“No digo que se mueva la tierra; sino que toda ella padece mudanzas”
Francisco de Quevedo, Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo: envidia, ingratitud, soberbia, avaricia (1635)
La lítotes es la figura de estilo que consiste en decir que no se va a decir algo. Por otras palabras, se trata de decir algo afirmando o anunciando que eso mismo no se va a decir. Algunos ejemplos, con distintos contextos y proyectos de negación son: no diría que soy celosa; no hace falta decir que hagas como en tu casa; no te digo que no te quedes; no vamos a decir que será fácil. El contexto de negación, en estos casos, viene dado sobre todo por el tiempo (no vamos a decir, no te digo) y modo verbal (no diría) y por la persona (primera, segunda, tercera o implícita en un objeto ausente: no vamos a decir que será fácil – ¿decirle a quién?)
La lítotes supone ya la redundancia de decir que se dice. Por eso, como ocurre con la negación, que añade una secuencia (adverbio, prefijo) a aquello que quiere negar (un adverbio: no quedan entradas; un prefijo: es intolerable), la lítotes añade, además de la negación, una reafirmación o refuerzo del acto enunciativo. Así pues, una utiliza fórmulas tales como “no diría que soy celosa” pero con mucho menor frecuencia utilizará este tipo de reiteración en una frase declarativa afirmativa: “digo que soy celosa”. Una excepción serían los casos en los que esa reiteración tiene valor de imperativo: “te digo que te vayas”.
La negación introducida por un adverbio o un prefijo no es de la misma naturaleza que la de los antónimos o nombres contrarios. Nombres no refiere aquí solamente los substantivos, ya que podemos considerar relaciones de antonimia en otras categorías gramaticales: adjetivos (lento, rápido), verbos (subir, bajar), adverbios (lejos, cerca). Por eso se aprecia una diferencia de sentido entre una frase afirmativa con un verbo determinado y otra frase negativa con un verbo antónimo, por ejemplo, entre “te digo que te vayas” y “no te digo que te quedes”. La oración introducida por el verbo es en ambos casos de tipo completivo, por lo que el modo verbal es, también en ambos casos, el subjuntivo con valor optativo, muy cercano al imperativo. Sin embargo, la frase afirmativa impone un mandato que reduce el espacio del otro a la obediencia o a la desobediencia (por ejemplo, yéndose o diciendo “No me voy”), mientras la frase negativa representa una posibilidad de menos o en falta, que expone un espacio de falta en el que hablante y oyente pueden pactar desde esa comunidad; y es ese espacio compartido de la falta lo que la negación parece introducir como posibilidad mucho más interesante que la impostura de la afirmación neurótica.
Antes de reflexionar sobre la doble lítotes o, mejor dicho, sobre la lítotes introduciendo una negación (no te digo que no te quedes), detengámonos un poco en lo que la doble negación en un enunciado permite deducir en cuanto estructura lógica que es, y en cuanto lo que llamaré pragma de falsificación. ¿Qué quiere decir una negación doble? ¿Qué es lo que se niega tras el redoblo de la negación?
Pongamos por caso que lo verdadero es antónimo de lo falso, antes que al revés. Lo verdadero, que sería desconocido por el yo (función de desconocimiento), encontraría en lo falso su negativo. Lo falso, falsum, lo caído, sería lo conocido por la experiencia mientras lo verdadero sería lo desconocido, lo aplazado, lo obsceno. Pero el desliz, la caída, el quedar atrapado no serían falsedades gratuitas; caer sería, en efecto, la condición primera del conocimiento, como indica ya el mito adámico. Lo falso sin lo verdadero es el fin de la lógica pero lo verdadero sin lo falso no es.
Que lo falso sea el negativo de lo verdadero, eso no basta con tomarlo en un sentido fotográfico, en que lo verdadero es la otra cara, el otro de lo falso, el que está delante y por eso en oposición, sino que cabe reconocer un sentido más activo, en que lo falso, en cuanto negativo de lo verdadero, es la condición de inquietud que permite la búsqueda de la verdad. La íntima relación significante entre lo falso, lo fálico y lo falible manifiestan esa inquietud que evoca la angustia de castración.
Así, cuando digo “no digo que no seas ingenua”, la negación actúa una especie de doble falsificación sobre lo que digo (un no-decir) y sobre lo que ella es (una no-no-ingenua) pero lo único que niego es una parte de la posibilidad de que aquella a quién se dirige el enunciado no sea ingenua, lo que permite mantener abierta la posibilidad de que ella sea ingenua. Repito: solo se niega una parte de la posibilidad, lo que significa seguir sosteniendo una parte de posibilidad.
El doble-no es una cerradura, un cierre propiamente dicho, con apertura, una puerta por donde se sale pero también se entra, un poro, un orificio. Pero con el ejemplo anterior (“no digo que no seas ingenua”) no he hecho sino extremar el funcionamiento de la lítotes, poniéndolo a prueba con un contenido negado, es decir, entrometiendo en la fórmula estilística de la lítotes (no digo que…) un complemento también negado.
La lítotes introduce un no particular en un doble sentido: un “no particular” porque no niega solamente un objeto o premisa particular sino que niega más de uno, cargando de negatividad tanto el acto enunciativo como el hecho enunciado; y un modo particular de pronunciar el “no” que lo convierte en un poro de afirmación.
La lítotes por sí misma da cuenta de cierta maestría del no y por ello es un signo relativamente fiable de neurosis. Esto no quiere decir que al escuchar a un hablante hacer uso de la lítotes estemos delante de un neurótico, como si conociéramos a priori si se trata de un uso trópico o no; cuál es el contexto enunciativo de ese tropo; hacia qué se dirige y sobre todo qué motiva ese uso estilístico. Además, demuestra una falta grave de rigor confundir a la neurosis, que es un modo de habla, con “un neurótico”, que es una construcción del discurso clínico para soportar la diferencia del analizante, es decir: para hacerla soportable y para sujetar su continuidad.