo el sol matutino, así atenuado en su amor enlanguece y poco a poco es tomado por un fuego oculto, y ya ni el color es aquella albura mezclada con rubor, ni queda su vigor y sus fuerzas y aquella visión en que, hace nada, tanto se complacía, ni siquiera su cuerpo, aquél que Eco amara otrora. Pero ella, al verlo, aunque recordándolo y estando aún irada, se condolió, y a cada “¡Ay!” del chico desgraciado, ella otro “¡Ay!” repetía, con voces ecoantes. Y cuando percutía con las manos sus brazos, ella repercutía el sonido, en un mismo duelo. “Ay, en vano, querido”, la última palabra de aquél que se contemplaba en la onda habitual, y tantas otras palabras devolvió el lugar, y dicho “adiós”, “adiós” replica Eco. Reclinó la cabeza cansada en el césped, la muerte cerró sus luceros que se maravillaban con la figura de su señor. Así también en el agua estígia se miraba cuando fue recibido en la sede infernal. Sus hermanas Náyades se golpearan en señal de duelo y depositaron los cabellos cortados a su hermano: Eco ecoa sus llantos. Ya blandían las antorchas de la pira funeraria y preparaban el féretro: el cuerpo estaba en ningún lugar; en lugar del cuerpo encontraron una flor, ceñida en medio por hojas blancas, del color del estigma del azafrán.

Gustave Moreau, Narcisse.

 

René Antoine Houasse, Narcisse.

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Eco, figuración de lo repercutido, es el sonido-vestigio del rechazo de Narciso, la huella de su paso (que no de su pasado). Venganza del destino, invocado por la repetición (eco del hecho mismo del rechazo) tras no ser tramitados los vestigios de una analidad y una oralidad igualmente desechadas: la primera, figurada por el desperdicio de las oportunidades que regalaba la solicitud sexual de los jóvenes de ambos sexos; la segunda, por el llamado imaginario de Eco, constituído por la simbolización narcisista (si hay alguien aquí, que venga, pero no seré yo quien estará a merced de su deseo, sino ella del mío) que no logra la consumación y determina, con su rechazo, la consumición de sí mismo en la veneración de su imagen-ídolo. Prenunciada ya por su juvenil soberbia, dicha veneración parece encontrar el origen de su legado en la violencia del padre Céfiso, que le añade a sus quince años uno más de belleza intratable, insostenible, haciendo de Narciso el homme fatal (para sí mismo).

François Lemoine, Narcisse.

 

Salvador Dalí, Metamorfosis de Narciso.

 

Arriba, representación de Narciso en pintura mural de Pompeya; abajo, pintado por Michelangelo Merisi da Caravaggio.

 

Nocturnos

1.

Estábamos en una fiesta. Fue esa noche en que florecían brotes de deseo, las mejillas se ruborizaban al cruzarse las miradas esquivas mientras se confundían olores de jazmín, tabaco y algún chicle. He pensado en la barra de labios casi seguramente olvidada en el lavamanos. Su tono era tan escarlata como la alfombra que vestía el pasillo principal.

Una mujer en un sillón se quita los zapatos y yo me fijo en un pequeño objeto que se desprende de su pie.

A medio camino entre el salón y el hall hay un magnífico trofeo de muflón que parece ir a juego con el padrón tigresa de un vestido. Es una prenda estival mucho más llamativa que la mujer que la lleva. Entonces me fijo en su copa: el contenido es verde, y recuerdo pensar que ya no se suele tomar aquél licor. O quizás haya vuelto la costumbre. Como un vermú italiano amargo y rojo que hace poco se ha vuelto a poner de moda.

Me pregunto si estamos en agosto.

Un trueno sonó retumbante y al instante diluvió en el jardín. Algunas doncellas gritaron despavoridas y los mozos que las acompañaban en el baile se apresuraron a tocarles los pechos, algunos amplios y robustos, otros tímidamente prominentes, pero siempre acogedores. Con entrañable sentido de oportunidad, la dueña del lupanar ordenó al más ágil de sus hombres-perro que apagara las luces del salón para favorecer la soltura de los gestos y el acceso a las intimidades. Con la ayuda de un artilugio dorado semejante a una escopeta, el esclavo, delgado como una gacela, izó un enorme sostenedor a la altura del trofeo. Las doncellas, más tranquilas, y los excitados potros que las rodeaban, se unieron en una risa coral, ominosa, inextinguible.

Los cuernos del muflón salieron por la pared, retorciéndose hacia afuera como dos grandes piezas excrementicias queriendo despuntar en perfecta simetría ante el horror fingido de los que observaban el efecto, repugnante para algunos. Así se apagaron las luces.

2.

Veo como sus cuerpos hacen letras. No entiendo si escriben, pero el modo como se disponen va deletreando, como un lenguaje más carnal que el verbo, expresiones, frases posibles de una gramática sin afección.

Son – le digo a quien me acompaña en ese momento – lo que usted llama actores porno.

– Yo y todo el mundo.

Pero ellos, pienso, y pienso para mí sólo, casi no son de este mundo mientras deletrean. Como quienes enseñan un idioma desconocido y para ello se abstraen del código, del contexto original de producción e incluso de la vida de los que lo hablan a menudo, estos hablantes enseñan enseñando. Muestran la lengua. La demuestran hablando casi mecánicamente, dejando poco espacio a la improvisación y mucho al imaginario de sus alumnos.

El trofeo no ha herido a nadie. Los cuernos se han detenido. Pero no los cuerpos, entre los cuales se filtra una luz que anuncia todavía la noche. Son ahora relámpagos artificiales. Chispas coleccionables. Mañana el placer de muchos será un desecho de lo observado.

– No tardaré mucho en irme de aquí.

Un leopardo azul turquesa bostezando sobre la alfombra escarlata me recuerda los ojos de la mujer que lleva el flamante vestido de tigresa. ¿Será suya la barra de labios? Con un gesto ágil, uno de los demostradores limpia el sudor que dibuja en su frente una línea de cansancio y hastío. Le pagan para no apagarse, pero todo su cuerpo bosteza y quiere descansar.

Huele a azúcar caramelizado.

– No sé si… ¿quedarme?

– ¿Qué darte? Nada.

Una letra, pienso. Quisiera quedarme al menos una letra real.

3.

¿Quedar por quedar? No me apetece.

En el baño convergen culos, pollas y coños, todos a mear y a cagar, pero en los espejos también convergen labios y ojos y mejillas para darse unos retoques de color y polvos sueltos. El Sujeto Sin Mirada me lleva hasta una cortina de terciopelo impregnada de humo, glicerina, pegamento.

El siguiente local donde voy, sometido por el Sujeto Sin Mirada y su acompañante, no dispone de cortina de terciopelo. Se accede por una íngrima escalera guardada por un vigilante de mirada inquisidora como Cerbero ante el Hades. Su sombra se magnifica, con siniestros efectos de recorte, por los peldaños de la escalera, que parece menguar hasta lo infinitamente pequeño. Al lado de los últimos peldaños, que no son tantos al bajar, está un muro que cumple la función de cortina, frío, rugoso y profético como un pergamino diabólico. Exorcizo el miedo pensando que no es sino un muro cuyas propiedades mágicas derivan de mi extremo cansancio.

O no mágicas. En ese muro hay manchas mucho más complejas que aquéllas del test de… Rotschild, ¿verdad?

Sólo piensas en teorías de la conspiración – me riñe. – Rorschach, se llamaba Rorschach el señor de las manchas.

Bajo el suelo está el hilo de Ariane que, sin obedecer a ningún principio de solidaridad, une a los presentes en su imperturbable desgarramiento. La materialización de ese hilo es la línea de luz azul que recorre las aristas donde cada pared alcanza el techo opresor. No hay cielo – pienso. Y escucho a mi lado una voz dulce que no me inspira confianza:

Me llaman P. Original.

Lleva una cicatriz inmensa que le hiende la nalga izquierda, como si un fauno le hubiera atacado con un arpón.

Veo, veo… – empieza el Sujeto Sin Mirada.

¿Con qué letrita?

Con la a.

En sentido contrario al de la degradación de La última cena de Leonardo da Vinci, cuyas figuras se van desfigurando, mi mirada se representa en el muro, como una imprevisible escultura de humo, una graciosísima escena de baile donde todos, debutantes y habitués, siguen un estricto protocolo. Avanzan y reculan. Avanzan y reculan. Levantan, ora una pierna, ora la otra. Pequeñitos bailarines. Ahora se alejan todos a la vez dejando un claro en medio, un claro de donde misteriosamente se yergue una glorieta de cipreses. Como la de Aranjuez, pintada por Rusiñol.

Del Jardín del Príncipe.

Exacto. Una glorieta.

4. (Informe Álvaro)

No soy sujeto de lenguaje cuando estoy jugando en el columpio del Verbo. No soy infante. Hablo de corazón. Y la sinrazón del mundo llena de cosquilleos mis paredes uretrales. Meo de felicidad en el jardín de una casa que también es mía. Somos cuatro y así estamos más felices. Nos meamos a veces. Mi madre ya nunca sale en mis sueños. Me he reconciliado. Hay un escarabajo azul que se cruza con una hormiga. En sus andanzas ni siquiera se saludan. No se estrechan las patitas, y eso que los miro bien.

Ya no tengo ganas de matarme. Antes sí, cuando no salía el sol. Había ángeles negros que venían vestidos de blanco y me engañaban, me decepcionaban. A veces prometían cosas y luego se iban. Tenían un discurso complejo y la cantidad de veces que repetían la palabra discurso hacía que el sonido de esa palabra me resultara ensordecedor. Ya no miro a los demás con ganas de llorar. Incluso a los que son más guapos que yo. Ahora me alegro de poder verlos, ahora que solamente juego en el columpio. Como muy poco, es cierto. Pero nada me da más contento que ver como las personas cuya sola visión me hacía daño no tienen ya ningún poder sobre mí. Es como si el desvío que se ha abierto en mi corazón hacia el Verbo Eterno hubiera neutralizado el efecto mortífero que tenían sobre mí y que hasta hace poco no hallaba oportunidad de apaciguamiento.

En el cubo de agua ya no me veo reflejado porque tampoco me busco. La gente sin caridad no me interesa. Lejos de mí los incapaces de amor. En el cubo de agua veo el color del cielo y puedo oler, si me inclino, el aroma de la sal. Mi cuerpo ya es grande pero mi inteligencia es muy pequeña, dice un señor. No quiero escuchar esa clase de comentarios. Me levanto sin mirarle a la cara y me dirijo hacia la dehesa. El universo es infinito e infinita mi alegría. Pronto vendrán mis tres amores. Estaban lejos y yo no les conocía, pero ahora que estamos juntos ya no tengo miedo porque ellos no dejan que nadie me mienta ni me menosprecie. Es que yo no podía valerme a mí mismo y los ángeles negros me mentían compulsivamente, seguros de la autoridad de su engaño.

5.

La mañana del [barrio del] Raval huele a croissants recién hechos. Una mujer me llama desde el agotamiento de su propia carne. La ropa que lleva puesta no parece la suya. Evito sentir pena imaginando su dignidad. Huele a una mezcla de mantequilla con enfermedad, un aroma único que, de no encontrarlo aquí, habría que buscarlo en el bar de un hospital, con una madalena en la mano y al lado una bata oliendo a antiséptico.

Más tarde y después de poco dormir, el té. Hay gente conocida. Le hacemos un video a la pareja que se morrea con desparpajo y sentido escénico. Sobre las cinco habíamos quedado, y las cinco son. Estamos cerca del otro bar, que está en el cruce. Nos cambiamos al otro.

D. me había explicado, hacía ya unos días, cómo ser una señora, y a mí me importaba un rábano eso de ser mujer, hombre u otra cosa. Él tenía aquella necesidad de sobreactuación que yo hallaba repetida en los personajes del local donde había estado hasta el amanecer. Pero sobre estos no quiero hablar, ya que su actuación peligraba mi salud por demasiado real. No quiero acabar en una ruleta rusa, de ningún tipo. ¿Por qué la noche tiene que ser obscena, tanto para místicos como para putas y putos?

Desde esa noche he tenido pesadillas. Ayúdeme por favor.

Vi una vez a un actor que se ofreció en sacrificio, luego una mujer vino a socorrerle. ¿Sería su madre? Yo la conozco, o de eso me he convencido desde que la vi. Fue en Nochebuena. Yo quería follar y no había putas ni putos, pensé por momentos que estarían todos con sus familias, y la verdad… yo no me imaginaba que las personas cuyo trabajo es complacer a los demás cogieran día festivo en esos días de tanta soledad.

Uno paga por placer, no por disponibilidad inmediata.

Usted no sabe que yo sí he vivido la muerte… pero se está repitiendo con modificaciones. Seguiré experimentando la muerte. ¿Qué sentido hay en todo esto? Aquellos a quien yo más quería  se suicidaron, y ahora vuelven a mí en sueños eróticos. Hasta Mark Rothko me aparece en un sueño…

¿…Erótico?

No, me implora que no deje que obliguen a los judíos a convertirse al comunismo, y yo le pregunto “al catolicismo?” pero él se hace humo bajo una lente que distorsiona sus últimos cuadros sin título: en ellos los tonos oscuros se vuelven líquidos, la pintura se vuelve líquida, y tengo miedo de casi todo: miedo de que al comer uno de esos croissants recién hechos yo me encuentre con que no esté relleno de chocolate sino de esa pintura negra, y que la mujer que me ofrece placer a cambio de dinero sólo quiera echarme tinta negra a la piel, y que mis amigos, incluso los más… representativos (¿?), estén escribiendo mi guión con tinta negra, y eso es algo que yo no quiero en absoluto.

6.

He visto cómo un chico y una chica que iban en el metro se transformaban súbitamente en dos ángeles. Empiezan a correr por el vagón. Y sé que sin embargo siguen en sus asientos, chico y chica, pero los veo ángeles.

¿Los (veo) Angeles?

Los Angeles, no. Dos ángeles.

¿Dos…?

¡Sí! Le digo que son dos, dos ángeles. Tres, si contara conmigo, pero hace mucho que me fui al otro lado.

Su expresión es sombría. Sé, sobre todo porque me lo ha dicho antes, que otro lado es una metáfora, un desplazamiento eufemístico que le permite ubicar su formación delirante. Su infierno, más bien real, se deja representar por un imaginario casi jansenista. En esos infiernos ricos en detalles hay más penas y torturas pero también hay mucho más color y diversión.

Tres.

Conmigo, sí. Bueno… no, el tercer ángel, ya lo sabe, ya se lo dije, sufre daltonismo, le cuesta tanto concentrarse en sus ori… o… oficios…

¿Sus orificios?

Bueno, también me cuesta concentrarme en mis orificios (amplia sonrisa; con su dedo corazón apunta al oído derecho como para penetrarlo)… Si no me meo aquí mismo es por deferencia.

Me-ar-se.

(Risas) Oh sí, ¡eso es lo que yo tendría que hacer!

Sin embargo no se me-a por deferencia.

Me me-o si me refiero a mí, pero no me refiero a mí porque no nunca me han dejado mear, mear de mear, de… hacer pis. (pausa) Ahora que lo pienso… ese chico y esa chica… seguramente tenían ganas de hacerlo pero ahí en el metro no se puedo… no se puede.

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Y ese diálogo tan molesto… “Pero ¿qué hace usted? ¿Qué hace usted? ¿Acaso intenta robar mi cartera?” y yo: “¿Yo? No. Yo sólo intento vivir de acuerdo con lo que estoy soñando últimamente.

7.

8.

Martes

Mírelo bien, mire Usted. Aquí lo pone: servicio afectivo a mujeres. No soy eso que dicen. No quiero involucrarme. Sólo cedo mi cuerpo a personas de que no sepa enamorarme. Y menos ahora, que es Pascua casi. Estoy deseando quedar embarazada. No soy lesbiana… ¿me cree Usted? No sé porque creyen [creen/quieren] que yo lo sea.

Jueves

Cuando pienso en las clases de historia, a veces me acuerdo de la noche de los cristales rotos, y lo que está pasando ahora, ¿acaso no es otra noche de los cristales rotos? Las tiendas de familias judías… robadas, destrozadas, incendiadas por los terroristas chinos que van cogiendo todos los negocios, han empezado con los restaurantes, los bares… las tiendas de todo a cien, peluquerías, centros de belleza, autoescuelas… agencias de viajes, fábricas, mecánicos… y hombre, los inversores, las sectas… y bueno, pues las putas, pero… sin embargo las putas chinas no dan servicio afectivo a mujeres. Sólo hombres. Y discriminan tanto a judíos como a musulmanes. Solo se follan… a cristianos porque han perdido la moral y no consideran que tengan religión. Pero bueno, es semana santa y no quiero blasfemar.

Viernes

Al salir de casa me he dado cuenta de la destrucción. Es peor de lo que me pareció ayer. Yo me vi mucho más pequeño… pequeña, es como si yo fuera a ras de suelo. La gente me ve como un insecto. Como en el… La metamorfosis de Kakfa. Creo que soy un perro, pero no; busco mi reflejo en uno de esos miles de cristales rotos. Es como si me hubiera vuelto acondroplásico. Se ríen de mí. Una mujer china muy maquillada me coge y me alza al aire, me atraganto, casi le vomito encima, y ella pues casi me tira al suelo. Esta tarde cuelgan a dos amigas, bueno, compañeras que yo no veo desde hace meses. ¡Las cuelgan! Pero las veré. Tenemos que acercarnos a los que mueren, ¿no le parece?

Yo sí lo creo. Porque sólo me creo lo que veo, y la muerte hay que verla muchas veces para creérsela.

Sábado

Santo Dios, cómo huele a quemado. A cuerpos quemados olía. Los niños chinos están recogiendo trozos de cadáveres que estaban mezclados con cristales rotos. No se sabe adónde los van a llevar, a esos trozos de muerto. Pero ¡se les ve felices!

A los niños. A los muertos no.

Le hablaré de aquel lugar. Por la noche llega la monzón y la ciudad está limpia. No hay nadie, sólo yo en mi dimensión anterior. Miro alrededor. Huele a limpio. Voy hacia el mar. Me llama una voz conocida. Es Dios. Ha bajado a los infiernos. Esto ahí es muy recurrente. Cuando llega la monzón, es que Dios ha bajado a los infiernos para rescatar los que se arrepienten o los que se han quedado embarazados. Dios tiene el cuerpo inmerso en mierda pero no huele. Tiene un perfume que neutraliza los excrementos.

¿Neutraliza?

Sí… sí, como la bomba de neutrones neutraliza la vida en la tierra. La destrucción siempre purifica, creo. Eso es la lógica de la monzón. Entonces le pregunto a Dios qué hace ahí. Me dice que hace lo mismo que yo. Yo pienso que esta respuesta es demasiado informal para venir de Dios, entonces no me lo creo… Sí, ya lo sabe Usted, me resulta muy difícil creerme estas cosas, y si no las veo muchas veces… Como los muertos. Necesito verlos muy a menudo. Por eso, de vez en cuando, tengo que matar a alguna mujer, ¿me entiende Usted? ¿Entiende ahora lo que trato de decirle? Que si no veo no creo. Hay que creer para ver.

Hay que creer para ver.

9.

En la calle Bailén siempre hay alguien que me mira como si yo fuera peligroso pero ese alguien no siempre es la misma persona. ¿Eso me da más motivos para pensar que realmente parezco peligroso?

No lo soy, no lo sé. El otro día, al caminar ahí cerca, por Bruch, vi una foto en blanco y negro donde salía un hombre semejante a mí – sí, podría ser mi semejante – jugando con el contenido de un gran pote de tomate triturado, quizás kétchup. Lo que a uno le puede parecer kétchup a otro le parecerá sangre. Pero no hay sangre en las patatas fritas.

Bueno, esta conexión no es muy lógica, ¿verdad? Pero el otro día soñé que me paseaba por el Paseo de Gracia, justamente… me paseaba por el paseo (¿por dónde sino?) y había muchos anuncios luminosos que ponían cosas como: “Tú puedes salvarte.” “¡La redención es la carne!” “Pasolini asesinado por Petrolio”. Petrolio es su libro, ¡no su asesino!

Su libro incompleto, por cierto.

Es decir: por cierto, por ser tan cierto, se quedó corto. También en mí está previsto un… morir cilencioso.

¿Cilencioso?

Cilencioso… sí, como el cilicio que he llevado en silencio para evitar a…

10.

Engancho los apuntes nocturnos. Su discontinuidad resplandice. Sin embargo hay algo nuevo en juntarlos. Ceux qui se ressemblent, se rassemblent - Los que se parecen, se juntan. Incluso los que no se parecen. Los que no se identifican, a veces no se juntan y otras veces sí. Entonces llega la certeza de lo inestable, aquello que sabemos que puede cambiar pero no sabemos si cambiará, ni hacia qué, ni cómo. El porqué, ese sabemos que vendrá, según nuestra elección, de la moción interior causada por otro, no de una causa ajena. ¿Acaso me es otro totalmente ajeno?

No creo que las paradojas puedan cansarme. El principio de no contradicción, desde luego. Me he fijado muchas veces en aquellos que sólo buscan juntarse, incluso amontonarse: suele gustarles la no contradicción (entre éllos). Yo busco juntar lo que no se identifica y me encuentro a gusto con lo paradójico.

La tensión llevadera, el conflicto relativo, la jugosa ambivalencia que siempre adornan al deseo me proporcionan un goce inefable e implacable.

Sobre tu sueño

La torre roja (1913), Giorgio de Chirico. Óleo sobre lienzo 73.5 x 100.5cm. Museo Peggy Guggenheim, Venecia.

Este es el cuadro que me has pedido. Quizás el original, más allá de su presencia, con su olor de pintura y su textura inapreciable – porque prohibida – pudiera darnos algo más sobre lo que hablar. Pero en ningún caso nos daría información adicional. De Chirico – o de Christus, como le has rebautizado – podría ser un simbolista, pero no un metafísico, por lo menos en el sentido estrecho que tenía la palabra apuesta al movimiento en que lo catalogaron. Podría ser un simbolista presurrealista, apresurado… presocrático. Empiezas a analizarlo y ya lo has perdido. Se habrá perdido para ti esa unidad que tienen para nosotros los fragmentos de Heráclito.

Me lo has pedido, supongo, porque podría ser un lugar común a sendos sueños. Me refiero al que me has contado y al que te he recontado yo, haciéndome cargo de representar tu propio sueño para ti, haciéndotelo impropio, destituido de ti, intuyo.

Da la impresión de un nódulo de vías que conducen a la torre. No quisiera llamarle falsa impresión porque no es cierto que el enunciado de un sueño, si es que hay enunciado una vez elaborados sus contenidos, sea apofántico. Tras la heurística del deseo, ese rodeo que le permite a uno demorarse en lo más extraño y en lo más íntimo, el enunciado de un sueño, mejor dicho, lo no enunciado en el sueño deviene justamente apofático. Lo innunciado se vuelve lo que es: innunciable, impronunciable. Pero aún no pudiendo ser enunciado y traducido, según la impostora expectación, al logos de la consciencia y mediatizado en un discurso que los demás puedan matar con su ansia de comprensión, aquello que el sueño guarda en su agasajado dominio de inquietud y cuestionamiento se hace rociar la esencia de lo inefable.

Vivimos los dos en unas casitas que las del cuadro nos pueden recordar; pero a diferencia de éstas, representadas, donde jamás hubo nadie, en aquellas donde vivimos ya no hay nadie. Y aquí es donde cala el agua inquinada de la memoria, pero no siempre el licor del olvido.

Absolver / Body art? / Hemos hablado…

Ilustración en Histoire de Juliette del Marquis de Sade, 1797

Absolver (con algunas cosas de Herberto Helder)

“Pero María guardaba todas estas cosas, cotejándolas en su corazón” Lc. 2, 19

Se llama sexo
a una parte del cuerpo
como si todo el cuerpo
las manos los pies la cabeza
no fueran también sexo
el pene la vagina
los testículos las tetitas
son frágiles
vulnerables
están expuestos
a la crueldad
son flores
o musgos
puedo estar nuda y ser casta
no tengo nada de monja viciosa
y libertina
con toda mi atención
te toco
te doy mis sentidos
mis sentimientos
siento mucho
haber estado mucho contigo
es una cosa buena
que mejora el mundo
que le da belleza
agradezco haberte encontrado
y haber hecho lo que he hecho contigo
con la cabeza en las manos
y los ojos llenos de lágrimas
sueño contigo conmigo

Adília Lopes, O peixe na água (El pez en el agua)

Body art?

Con los remedios
engordo 30 Kg
el cartero me pregunta
cuando
tendré al niño
en los transportes públicos
las personas se levantan
para darme el asiento
siempre me siento
Adelgazo 21 Kg
las colegas
de la Facultad de Letras
me preguntan
si es niño
o niña
En el metro
un muchacho
y un viejo
discuten
si yo estoy embarazada
el muchacho me quiere
dar el asiento
Detesto
el sufrimiento

Adília Lopes, Sete Rios Entre Campos (Siete Ríos Entre Campos; se trata de un juego con nombres de paradas de metro en Lisboa)

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Hemos hablado tantos años de tan poco
entre los campos
del cuerpo
el habla hiende los dientes
el cuerpo que te oye ampara
tu habla
Es el último día pero qué día
podría detener así la boca
decíamos aún que vendríamos
oírnos el uno al otro
el habla dolorosa encuentra los dientes
y miro tu boca como un cuerpo

Gastão Cruz,”Falámos tantos anos de tão pouco” in Teoria da Fala

El desierto

“El desierto I” in Inri, de Raul Zurita

Abajo las infinitas piedras del desierto, montañas de piedras, laderas, infinitas piedras sobre el desierto com un mar. Arriba el cielo, el cielo azul que cae.  Las piedras gritan al estrellarse con el aire, con el cielo que cae.

El desierto grita. Hay un muro de cal con nombres. Hay un muro blanco y pequeñas botellas con flores de plásticos que gritan al doblarse bajo el viento.

Un poco más lejos hay un barco. Nadie diría que puede haber un barco en el medio del desierto. Es un barco grande, herrumbroso, recostado encima de las piedras. Nadie lo diría, pero está allí. El mismo cielo que cae sobre las piedras cae sobre él. Todas las piedras gritan.

Gritan, el desierto de Chile grita. Nadie diría que esto puede ser, pero gritan.

Fuente: Cervantes Virtual