El modo neurótico
De una manera que evoca a los tres grandes géneros literarios (narrativo, lírico y dramático), las neurosis, las perversiones y las psicosis consisten en modos discursivos que conforman la expresión del hablante. Esto significa que la constriñen pero también posibilitan la forma que adquiere. Tal como sucede con la teoría de los géneros, ni su división o clasificación, ni su definición o descripción son carentes de disputa. Contra el frágil argumento con el que Peter Munz cuestiona la importancia del lenguaje en la consciencia y en lo que llama vagamente “lo mental” (mindness), observando que en el sistema neuronal todo sucede en silencio, cabe recordar que no hay vida humana sin mediación de palabra. No hay que confundir esta cuestión con la ideologización del inicio y el final de la vida humana, que somete lo humano al criterio metafísico; incluso lo estrictamente teológico lo desmiente, ya que según el relato bíblico (cuarto evangelio) el mismo Dios encarnado se presenta como Logos, Verbo encarnado. Si estoy en contra de otro, digo que es mi palabra contra la suya. Aunque el conflicto sea físicamente actuado, el entendimiento del cuerpo del otro se da mediante la palabra o por la estructura de la intelección, que viene informada por lo inconsciente, estructurado a su vez como lenguaje. Así pues, la vida humana es una cuestión de palabra, y la expresión de quien habla puede conformarse en modos discursivos más o menos estables o conflictivos. Estos también serán más o menos patogénicos, es decir, susceptibles de vehicular sufrimiento o placer, si entendemos la patogénesis como el proceso de engendramiento del pathos. El pathos sería la pasión en un sentido que señala tanto el padecimiento de tristeza como de júbilo, de estremecimiento motivado por la visión de una obra de arte, de decepción al oír cierta palabra a un supuesto amigo, de alegría por un hallazgo excepcional, de miedo ante el agua que sale del grifo. El sentido del pathos se acerca aquí al sentido de goce que predomina en Lacan, es decir, un sentido que depende del sentido del objeto de goce.
Si el modo psicótico parece caracterizarse por no estar gobernado por la represión (sino que se regiría por lo que Lacan llama la forclusión), el modo neurótico toma del material reprimido unos contenidos que, tras una elaboración de tipo literario (selección y desplazamiento, según Jakobson), proveen síntesis operativas que instruyen el discurso del sujeto y el posicionamiento de su cuerpo (no solo los gestos y demás mociones corporales sino además todas las acciones y movimientos de y desde el cuerpo que van determinando los enlaces a otros sujetos y la ubicación de uno en el espacio social). Aunque en algunos casos el material reprimido pueda desarrollar función de poiesis, la estructura que les subyace es la de los sueños o episodios que pueden ser breves pero, en todo caso, significantes, es decir, una estructura narrativa que organiza huellas mnémicas (según la expresión de Freud) en mitemas (tomando al pie de la letra el término propuesto por Lévi-Strauss, como un pequeño mito, un mito seminal, un núcleo narrativo).
En el modo neurótico, los mitemas permanecen vigentes y eficientes porque todavía prestan su contribución a la escritura fáctica del sujeto, dotándola de una estructura discursiva comparable a la narrativa. La actualización vincula a la actualidad del discurso esos mitemas que se presentan como fundadores en la medida en que se representan. Esto quiere decir que los mismos mitemas encuentran expresión siempre renovada en el discurso subjetivo, bajo cuya superficie imperan expresiones residuales de aquellos. Pero dicha superficie no es sobre todo la literalidad del discurso, el significado entendido como lo que corresponde a la función metalingüística (Jakobson) o al sentido primero de la entrada de diccionario; la superficie es la metaforicidad ya que, debido a la diferéncia (la “différance” derrideana, que se traduce al castellano por una forma homófona pero no homógrafa de diferencia, tal como sucede en francés), todo discurso es necesariamente remisión y casi siempre desplazamiento, metáfora. Bajo la superficie del discurso, tanto más deslizante y escurridiza cuanto más lisa e impecable en apariencia, se encuentran reprimidos los mitemas cuya representación se muestra preferentemente tras ser an-alisados. El análisis opera el des-lisado que permite rescatar el bajo relieve simbólico donde empieza a ser legible el trasfondo mitémico del sujeto en modo neurótico y, con ello, su estructura.
El modo perverso
¿Qué se dice cuando se habla de perversión? De Freud, concretamente de los Tres ensayos hacia una teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie), retenemos no lo que se ha maleído como sinonimia de perversión con “parafilia” – término que genera nombrosos malentendidos – sino el contexto de las reflexiones freudianas, fundadas sobre su experiencia de análisis, acerca de la fijación de la pulsión en orificios o regiones concretas del cuerpo en aquellas edades en las que uno descubre, además de sus funciones literales o denotativas, como sean hacer pipí – lo que hace que el pequeño Hans (cf. caso homónimo) se refiera también como hace-pipí, Wiwimacher, al órgano con el que lo hace -, las funciones que llamaré connotativas, ya que suponen un sentido más que el primero y, con este, una ganancia de placer – como sea la práctica masturbatoria. No haré aquí el inventario de las menciones a la perversión en la obra del autor de Más allá del principio de placer, para lo que se pueden consultar los índices de las ediciones más completas que los proveen, o tomar como un punto de partida la lectura de los Tres ensayos. Pero sí hago mención de la voz que nombra la operación que caracteriza, según Freud, la perversión, y que es Verleugnung. Sin pretender entrar en cuestiones de historia de la lengua alemana, que no conozco, quiero sin embargo notar el sentido de ese radical leug que la etimología acerca, en cuanto al sentido, al cualificativo latino mendax, asociado al verbo mentior del que deriva el castellano mentir pero que se puede traducir también por engañar, falsear, y que remite, en la forma substantivada, a lo fingido, falto de ley, discrepante respecto de lo que es. Así que apresurarnos a traducir Verleugnung por renegación, sobre todo sin más explicaciones, sería dar un paso en falso.
Aunque la literatura más conocida al respecto sea quizás la de Joyce McDougall, autora de The Many Faces of Eros, y Bruce Fink, principal importador estadounidense de la interpretación que hace Jacques-Alain Miller de la teoría psicoanalítica desarrollada y transmitida por Jacques Lacan, es a este último a quien me referiré, concretamente al décimo cuarto seminario, impartido entre 1966 y 67, La logique du fantôme. Traducido más fácilmente como La lógica del fantasma, es importante empero no dejar de admitir (en francés diría avouer) otros sentidos proporcionados por la cadena significante (la secuencia fonética del enunciado o su hilo de sonido, fils de son) o propulsados por la capacidad asociativa del oyente, como sea el de feint homme (finge-hombre), a medio camino entre el fantôme y el sinthome - donde resuena a su vez el saint homme, saint Thom, en el que Lacan vio interesado a James Joyce (en cuya obra vislumbró, a sua vez, lo que nombró sinthome: una cuarta arandela con función anudatoria discernible de las tres ya abordadas: real, simbólico, imaginario). Como en francés saint homme para sinthome, también para síntoma, en castellano, sin toma o, más lejanamente, siéntome. Pero tengamos presente, de momento, al feint homme, ya que el fingimiento, la ficción de este fingidor del que no sabemos gran cosa, precisamente porque finge, ese fingimiento, digo, guarda intimidad con aquello que decía antes acerca de la raíz mendax, con la que se asocia etimológicamente el término con que Freud describió la operación característica de la perversión, Verleugnung.
Estamos considerablemente lejos de las interpretaciones psiquiátricas de la perversión como desviación o parafilia. Una desviación siempre lo es respecto de una norma, que a su vez siempre lo es para quienes se incluyen en esa misma norma y necesariamente – por necesidad de mantener esa construcción normativa, que no es más que la ficción de normalidad - necesitan, pase la redundancia, excluir a quienes viven en los límites o en las afueras de la ficción que han erigido. No tienen menos carácter de interpretación que las interpretaciones psiquiátricas las médicas o psicológicas, que siguen siendo interpretativas en el sentido de una hermenéutica positiva, la heredera de la distribución de los saberes que tuvo lugar en el siglo XVIII con las reestructuraciones sufridas en influyentes universidades europeas: Leyden, Upsala, Padova, Oxford, Cambridge. Bajo la influencia indirecta de Isaac Newton, John Locke, y también de René Descartes, el sentido de percepción y rigor se materializan preferentemente en un método científico en el que impera el sentido de la visión (al que se asociará la pulsión escópica, cf. Otto Fenichel), la invisibilización del sujeto observante y la disociación entre pensamiento y palabra. En oposición a la palabra, reducida a discurso instrumentalizable (a lo que contribuyeron el avasallamiento de la literatura como expresión de identidades nacionales y la substitución, con la Reforma, de las imágenes por el culto de la palabra) se presentaba, por una racionalización a la que en absoluto es ajena la posición kantiana, la filosofía como disciplina universitaria cuya libertad se entendía como autonomía respecto de otros poderes académicos y sus vías epistemológicas o formas de acercamiento a un objeto a fin de conocerlo. Empalideciera la práctica de la libertad como condición de incidencia sobre la forma como la ciencia se concebía, es decir, al divorciarla de las disciplinas prácticas o las ciencias duras, se estancó la filosofía de la ciencia y se dio pie a la idea de que la filosofía no sirve para nada y en consecuencia se queda fuera del circuito de lo útil, de lo necesario y de la producción de saber y de objetos. Sirve este excurso para explicar un posible fundamento histórico de la idea de interpretación que aún impera en la clínica pero también en la universidad, donde las ciencias humanas funcionan como simulacro (cf. Jean Baudrillard) que oculta el hecho de que cualquier ciencia es humana y pasa por el sujeto que identifica el problema o se tropieza con él, que lo percibe e internaliza, que lo describe y racionaliza, que supuestamente lo resuelve y de esa solución abstrae una generalidad, anulando su carácter de episodio (esto es la práctica del diagnóstico).
El modo de habla perverso está regido por una imposición de interpretación: no se desconoce la ley, más bien se la conoce en sentido semítico, íntimamente, como quien tiene relaciones con ella. La ley está reconocida pero sujeta a tal desplazamiento o flexibilidad de articulación que sus artículos, su declinación en principios o normas, cae bajo los criterios pulsionales de la perversión, que versiona la ley según su designio, a veces con inombrables enmiendas o artículos (por ejemplo, las condiciones de goce y su previa o simultánea escenificación con su topografía, reglas, aderezos, ortótesis) que pueden organizarse en torno a objetos parciales y que aperecen como separables:
Vous savez : le sein, le scybale, le regard, la voix… ces pièces détachables et pourtant entièrement reliées au corps …voilà ce dont il s’agit dans l’objet petit(a).Pour faire du (a), donc, limitons-nous… puisque nous nous obligerons à quelque rigueur logique …à signaler ici, qu’il faut du « prêt-à-le-fournir » : ça peut, momentanément, nous suffire. Et ça n’arrange rien ! Ça n’arrange rien pour ce en quoi nous avons à nous avancer :pour faire du fantasme il faut du « prêt-à-le-porter ».
Con esto se puede relacionar también en algún caso el deseo de desarticular cierta estructura institucional; de desmembrar el cuerpo del otro; de hacer composiciones insospechadas; de coleccionar objetos parciales – todo esto susceptible de objeción teórica y de escrutinio en la experiencia analítica. Es admisible que en este modo de habla se de la mayor transparencia del mí (moi, Ich) como ficción. Lacan en su lógica del fingehombre:
Le moi est, nous le verrons, doublement illusoire :- illusoire en ceci qu’il est soumis aux avatars de l’image, c’est à dire aussi bien livré à la fonction du déni ou du faux-semblant.- Il est illusoire également en ceci qu’il instaure un ordre logique perverti dont nous verrons – dans la théorie psychanalytique – la formule, pour autant qu’elle franchit imprudemment cette frontière logique, qui suppose qu’à un moment quelconque donné, et qu’on suppose primordial de la structure, ce qui est rejeté peut s’appeler « non-moi ».
Más adelante, en un paso del neurótico a la perversión:
L’usage ici du terme de demande… qui m’est emprunté …n’est là que pour brouiller les traces de ce qui en fait l’essentiel, qui est que le sujet vient à l’analyse, non pas pour demander quoi que ce soit d’une exigence actuelle, mais pour savoir ce qu’il demande. Ce qui le mène, très précisément à cette voie de demander que l’Autre lui demande, quelque chose. Le problème de la demande se situe au niveau de l’Autre. Le désir du névrosé tourne autour de la demande de l’Autre. Le problème logique est de savoir comment nous pouvons situer cette fonction de la demande de l’Autre, sur ce support : que l’Autre pur et simple, comme tel, est : A (A barré). Bien d’autres termes sont aussi à évoquer comme devant trouver dans l’Autre leur place : l’angoisse de l’Autre, vraie racine de la position du sujet comme position masochique… Disons encore comment nous devons concevoir ceci : qu’un « point de jouissance » est essentiellement repérable comme « jouissance de l’autre ». Point sans lequel il est impossible de comprendre ce dont il s’agit dans la perversion.
Sí, la posición masóquica no es la única posición donde se puede situar al sujeto hablante en modo perverso, pero esta señalización de “la angustia del Otro” como su raiz atestigua, en este paso de la posición teórica de Lacan, la necesidad de reconocer el paso por un Otro que en otras lenguas que no el francés tiene la gracia de ser la marca gráfica perfecta para remitir idealmente al orificio: el Otro abierto como fuente y agujero, como donante y penetrable, o en los términos comunicacionales de Jakobson, como emisor y receptor y aún, al mismo tiempo, sin dejar de ser canal. Porque, recuérdese, es en el canal que está situada la función fática, paradigmáticamente representada por preguntas u órdenes tales como “¿me oyes?”, “repite”, “ponte tú”, o por la elocuente cercanía entre barullo y zurullo. Un conocimiento por experiencia de un canal u orificio no es suficiente para su uso, sino que se requiere el paso por un O, uno, un otro, proveedor involuntario o no, pactado o no, consciente en el acto o no, de algo que permita materializar la emisión del deseo en el modo de habla perverso, algo que viabilice un límite sin el cual el goce en el modo perverso se halla no falto de ley sino, en su ley, falto del efecto transitorio de verdad que parece (fait semblant de), finge devolver una experiencia placentera al atrapar algo que no es ficción – aunque no fuera verdad. Es particularmente no falso que no hay perversión sin paso por el Otro (el A barrado en la escritura lacaniana) y es necesario que sin un o (un otro barrado) no es legible la perversión.
La perversión solo es legible a partir de un o con otro modo del habla. La perversión solo es para el otro (hacia el otro; desde la perspectiva del otro).
Sin ese lector o intérprete, no hay como leer la perversión, que es versión de una versión-otra. La perversión es el modo hermético del habla por excelencia y por excedencia, puesto que la organización hermética del discurso tiene, como Jano, un rostro además: uno, atento en apariencia, que recibe lo dicho por el otro según la apariencia que le con-viene; y además, un segundo, vuelto hacia atrás, que oculta en su ser-doble el signo de la mismidad, ya que se trata del mismo rostro en posición de rehuir la voz verdadera del otro. ¿Cuál es la voz verdadera del otro? Nada más que esa voz en cuanto es y no es otra y no la misma.
Pero el modo de habla perverso tiene de propio en su organización que el otro está ocluído por la intención perversa que consiste en esto mismo: neutralizar eficazmente la disonancia de la voz del otro, con sus demandas inconvenientes y su deseo inadmisible, a través de la reescritura – automática, incesante e incuestionada por el ego – del habla-otra como versión propia. En la perversión no hay sino la propia versión, por tanto no cabe disonancia. Si eso llegara a ser posible, dialectizar lo que en el modo del habla perverso es La versión exclusiva pasa necesariamente por dialectalizar Laversión: la versión-perversa o versión exclusiva del perverso y la aversión del perverso a la alteridad de la voz del otro, con su inadmisible (porque intramitable, intratable) disonancia.
Hasta aquí hay que dilucidar por lo menos tres aspectos: (1) el sentido en el que hablo de oclusión del otro, (2) el sentido en el que hablo de dialectización y (3) la preparación, desarrollo especulativo de la posibilidad de tratar (de) la disonancia. Los dos primeros atañen a la estructura del modo de habla perverso, al modo mismo como la perversión se articula en lo inconsciente para luego actuarse simbólicamente y de forma doblemente pragmática: con objetos y con efectos sobre lo real. El último, relativo a la disonancia, es un aspecto cuyo desarrollo, siendo todavía en gran medida especulativo, se orienta hacia un entendimiento del sentido de la cura en los casos de perversión, que en absoluto autorizan una separación categórica respecto de la neurosis o, si se da el caso, de la psicosis. La práctica del diagnóstico en psicología, familiar a la patologización del sujeto y ajena por tanto al método psicoanalítico, se legitima no en una gnoseología específica – la etiología – sino recurriendo a una idea perversa (en sentido común) de diagnosis que sería la identificación - por un otro autorizado por al menos un título académico y la pertenencia a un colegio (ya sea de médicos, psicólogos, u otro) – del enfermo o cliente con una categoría patológica cuyo sentido se habrá determinado en un código legal supuestamente consensuado (el DSM, por ejemplo). El tiempo de la diagnosis delata su carácter de usurpación: ella debe ser rápida y sumaria para que la cura del enfermo pueda empezar cuanto antes mejor. La cura consiste en poner una cruz sobre sus males, tacharlos para que el enfermo pueda volver a ser útil, utilizable por el entorno en el que ha enfermado y del cual, en muchos casos, está enfermo. Y sin que sea en sí misma desdeñable o criticable la voluntad de aligerar el sufrimiento propio o ajeno, sí lo es la desatenta sutura del síntoma, su desestimación como fuente primera de conocimiento acerca del mal del paciente, su traducción apresada a un código hermético, sin brechas, sólo conexiones a principios activos y marcas comerciales de fármacos en el vademécum (vade mecum) que va con cualquier cosa y sirve para todo, o sea para nada. Pero si ya en los Estudios sobre la histeria quedaban claras las insuficiencias de abordajes clínicos deudores del método científico dominante, el que no ve a los sujetos mismos de la observación (los que ven, los que se ve), un acercamiento a la perversión hace aún más explícitas aquellas insuficiencias. Y no porque tenga que ser muy prudente dicho acercamiento será menos válida esta crítica a la idea de diagnosis que subyace a la práctica de la psicología clínica y que pervive en ésta y en la psiquiatría hasta el día de hoy; más bien la prudencia de mi acercamiento y de todos aquellos profesionales de la escucha cualificada vale como señal contrastivo del maligno apresuramiento en diagnosticar y designar enfermedades y la no menos siniestra costumbre de confundir el apaciguamiento del dolor ajeno con la usurpación de lo inconsciente y, con éllo, la anulación del deseo del otro.
(1) Oclusión
El sentido de la oclusión del otro se anuda aquí con la capacidad que tiene el ego de un modo de habla perverso de no cuestionar su sistemática reescritura de la voz del otro, aniquilada en cuanto punto de articulación de la demanda. Sin esa articulación, la intelección de la demanda propia queda sujeta a una ley que oclude a la alteridad, aunque – o porque – la conozca. Se podría incluso llegar a cuestionar la existencia de superego, por ejemplo en cuanto función de represión moral o estética, en el modo de habla perverso por cuanto la perversión no deja de ser una ley en nombre propio y para nada le es ajeno un arte de subversión (que sin embargo se puede encontrar en un registro neurótico).
Uno sabe, en el modo de perversión, de la ley como código excluyente de posibilidades (non du père, el no de la ley en cuanto función paterna) pero se ha des-conocido (renegado) la ley como código incluyente al sujeto (la ley non du père, la ley no del padre, ley otra que se forma por recorte desde la ley de la coincidencia y de la obediencia que exige); ese des-conocimiento da su favor a la maestría del nom du pair, el nombre del par o pareja que no es tanto un orden bicéfalo en el que padre y madre (en cuanto funciones imaginarias) dan órdenes divergentes entre sí creando otro tipo de división en la percepción de la ley en el sujeto, como más bien de una ley de verbo asentada en el desarrollo de las estrategias de ambiguación en el propio discurso y en el ajeno, con formas eventualmente hipertróficas en la mentira (cf. mendax), la falsedad sin interferencia y la actuación falta de ley (otra dimensión de error evocada por el refraseo que hace Lacan en les non dupes errent) – todas ellas signaturas excelentes del modo de habla perverso.
Algo lejos me voy de las palabras de Joyce McDougall en su entrada sobre la perversión en el Dictionnaire international de la psychanalyse (dir. Alain de Mijolla; Hachette 2005.). Cito tres pasajes que recogen algunas creencias corrientes que la misma autora había ya sostenido en su The Many Faces of Eros, buscando capitalizar el valor de su término, por lo demás impreciso e innecesario, “neosexualidades”:
“Si ciertas personas no llegan (parviennent) a la satisfacción sexual sino por intermedio (truchement) de escenarios fetichistas, sadomasoquistas y otros, el analista podría desearles (leur souhaiter) una vida amorosa menos restringida, menos sometida a condiciones imperativas; pero si estas puestas en escena eróticas son las únicas que les permiten ponerse (s’engager) en relaciones sexuales el analista no tiene ninguna razón justificada para desear (souhaiter) que estos/as analizantes abandonen sus prácticas amorosas, ya sean juzgadas o no por otro (autrui) como perversas.”
“Cuanto a la escena primitiva y a los fantasmas perturbadores que ella es apta a suscitar, más allá (hormis) de sus aspectos genitales y los conflictos falico-edipianos que ella provoca, mucho antes de la crisis edipiana, ella está pintada en términos pregenitales: fantasmas de devoración, de intercambios eróticos y sádicos, anales y fecales. Cuando estos fantasmas predominan, les falta a menudo ser integrados en el erotismo genital y, en consecuencia, exigen soluciones sexuales dichas perversas.” (1272)
“Joyce McDougall emplea el término ‘neosexualidades’ para caracterizar estos escenarios eróticos particulares y propone que el término ‘perversión’ sea unicamente reservado a ciertas formas de relaciones, señaladamente relaciones sexuales que son impuestas por un individuo a otro no consintiendo o no responsable (niño, adulto mentalmente perturbado), es decir relaciones en el curso de las cuales una de las partes (partenaires) es compleamente indiferente a la fragilidad o al deseo del otro. Se constata que estos mismos actos cnstituyen, las más de las veces, actuaciones (agissements) sexuales que son condenadas por la ley (abuso sexual de menores, violación, exibicionismo…). Las actividades sexuales de adultos consintientes, incluso cuando fueran desviantes respecto de una supuesta norma, no caen bajo el escopo (coup) de la ley.” (“Perversion”, s/v. p.1273)
(2) Dialectización
La dialectización se entiende aquí, parójicamente, como desapropiación del dialecto del mismo o idiolecto ayo (a-yo) – en el modo del habla perverso, yo es incapaz del no porque no ha sido hecha funcionar la represión, que garantiza el acceso al modo del habla neurótico, y en absoluto ha podido abrirse paso al cuestionamiento de la represión, que puede permitir la apertura a la sublimación de las pulsiones en su sutilísima convalidación con el deseo transparente (désir trans-parent) - el deseo que ha superado la identificación con el legado del familiar (parent) y el nombre de familia, y por una gracia subjetiva ha tomado de sí un nombre propio apto a lo imprevisible de la convivencia. La perversión enfermiza cualquier lazo social porque adolece a priori la condición mínima de enlazamiento, la con-versación. Hay incompatibilidad absoluta entre perversión y conversación, lo que hace el análisis imposible. Pero no es cierto que hacer el análisis imposible sea lo mismo que hacer imposible el análisis. Confundir una cosa y otra excluyendo a priori del análisis el modo del habla perverso sería pervertir el mismo psicoanálisis añadiendo a su rostro de escucha un falso doble de autismo. Nada más opaco.
(3) Preparación
He anunciado antes un tercer aspecto (además del sentido de “oclusión del otro” y “dialectización”), orientado hacia un entendimiento del sentido de la cura del modo del habla perverso. Esta orientación no puede ser más que mínima pues es en gran medida especulativa. Eso para nada quiere decir que sea una deriva aleatoria de mi discurso sino que especula a partir de una imagen de conjunto, una Gestalt si quieren, heterogénea y que a alguno podrá resultar odiosa. Se trata de una imagen formada a partir de un conjunto abierto, pero discernible como tal, de imágenes o representaciones en el discurso de analizantes que reflejan a su vez aspectos de ese modo del habla perverso, ese modo del habla conformado por lo que se reúne bajo el nombre de Verleugnung: mendacidad, fingimiento, falseamiento, falta de ley, renegación, negativo de la confesión, no admisión, omisión, y demás.
La perversión es una marca de la sexualidad humana o, como lo ha formulado Freud en los Tres ensayos, la sexualidad humana es intrínsecamente perversa en la medida en que se fija en prácticas consideradas previas a la práctica sexual que lo sería por excelencia, la penetración vaginal con finalidad reproductiva. Y lo es por ex-celencia, porque excede lo estrictamente sexual para derivar hacia lo útil a la preservación de la especie y a la afirmación de capacidad productiva (o reproductiva). Si el deseo de hijo no es verdaderamente un deseo del inconsciente, se trata un mandato mítico (del mito y del mí, moi). La fijación en prácticas que tendrían que ver con fases previas del desarrollo de la sexualidad infantil llevarían siempre la marca de la perversión, aunque como en efecto Freud también ya nota, es difícil concebir una relación sexual (en sentido vulgar) sin lo que se suelen llamar los preliminares.
Todos estos términos, sin embargo – preliminares, fases previas, sexualidad infantil, finalidad del sexo, práctica sexual por excelencia – deben mucho a la inmiscuidad de la concepción teleológica en el pensamiento freudiano. La fuerte asociación de las prácticas sexuales al principio de placer más que a un principio de conservación y mucho más que un orden de civilización pone en tela de juicio el sometimiento de la sexualidad a los criterios de utilidad, finalidad o moralidad; y que la supuesta finalidad del sexo fuese la reproducción de la especie y la afirmación de capacidad productiva (tanto del macho como de la hembra) inquinan el ideal puritano de una moral sexual que no hace sino desalojar al sujeto de su cuerpo, sometiéndole al control ideológico (lo que se perfecciona con las prácticas que Michel Foucault designa como biopolítica). En realidad, si la civilización y la moral hallan fundamento eficaz en la represión, es en la renegación (Verleugnung) que alcanzan su coronamiento: ¿acaso no es perverso el refuerzo de alienación en el intento de dominar a una mayoría por una ley y moral, haciéndola partícipe sumisa del deseo de sus amos, haciéndola asentir en ello?
Las distintas formaciones manifestadas en el modo del habla perverso (que puede pasar por no hablar) pueden ser descritas con recurso a tropos: la sinécdoque, figura de representación de la parte por el todo o del todo por la parte; la metáfora, figura de revalorización por desplazamiento del significante; el zeugma, figura de sobrentendimiento que ocluye la variabilidad del significante que deja de repetirse (p.ej. “Yo quiero café con leche, y él cortado.”).
En la teoría freudiana de las fases de desarrollo de la sexualidad infantil, tiene sentido hablar de sinécdoque para referir la fijación oral como anomalía o desvío relativamente a la práctica supuestamente final u objetivo sexual excelente; pero cualquier forma de fijación y por consiguiente de fetichismo no ortotésico (es decir, que toma como fetiche cierto aspecto de cierta parte del cuerpo, en el cuerpo o separada de éste, pero no un objeto externo al cuerpo) sería una práctica sinecdóquica.
En cuanto a la metáfora, ella puede contribuir a pensar el par voyeurismo-exhibicionismo ya que en ambos casos se trata de una ubicación por parte de un sujeto en cuanto a las relaciones de visibilidad de su cuerpo o de otros, interviniendo en esa ubicación un valor de excitación sexual que vendría por inversión libidinal en lo escópico pero también en otros ámbitos sensoriales (p.ej. escuchar activamente “cómo follan mis hijos”; trabajar en un club de sexo para poder sentir frecuentemente el “olor de corrida”).
Zeugma, palabra de origen griego que significa yugo, da nombre a la figura por la que se sortea la repetición de una palabra en una frase, ocluyendo de ese modo las variaciones semánticas que podrían ocurrir caso se diera la repitición. En el caso que he citado, por ejemplo, se trataría de un verbo pero no se trata de la misma cadena de sonido, ya que la primera persona del presente indicativo del verbo querer es “quiero” y la tercera “quiere” (ahí está otro zeugma). Pero lo que más importa considerar en este ejemplo es, por un lado, el hecho de que el zeugma deja aparecer otros sentidos posibles asociados a la secuencia “él cortado” y, por otro lado, que la repetición difícilmente no añade nada; puede añadir un efecto asociado a la repetición misma como sea una cadencia, una proporción, insistencia o hartazgo, pero también puede llamar la atención, entre otras cosas, para la polisemia, para el peso de aquello a lo que ese significante está remitiendo, para diferencias de valor entre los significantes adyacentes.
En todo caso, el zeugma es una figura de no repetición, de oclusión de la variabilidad o polisemia (distintas versiones semánticas) de un significante, y como tal supone un sobrentendimiento. En eses sentidos, es un tropo que concentra cualidades de ciertas formaciones manifestadas en el modo del habla perverso: la no repetición señaliza la evitación de la llamada de atención ajena, preservando la singularidad de un acto o palabra como forma de mantenerlo oculto; la oclusión de variabilidad o de las versiones semánticas que podrían aparecer señaliza la oclusión de la posibilidad de reversión por el otro, preservando la versión elegida por el sujeto de enunciación; el sobrentendimiento señaliza la primacía de lo implícito, el no cierre de sentido, el posicionamiento por ambigüación.
¿Qué tiene esto que ver con la preparación? ¿O qué tiene la preparación que ver con esto?
En música, una nota por sí sola no es disonante porque no hay otra u otras respecto de las cuales se pueda apreciar como suena y si suena de manera consonante o no. Es en relación y concretamente en la articulación con otras notas, ya se trate de articulación simultánea de sonidos (sinfónica, v.g. un acorde) o secuencial (armónica), que se puede hablar de disonancia. Para matizar la disonancia percibida en armonía tonal, se introduce en un entorno consonante (como sea un compás previo) una nota disonante que volverá después en un entorno cuya disonancia habrá sido ya amortiguada por el anterior. La previa introducción de esa nota, que cumple una sutil función de preaviso, toma el nombre técnico de preparación.
La preparación, negativo teórico del zeugma en esta especulación, permite anunciar una repetición, posibilitándola asimismo; desoclude una variabilidad que podría resultar excesiva al oído preparando su aparición en un momento previo de la línea melódica, condicionando su disonancia; y le devuelve al sobrentendimiento el sentido de sobreentendimiento ya que, al anunciar la nota que se repetirá, disonante, reduce el efecto de la disonancia misma, de lo súbito y de lo insospechado.
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Podría aún hablarse del intervalo como figura específica de discurso en el ámbito analítico entre función de analista alterizada en un sujeto psicoanalista y unanalizante cuyo modo del habla se haya reconocido como perverso. El intervalo sería la imposibilidad de transferencia traducida a posibilidad de transparentización parcial del no(mbre) del padre. Porque no se excluye la posibilidad de que dicha transparentización se de sin el resorte de la parentización, hecha opaca por la organización hermética que rige la perversión, digo que la actuación del intervalo es, en cuanto posibilidad, una traducción sublime.
Aunque el psicoanálisis no sea una hermenéutica, actúa en este caso una hermenéutica negativa muy sutil ya que traducir es, como ha indicado Richard E. Palmer, uno de los tres actos hermenéuticos, además del decir y del interpretar, que podrían tener en el bardo y en el augur sus figuras-mito primigenias. En efecto, la traducción en psicoanálisis nombra a algo no oclusivo, aunque también pueda abrir la vía a definiciones identificatorias que siempre conllevan elección. Pero lo hermenéutico en sí de este tipo de traducción no es el que supone una llave con la que se accede a un sentido oculto, ocluso, sino el que multiplica las puertas orificiales de la ley del verbo por las que se accede en algún lugar a la voz interferida de lo inconsciente.