93. Volvimos a casa en silencio por un camino absurdamente largo. Podríamos haber cruzado la acera, bajar las escaleras junto a los contenedores y cruzar el parking. Pero era un parking a cielo abierto. Entonces nos metimos por unas escaleras muy estrechas, mi padre delante, yo detrás, contra una pared sin más color que el de la mugre que el viento arrastra y acumula. Al final de las escaleras encontramos el túnel por donde algunos coches, sueltos y solitarios, iban hilvanando líneas discontinuas de luz que interrumpían la penumbra. Mi padre me hizo cruzar el túnel antes que él. Me decía cuando podía cruzar una vía, luego la otra. Tuve miedo que un coche me atropellara. Entonces me di cuenta que en realidad quería seguir viviendo.
94. Al fondo del túnel no había más luz, pero había un parking cubierto que, atravesándolo, nos devolvía a casa. Mi madre ya estaba durmiendo o, por lo menos, ya se había acostado. Era imposible saber si dormía porque yo desde luego no entraba en su dormitorio. Casi nunca.
95. Pero las luces de la cocina y del salón estaban apagadas y solo los coches que acosaban las puertas del Figuero repartían sus luces indiscretas por las ventanas, esparciendo un claror difuso que penetraba los interiores.
96. Escuché cómo mi padre sacudía los paraguas en la bañera y luego me dio las buenas noches. Esa noche no le contesté y la verdad es que no sabría decir el porqué. Pero que él no pareciera echar de menos una contestación por mi parte me hizo pensar no que estuviese muy cansado o que mi respuesta, como una alucinación, llegara igualmente a sus oídos, sino que, para él, tener buenas noches no dependía en absoluto de mi, ni de que yo se lo deseara, aunque por costumbre o de boca hacia afuera.
97. Esa noche me quedé en el salón hasta muy tarde, mirando en la oscuridad, a través de la ventana, los coches que llegaban, los hombres que salían, las mujeres que los acompañaban o que parecían estar esperándoles. Me llamó mucho la atención que de un coche saliera un hombre acompañado por un chico y una chica solo un poco más mayores que yo. O eso pensé. En todo caso, hoy puedo afirmar que eran mucho más jóvenes que las putas del Figuero, como las llamaba todo el mundo.
98. En ese momento supe que algún día acompañaría a un hombre mayor.