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Eugenio Lucas, "Condenados por la Inquisición" (Museo del Prado)

Eugenio Lucas, “Condenados por la Inquisición” (Museo del Prado)

La doctrina del pacifismo es una técnica de adiestramiento del pueblo utilizada por quienes temen la acción directa por parte de una minoría que sigue despierta y que ya no es tan minoritaria debido a ciertos errores de cálculo del capitalismo que atrofiaron excesivamente a la clase media. El pisoteamiento de un cuerpo no está libre de consecuencias, y no todos quienes han sido víctimas de falsas promesas, créditos, preferentes, hipotecas, desahucios, arrestos, agresiones físicas y otras formas de tortura seguirán soportando, indiferentes, las atrocidades de una clase que solo ve otro Real. Conviene advertir que, si unos se suicidaron, otros podrían matar.

El español, por supuesto, no es en general un pueblo que preocupe en demasía a sus gobernantes, ni parecen serlo los demás pueblos de su ámbito de gobernación, como sean Cataluña y el País Basco, tan indistintamente españoles en estos días de siniestra diversión. El conflicto entre Israel y Palestina, alimentado por las industrias bélicas de sus respectivas economías de soporte – Estados Unidos e Irán, fundamentalmente – es, después del Mundial de fútbol, la necesaria cortina de humo que viene restablecer unas divisiones que en nada harán peligrar el orden establecido. Si en Israel la cantante Noa divide entre moderados y extremistas, en Hollywood Ben Shapiro lo hace entre actores sionistas y antisemitas. Pero nadie parece dividir entre quienes piensan y quienes no, y el caso es que identificarse con la víctima de un enemigo común le permite al bárbaro ocultar su ignorancia y cubrirse de moralidad.

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El ensañamiento contra Israel no se ha visto contra los gobiernos que en las Azores se unieron con despudorado oportunismo para atacar a Iraq – uno de los cuales la misma España –, ni contra los países que fomentan el fundamentalismo religioso que dio lugar al atentado en el metro de Madrid y, según la versión oficial, a las Torres Gemelas en Nueva York – algunos de los cuales apoyan a Palestina. Tal es ese ensañamiento que se corre un tupido vuelo ante las palabras racistas de la activista Pilar Manjón, en una referencia que en Estados Unidos se hubiera considerado como mínimo deleznable, cuando lo suyo sería rectificar las palabras aún sin cambiar su posición fundamental.

Pero quizás sea esa la posición fundamental y Pilar Manjón solo le haya servido, inadvertidamente, de representante: el odio a la comunidad judía, heredado del proselitismo católico a través de toda clase de clichés y preservado por una sospechosa neutralidad durante la Segunda Guerra, sigue destilando hoy un hervor antisemita quizás no muy distinto del que encendía al pueblo en las plazas durante los autos de fe. ¿Qué lazo une las modernas naciones islámicas a España sino la convergencia en un mismo enemigo? ¿Qué tienen en común, para el pueblo español, la condena a ciegas al pueblo judío y la reacción al horror que persiste en Gaza como un asunto nacional, cuando en España la sección internacional en los informativos casi siempre ha sido mucho más escueta que la de los deportes? ¿Acaso no será la misma desmemoria histórica que, con la misma facilidad que al franquismo, olvida ahora las consecuencias de la crisis y la corrupción del Partido Popular, que tras años de financiación indebida, gestión dolosa y de achacar a ETA la autoría del 11M, aún sigue gobernando?

Es posible no estar de acuerdo con la opinión pública ni con la prensa oficial. Es posible hablar de genocidio sin odiar al pueblo judío y a su deseo de poder elegir entre la diáspora y la paz en su propia casa. Es posible que cohabiten dos Estados en un mismo país siempre que sus aliados efectivamente se desarmen y, si otra convivencia no es posible, un nuevo muro separe a esos dos Estados. Sin embargo, en el sistema de gobierno actual las guerras son tan necesarias como el fútbol, aunque la moral enseñe que son malas porque matan más (el fútbol también mata: solo hay que mirar la prostitución infantil en Brasil durante el Mundial, las condiciones laborales en las plantas de producción de las marcas deportivas, el blanqueamiento ético de la fundación Qatar y otras obras sociales en el sudor gratuito de los jugadores). Las guerras permiten regular la animadversión hacia los líderes, que reaparecen como iconos creíbles en un mar de inestabilidad e incertidumbre, o simplemente desaparecen tras un plasma o tras el olvido. Las guerras permiten aún olvidar que la democracia está todavía por conseguir, que somos nosotros quienes tenemos que empezar el desarmamiento. No olvidemos que el partido “nazi” también necesitó inventar un enemigo, y el pueblo se lo creyó.

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