107. La mañana siguiente despertó mancillada por los rostros de los políticos que, como condenados, colgaban de las paredes de los edificios. Además de esos carteles desfigurados por la lluvia, el viento dispersara pequeños folletos de propaganda por el suelo. Eran como hojas caídas de árboles siniestros que los camiones de la limpieza no habían pasado aún a recoger.
108. Ese amanecer político y gris de un lunes como otro cualquiera no me hizo olvidar que ese día, precisamente, no era un día cualquiera. Yo estaría con Fenelón, nombre incrédulo para un chico del circo.
109. Incrédulo o increíble.
110. “Soy gitano”, dijo en voz muy baja, como si, por primera vez, se avergonzara. Lo dijo moviendo bruscamente la rubia cabeza en dirección al descampado. Volviendo la cabeza de nuevo hacia mí, tras una mirada lejana que alcanzaba mucho más allá de las caravanas, dibujó con sus ojos un guiño enigmático que subrayó con una mueca bien estudiada, como si tratara de disfrazar la timidez inicial. Entonces le llamé por su nombre como quién invoca: “Fenelón…” “¡Félix!”, atajó, “¡Félix! Me llamo Félix. Suelen confundir mi nombre. Hace poco me llamaron Flix. Una vez incluso me llamaron Fénix.” Nos reímos. Aproveché ese momento para explicarle que no me equivocara sino que había soñado que se llamaba Fenelón. Al instante me puse de todos los colores. “¿Ya has soñado conmigo?”, fue la pregunta que me hizo, como yo temía.
111. Me sorprendió la forma cómo lo preguntara. “Quiero decir”, aclaró, como quién se da cuenta de que también ha dicho algo que dice más de lo que pretendía, “estoy aquí todavía ¿y ya he entrado en tus sueños?” Lejos de aclarar el sentido o rehuir algo que podría ser vergonzoso asumir –o que al menos lo hubiera sido para mí– había añadido algo más sorprendente aún. “No sé si entiendo lo que dices”, confesé. “Me refiero”, replicó, “a que hay niños que creen en dios. A mi no me enseñaron a creer en nada. Sin embargo creo en los sueños. O más bien aprendí a creer que puedo entrar en los sueños de algunos de los que me ven actuar en el circo. Pero tú no me has visto actuar siquiera. Para ti soy un chico como otro cualquiera. Cuando vengas a verme al circo… bueno, yo pensaba que cuando vinieras verías a otro chico y entonces yo podría entrar en tus sueños porque cuando estoy ahí no parezco el mismo.” “Ya me gustas como eres”, dije, dejando atrás toda vergüenza. “¿Y no te gustaría conocerme como no soy?”
112a. La diferencia entre la voluntad y el deseo no estaría en que la primera no triunfa sobre el compromiso pero sí el segundo.
112b. ¿Acaso el deseo triunfa necesariamente del compromiso?
113a. Solo el inconsciente puede triunfar sin fallo
113b. – porque juega poco y bien.