El cuerpo que yo quiero tener

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Entre el culto de la belleza y la religión de la salud, la línea ha adelgazado tanto que no le resulta difícil a la cosmética disfrazarse de cuestión vital – y lo es para muchos, seguramente. Pero la cosmética no es solamente el tratamiento de cutis, el maquillaje, la peluquería, la cirugía estética; ella influye sobre la masa corporal, en casos tan frecuentes como pueden ser las dietas y el ejercicio físico, métodos para perder peso o ganar masa muscular.

Aunque estos y otros métodos produzcan efectos sobre la imagen del cuerpo, tanto la que tiene uno mismo como la que tiene una otra, se ha reservado el término compuesto bodybuilding para una serie de prácticas consideradas deportivas que consisten mayoritariamente en la repetición voluntaria de movimientos que causan la contracción y distensión de determinados músculos o conjuntos de músculos, resultando en la hipertrofia de los mismos. Si los movimientos son apoyados por objetos relativamente pesados o aparatos que facilitan el descanso de unos músculos y la concentración del esfuerzo en otros –siendo unos y otros diseñados, muchas veces, específicamente para ese objetivo– la voluntad de repetición puede ser apoyada por un objeto muy distinto. Para entender qué objeto es ese, vale la pena quizás detenernos en algunos aspectos del imaginario del bodybuilding: promesas, defectos especiales, fantasmas.

Construir un cuerpo: he aquí una primera promesa, la más explícita. Pero construir ¿qué cuerpo? Puede parecer osado ponerse a construir un cuerpo –o a cultivar, como sugiere el otro nombre ‘culturismo’– sin saber qué cuerpo se va a construir o se está construyendo. Las respuestas parecen evidentes, o por lo menos salen con aparente espontaneidad: es tener un cuerpo ‘así’, ‘el cuerpo que siempre quise tener’, un ‘cuerpo de tío’, o de ‘tío bueno’ o de ‘tía buena’, un cuerpo ‘sano’, un cuerpo que haga ‘que las tías me miren’, un cuerpo ‘más trans de lo que tengo ahora’. Si es cuestión de palabras más que de un cuerpo realmente existente, ya que incluso los modelos muchas veces imitados y/o deseados son representaciones no mucho más reales que eso, entonces se trata de preguntar qué cuerpo construye el discurso del bodybuilding o, antes incluso, qué imágenes o imagen construye ese discurso.

Si el deseo sitúa a su objeto en el plano de la irrealización –porque lo que yo ahora quiero es lo que ya no tengo o no tengo todavía –, querer un cuerpo es fundamentalmente no tenerlo o no tenerlo como suyo. El bodybuilding promete así, ante todo, la construcción de un cuerpo ajeno. Esa extraña promesa la hace bajo el velo brillante de los modelos, con todo lo que tienen de paradigma y ofuscación. Es el falo asimilado a la visión del cuerpo del otro en todo su esplendor de fascinación, engaño y poderío; y es un tipo de falo particularmente eficiente en el entramado de desubjetivizante de la ideología.

Efectivamente, gracias al bodybuilding y a todas las prácticas que innegablemente pueden cumplir una función cosmética –es decir, eugénica–, la ideología logra desalojar el cuerpo de su singularidad. Gana su batalla por la liquidación de la diferencia con el comodín de los argumentos morales, clínicos y estéticos (es malo, es feo, es susceptible de rechazo). El aprendizaje de la diversidad queda totalmente en entredicho; de lo que se trata es de poner atención en las instrucciones del amo para lograr los objetivos y ser, no uno mismo, sino ‘exitosa’, ‘atractivo’, ‘feliz’, ‘modélico’. Fálico.

El cuerpo fantaseado es por eso lo que podemos llamar un objeto pulsional ambiguamente interceptado o amboceptado porque el cuerpo que yo quiero tener son en realidad dos: el que yo quiero lograr, por ejemplo, para sentirme más capaz de seducir, y ese que quiero seducir y poseer sexualmente, aunque no sea bien consciente de ello o intente no serlo. Pero se trata, en el fondo, de las dos caras de un mismo fantasma: ¡quiero mi cuerpo! Porque mi cuerpo no es mío.