En pleno siglo XII nace de la cultura del feudalismo el amor tal como lo hemos idealizado. Esa idea del amor se confunde con su primera expresión, la cançó provenzal y las cantigas de amor. ¿Cuánto de cortés tienen a día de hoy el amor y sus declaraciones? El amor cortés es fundamentalmente el canto del amor de la distancia. Esa distancia es espacial, como indica la expresión “amor de lejos” (“amor de lonh”), y también clasial, ya que en ese y otros cantos, o cantigas, encontramos a suserano y vasallo, es decir, representantes de clases sociales perfectamente estáticas. El suserano es quién conquista la tierra y la gobierna, mientras el vasallo es quién la trabaja como forma de servicio y fidelidad a su senhor. En la cantiga de amor galaico-portuguesa, se canta al señor (“senhor”), nombre por el que se refiere indiferentemente un género u otro, pero que siempre designa una posición de poder. Para el vasallo, la señor tiene poder temporal y además tiene poder sobre su corazón. Él canta su amor no correspondido o que, más bien, recibe como respuesta el menosprecio o el desinterés (“sanha”).
La invención del amor laico (“fin’amor”) y la del amor místico son coetáneas; un amor y otro se distinguen pero ambos tienen que ver con una distancia insalvable. El amor nace pues bajo el signo del poder, con lo que este tiene de separador, y marcado por la distancia. La distancia es tanto espacial como jerárquica. Considerando que jerarquía hace referencia a la prioridad o precedencia (“archia”) de lo sagrado (“hieros”), podríamos realmente hablar, en cuanto a señor y vasallo, de dos posiciones asimétricas y mútuamente dependientes. En todo caso, me parece importante tener presente la idea de jerarquía al pensar hoy día sobre los sentidos que adquiere el amor en la experiencia sexual que de forma más explícita se juega como relación de poder: el BDSM.
Ataduras de amor
¿A qué da nombre el BDSM? Sus iniciales significan bondage (esclavitud) y sadomasoquismo, o sadomaso. Por un lado, remiten a una ligadura o atadura (bondage) y por otro a una dependencia recíproca (entre la posición sádica y la masoquista). Se trata de una atadura que aparece físicamente mediada por una cuerda u otro objeto que permita atar, y otra no física que se materializa en un vínculo psíquico. Este vínculo, aunque se pretende compartido entre quienes intervienen en la relación sadomaso, es necesariamente desigual, como lo es todo sentimiento experimentado hacia alguien respecto del sentimiento que el otro experimenta hacia mi (otra cosa, claro está, es que nos guste creer que el sentimiento es el mismo). Para entender mejor un conjunto de prácticas que escenifican relaciones de poder y que están apoyadas por varios discursos acerca del sexo, es importante asumir que hay mayor semejanza entre atar y estar atada (o entre dominar y someterse) que entre lo que siente cada uno hacia su otro.
No se puede negar la importancia y la ambivalencia que tiene en el BDSM la atadura entre sus partes o participantes. Es importante señalar que toda relación humana es sexual y recordar el sentido libidinal de toda economía, que no es ajena a una relación de poder que empieza por la disponibilidad. Es la creencia de que otro dispone de lo que yo no tengo, o viceversa, lo que me hace plantear la hipótesis comercial. La disponibilidad, ya se interprete como oferta (contra una demanda) o como tiempo (que también puede ser objeto de oferta), es un fundamento de poder.
Sexo y poder
Muchas veces, como en la película Un año sin amor de Anahí Berneri, se tiende a vincular el BDSM al sexo antes que al amor, e incluso las relaciones más estables se representan habitualmente como acuerdos estables de tenencia, en los que las posiciones de ama y esclava suelen ser fijas y fijarse además en el tiempo, debiendo la esclava fidelidad a su ama excepto si esta última le concede permiso para ser poseída por otra ama. Este y otros tipos de norma (las excepciones también suelen estar reguladas y normativizadas) son deudores de un modelo económico de relación y se revisten de particular interés para entender situaciones en las que dicho modelo también opera pero de una forma mucho menos visible, hasta perder toda visibilidad como conviene al poder fáctico. El carácter obsceno del BDSM es en gran medida el de cualquier discurso o práctica que exhibe lo consabido dentro de un contexto hegemónico, haciendo así peligrar la discreción con la que opera la ideología.
El BDSM tiene aún la virtud de segregar en un código complejo pero relativamente contenido una serie de dispositivos de control que se juegan en la arena social: las fantasías de libertad y empoderamiento, el delirio de grandeza y de omnipotencia, el apremio de la complacencia (o la promesa de apremio), la puesta en relación del sufrimiento. Estos y otros dispositivos funcionan como sostenes de la miserable realidad del sujeto, tanto si juega a ser amo como esclavo. Uno es miserable porque ignora, el otro porque consiente, pero el primero se cree poderoso porque somete, y el segundo porque se siente digno de ser sometido, o de serlo por ese otro concreto. Hablar o no de amor en el BDSM quizás no sea lo más interesante, ya que la atadura no implica un vínculo de ese tipo ni depende de él, sino que puede tener lugar como pacto autónomo. La cuestión del sexo, que por otra parte se puede abstraer un poco más de la particularidad de los casos, me interesa bastante más, ya que al plantearla uno se plantea, inversamente, qué entiende por sexo, algo que sigue en abierto.
Distancias de cortesía
Aún así, para hablar de este tipo de sexo, hay buenos motivos para referirnos al amor cortés como un modelo de comprensión de la relación entre amantes que codifica preceptos de acercamiento e informa fantasías y morbos.
¿Cómo se actualiza el sentido cortés de la distancia en el sexo BDSM? Para dilucidarlo, podemos distinguir al menos tres tipos de juego que permiten interpretar la distancia de distintas formas.
El aislamiento en la mazmorra o establo. Es la imposición de una distancia regulada por la voluntad del amo o por la capacidad de resistencia del esclavo. Aún en lo que se puede describir como una figuración de la soledad, el sufrimiento por la privación está puesto en relación directa con el deseo del otro. Esa puesta en relación es de algún modo la bisagra que proporciona el articulación del goce, incluso en prácticas que pasan por la inmovilización, como el bondage, la momificación, la crucifixión y ciertos tipos de aislamiento.
La idea misma de “aguantar el dolor”, susceptible de ser cuestionada por quienes no practican el BDSM, puede aparecer como representación para quienes sí lo practican pero en el BDSM, precisamente, no se trata de una cuestión literal sino de que ese aguantar es un sostener y ese dolor es una elección de goce (no como una elección necesariamente consciente, sino como opción elegida por un destino posible, como cuando hablamos de elección de objeto en cuanto a la “orientación sexual”). Sin embargo, el dolor no es un aspecto característico del aislamiento sino de la mayoría de prácticas que se interpretan en el sadomasoquismo. Es el dolor de la privación resultante de la segregación del esclavo y la asociación misma entre esta separación escenificada y el goce que de ella puede resultar lo que caracteriza al aislamiento como forma literal de traducir la distancia. A diferencia del amor cortés, la distancia aquí tiene una topografía intencional y es generalmente pactada entre dos que se corresponden. Si se aman o no, eso depende de qué queremos que sea amor.
La deshumanización, que normalmente refiere juegos de animalización como el “dog training”. Se guarda una distancia respecto de la racionalidad, la moralidad, y sobre todo el lenguaje. Hay un acercamiento a un imaginario de instintual a través del ejercicio de una reducción de todo deseo a una voluntad de obediencia y a lo pulsional, a la desconsideración de lo moral y lo conveniente, a la producción de sonidos y gestos no significantes sino indiciales (que permiten reconocer a alguna clase de animal pero no significan más que la intención mimética presente). En este caso puede observarse una resolución por parte del esclavo de abandonar aspectos identificados como humanos pero que en la práctica son más bien aspectos de civilización, de lo que se considera el decoro, la moral y, a otro nivel, el buen gusto, la corrección social, las normas que dictan qué posturas y movimientos se consideran correctos en sociedad.
La deshumanización significa, en estas formas de sexo neocortés conocidas como BDSM, un desprendimiento o desprendizaje de lo aprendido, lo que un día fue objeto de educación. No deja de ser curioso que algunas prácticas causadoras de malestar o dolor se conocen bajo el nombre genérico de “disciplina”, nombre que, por metonimia, refiere a veces algún objeto con el que se castiga el cuerpo. Sin embargo, suele tratarse de una escenificación mediante la cual la ama se erige en representante del nuevo orden y la nueva ley, a la que el esclavo debe demostrar su complacencia, sumisión y, en ciertos casos, fidelidad, cuando la función lúdica se vive como “serious game” o forma de convivencia, pudiendo difuminarse la frontera entre lo privado y lo público de modo a potenciar la humillación a través de la exhibición del juego de poder.
Switch o intercambio de roles, en el que cada jugador pasa, a veces en la misma sesión, de un rol dominante a un rol sometido y viceversa. El poder se manifiesta en cada actor de forma alternada, intermitente. Se trata de una versatilidad actuada en la misma relación y situación: los participantes pactan la reversibilidad de sus roles, compasada por ejemplo por una contraseña que no hay que confundir con la seña de límite (la palabra de seguridad pronunciada por la esclava para indicar un límite de goce y pedir el cese temporal o definitivo del juego). El switch supone la superación de los niveles literal y figurado que la distancia adquiere, respectivamente, en los casos del aislamiento y de la deshumanización para alzarse al nivel crítico.
La distancia crítica es tomada respecto de una misma, y quienes intervienen en el acto catártico – que es toda la puesta en escena neocortesana – pueden llegar a un entendimiento recíproco superior a través del abandono de la estabilidad de los roles. Se trata de aumentar vertiginosamente la capacidad evolutiva de una posición a otra, experimentando una o varias veces en una sesión una apertura de espíritu y una libertad interpretativa que para muchos son extremadamente difíciles de aceptar. Se trata de una apuesta por intentar situarse en el lugar del otro y otorgarle los privilegios de su posición. Sería equivocado identificar la posición privilegiada con la autoritaria, ya que ambas gozan de privilegios específicos y están orientadas a ciertos tipos de goce, ya sean más bien causantes de sensaciones dolorosas o placenteras. Lugar común o no tan común, la distancia entre el placer y el dolor puede llegar a vaciarse de todo sentido en la experiencia del sexo neocortés.
Salvando las distancias
La consciencia que pueden tener los amantes respecto de la distancia entre ellos pone en riesgo la idealización del objeto de deseo. No hay príncipe azul, no hay ninguna Beatriz qué rescatar. Quedan también en entredicho los discursos unitarios. No existe media naranja, como si yo sin el otro perdiera mi entereza, como no hay promesas de unión “…hasta que la muerte os separe”, como si no fuera la muerte lo que realmente nos une.
La distancia entre amantes es también la que une sus diferencias: las que hay entre una y otra así como la diferencia en cuanto rasgo estructural de la identidad de cada amante. En efecto, podría ser el hecho de asumir y representar las asimetrías y de sostener una dramatización de la diferencia un factor determinante en el modo de entender la propiedad en el ámbito del sexo neocortés, sobreactuada en la cesión de uso, al compartir el esclavo (es menos frecuente ceder el amo). Una vez más, es la posibilidad del switch la que permite que ambos puedan ser cedidos en la medida en que ambos pueden ser esclavos. Eso permite la cesión recíproca a otros pero no excluye la posibilidad de quedar fijada una sociedad mínima (amo-esclavo) basada en una desigualdad estable.
“La finalidad de toda educación consiste en hacernos capaces de permanecer sentados en una habitación en silencio.”
George Steiner
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