Para acercarnos a la descripción del proceso de significación parece oportuno preguntar qué sería el dominio del signo.
Empezamos por discernir cuáles son los sentidos de “dominio” que primeramente se nos ofrecen a la consciencia. Uno, el dominio como área, casi como ámbito. Dos, el dominio como dominación, según sugiere uno de mis casos y toda una serie de experiencias más bien no descritas. Tres, el dominio de como sometimiento a.
En el primer caso querríamos decir: el ámbito del signo, de ese segmento destacable, separable de un continuo o contexto lineal, especialmente acústico. En realidad, lo que son los espacios entre signos en un texto escrito como este no se traduce casi nunca en el habla so forma de silencios o hiancias de pronunciación. Claro que el signo también puede ser destacado, separado de un contexto visual, si entiendes lo que ves del mundo como un continuo presencial, una pantalla cuyos límites no son otros que los del lenguaje que, como un segundo velo, recubre esa pantalla para liberarla de su caos. Por eso, aunque el mundo pudiera existir antes del lenguaje, sería intratable, incomprensible de la misma manera que todo permanece incomprensible si no lo abarca algo de lenguaje.
En este sentido, el dominio del signo es un ámbito de especialización en el que aspectos del mundo se diferencian gracias a alguna mirada que los rescata de su primordial indiferenciación no solo porque los encuentra como algo aislable sino porque les procurará un sentido. Ese es el paso del significante al signo, es decir, del aislamiento de una posibilidad que puede contener muchas más a la fijación de solo algunas de esas posibilidades sintetizadas como significados. Sin embargo, cabe remarcar que las posibilidades del significante van mucho más allá de lo que se conviene como sus significados, actuando los diccionarios y cualesquiera instituciones de definición de significantes como represores de lo posible.
En el segundo caso, si entendemos dominio como dominación, “dominio del signo” significa al signo como dominante. El significante “signo” aparece como dominante de algo, sobre algo, en algún ámbito que es ese dominio. Decir que es un significante-amo sería quizás leer demasiado, pero en todo caso se trata de un dominante, de una función quizás, con su ámbito de tratamiento. ¿Qué puede querer decir esto? La función parece tratar de las cosas que están bajo su dominio de funcionamiento y, considerando la hipótesis de que el signo sea una función, su dominio podría ser todo lo que es tratable como una unidad aparentemente no colapsable. Del mismo modo que el signo, en apariencia indivisible o no colapsable, resulta del colapso de un significante con un significado, todo lo que puede aparecer como signo cae bajo esa función dominante que permite los fenómenos de significación a la vez que regula la apertura del significante, limitándola. Tenemos pues, en el signo y en su dominio, el carácter colapsado de todo lo que aparece como unido y cerrado y el carácter tratable de todo eso que en el fondo no es más que un efecto de solapamiento. La escucha analítica viene a ser aquella de trata de reivindicar en su acto mismo ese segundo carácter, casi siempre sometido al primero.
En el tercer caso, si entendemos dominio como sometimiento, poniendo así el foco del genitivo en el objeto, se significa la dominación ejercida hacia el signo. Dominar el signo aparece como la hipótesis simultáneamente represiva e infantil de que sería posible y deseable controlar los cierres de significante. El significado es de un orden necesario al uso del lenguaje común, y sin él nada tendría sentido. Pero se necesita, para liberar al sujeto en su función sagrada de ser-separado, una relación mucho más abierta con el significante. Dicho de otra manera, el significado no puede seguir dictándole siempre al significante que éste tendrá que darle cabida. El resultado de esta dictadura del significado es una catástrofe humanitaria en su sentido más estricto: el hombre, el que tiene la palabra, se queda sin significantes que digan su experiencia única de sentido. Y una vida sin sentido es eso mismo: una vida insignificante.