Bien común

Lo más inhumano y repulsivo para unos es de lo más conveniente y reconfortante para otros. Hoy que se cumplen treinta y siete años sobre la revolución pacífica que puso fin a la dictadura portuguesa de Oliveira Salazar y Marcello Caetano, y en estos días en que suena en la prensa española la voluntad de poder y vigilancia de algunos sobre los sin techo y los sin ropa, recuerdo el curioso caso de un significante que ha evolucionado de forma paradigmática con la historia de la ciudad de Lisboa y, más allá de ésta, con la de nuestra sociedad.

Un excelente e informado artículo de Durão, Gonçalves y Cordeiro sobre prácticas clasificatorias de la Policía en Lisboa recoge algunos términos con los que se clasificaban a aquellos susceptibles de exclusión del paisaje social urbano por su supuesta inutilidad. Los autores refieren como en 1867 la Policía Civil de Lisboa era aún un cuerpo reducido cuyo reconocimiento y utilidad para el dispositivo de vigilancia y control por parte del poder político iban, sin embargo, en aumento. Del intento de ordenar el paisaje caótico de la calle onde abundaban los considerados vagabundos (un sinónimo del francés flâneur, es decir, el nombre de una función itinerante más que un rasgo identitario) se transitó hacia la intervención sobre quienes eran consideradas por las fuerzas del orden como elementos no productivos. Se trataba entonces de definir moralmente lo “aceptable” y lo “estable” según la escritura de la ley, seleccionando para su exclusión a los “ociosos, errantes, sin familia, sin ciudadanía, seres que simplemente no cumplían las reglas establecidas y ocupaban un espacio específico – la calle”. En consecuencia, no solamente se trata de controlar “los comportamentos públicos urbanos” sino de eliminar la presencia de quienes los mantengan. En efecto, la exclusión de formas de pensamiento, expresión o actuación es un paso decisivo hacia la exclusión de quienes piensan, se expresan o actúan de formas distintas a las prescritas por el marco legal que es, por definición, delimitador y eliminatorio.

El criterio de exclusión más ágil empieza por ser la incapacidad para trabajar. A semejanza de lo que ocurre en la actualidad, una ley impone la edad de inicio y fin de ejercicio laboral, y demás condiciones y términos de ese ejercicio, a la vez que no defiende convenientemente ni el derecho al trabajo ni los sectores primario y secundario de la economía local. Otro criterio de exclusión, de no menos actualidad y eficacia, es la pobreza misma como causa supuesta de criminalidad.

A falta de globalización, la Lisboa de finales del XIX y sobre todo a partir del nuevo código policial de 1900 encontró otra forma de que estas exclusiones -y sus excluídos- pudieran, literalmente, tener lugar en el interés, cómo no, del bien común y del “decoro de nuestra apariencia ante el extranjero que nos visita” en palabras del Decreto-Ley nº 30 389 de 20 de Abril de 1940, en pleno gobierno de partido único (en aquél entonces el totalitarismo no era todavía capitalista y global sino partidista y nacional). Ese lugar era la “Mitra”, una antigua fábrica de metalurgia y fundición que a partir de los años 30 del siglo XX estará al servicio de la refundición de los sin utilidad para el poder. Tras su selección y depredación policial en la calle, los residentes de la Mitra se quedan ahí hasta su “liberación” a cambio del pago de una multa o bien hasta su muerte temprana.

La tasa de mortalidad en la Mitra es inusitadamente elevada, y elevada es la satisfacción por la nueva experiencia urbana de orden y decoro. Tan elevada que la edición de enero-febrero de 1944 de la Revista da Polícia Portuguesa da cuenta de la adquisición por la Comisión Administrativa del Albergue da Mitra de trescientas hectáreas de terrenos en un ayuntamiento cercano (Alcabideche, Cascais) que “poco a poco van siendo transformados en terrenos de cultivo, susceptibles de producir rendimiento, tanto en lo agrícola como en lo pecuario, uno y otro en lento pero seguro progreso”. Colonia Agrícola do Pisão es el siniestro eufemismo que designa a la nueva cárcel, desplazada, como muchos sanatorios psiquiátricos de entonces, a las afueras: “A partir de los años 50 comienza un proceso que Susana Pereira Bastos designa como desestructuración del modelo institucional. En efecto, “la Mitra, al igual que los restantes albergues de mendicidad pertenecientes a la PSP [Policía de Seguridad Pública], se habían transformado en ‘depósitos’ para-psiquiátricos. Se da entonces un ‘proceso de “enloquecimiento” de las instituciones de represión de la mendicidad y del vadiaje [mendicidad, vagancia], tomando como paradigma el albergue de Lisboa’ (in O Estado Novo e os seus Vadios).

Tras la revolución de 1974, cambian las funciones de los espacios de segragación pero no el imaginario de la Mitra ni el sentido del mitreiro, antes el residente en la Mitra, que tan solo adquiere nuevas connotaciones favorables a la expansión semántica del término. El mitreiro ya no es el excluido social forzado a trabajar y sobrevivir en la cárcel de los indeseables sino alguien que no tiene cabida en el espacio rural ni en el espacio urbano, un corruptor de costumbres, alguien que no es persona de bien.”El mitra surge así como uno de los estereotipos más centrales utilizados por la policía, producto de su mirada profesional. Las clasificaciones que generan estereotipos de policía se asientan en ideas subyacentes a la creación de orden y en la distancia respecto al mundo social, de los civiles, incluso aunque la práctica y los modelos emergentes de aproximación de los policías a los habitantes de las ciudades pueden a veces contradecir estas ideas.”

La intrusión del partido político gobernante en los comportamientos de los ciudadanos según criterios morales y apoyada en reescrituras burocráticas de la ley – en el sentido estricto de reescrituras sin otro criterio que la conveniencia de los despachos administrativos – no es un hecho típico de la Lisboa del Estado Novo. Esta intrusión la hallamos estructuralmente idéntica en la intención, por parte de muchos pero atribuible por su función simbólica y capacidad de influir y actuar políticamente sobre lo real, al alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, de legalizar la intolerancia a la desnudez ajena.

Aquello que los medios han designado como prohibición de la nudez o semidesnudez (término suficientemente amplio como para permitir conflictos entre lecturas subjetivas respecto de la apariencia del otro) corresponde a un renovado intento, de corte neofascista, de legalizar, es decir, dar soporte legal e institucional a la intolerancia a la desnudez ajena, que sería causa de escándalo. El problema no se sitúa objetivamente, por tanto, en la nudez ajena sino en quienes dicen no querer verla. Los motivos, quizás inconfesables, por lo menos en público, aparecen asociados a cuestiones de decoro, de decencia en la presentación de uno mismo en sociedad, de protocolo social, buen comportamiento y en general de obediencia al orden y al sentido del bien común. Lo que importa, sin embargo, es no olvidar lo inconfesado. Es buen indicador de un contenido reprimido en la asunción de motivos morales la atribución a un otro – identificado por el represor – como causa de escándalo por su comportamiento.

El intento de imponer un orden moral soportado por una ley que ni siquiera reúne consenso político sino que, en el caso barcelonés, viene determinada por la contingencia de una campaña electoral que dicta una mayor desviación del partido en el poder hacia el ámbito ideológico del partido más favorecido por los sondeos, y justamente aún más identificado con el orden moral, los preceptos impositivos y el menosprecio de las libertades cívicas, es decir, de la democracia misma, en estado de defunción.

No está de más observar que muchos no quieran ver desnudos porque en ellos se hace manifiesta la pérdida de aquello nodal, genesíaco, que se simboliza en lo tierno, vulnerable y demandante del bebé: verdes nudos. Esto también señala la permanencia de la vulnerabilidad y del ciclo repetitivo de la demanda en la madurez. Sin ocuparme des cuestiones semióticas del marcaje del cuerpo, que sirven tanto para justificar al cuerpo desnudo como más natural como para condenarlo como un acto simbolizante con intento agresor (aunque esto requiera marcarlo ya moralmente, por ejemplo como despudorado), ni pretender discutir los argumentos de los naturistas, me parece empero fundamental subrayar la radicalización del estado policial y la justificación, con efectos de control y exclusión, del sentido de la vigilancia (el cuidado degradado en represión).

Si el problema fuera el pudor, podríamos argumentar, habría que prohibir otras formas de visibilidad del cuerpo desnudo, como la imagiología clínica y el cacheo en los aeropuertos, justificados por los discursos idolátricos de la salud y la seguridad. ¿Qué no quieren ver quienes no quieren ver desnudos? ¿Hacia donde se extienden la prohibición de lo diferente y el exterminio del otro? ¿Qué mitras están edificando?

Noticias sobre el nuevo intento de legalizar la intolerancia moral a la desnudez ajena en Barcelona

[Jordi] Hereu [alcalde de Barcelona] dice que la prohibición del nudismo se implantará antes del verano

Hereu certifica que cerrará el mandato prohibiendo el nudismo en la calle

Barcelona expected to approve resolution on nudityand improper dress

Pudica Barcelona

Barcelona: polémica por el nudismo en la calle

Textos

Ulises Velázquez, “La experimentación tiene forma humana” (Colectivo Cuerpos Desinhibidos)

Reseña de Desnudeces (FR: Nudités; EN Nudities) de Giorgio Agamben.

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Acerca de teorificios

Mi nombre es Francisco Serra Lopes. Vivo y trabajo en Barcelona. Entre otros espacios, me sitúo en el del psicoanálisis. No es un espacio a solas, como tampoco lo es este blog. Mi posición es discutible, por eso escucho. Quienes quieran escribir o solicitar el envío de archivos para publicación en el blog tienen la opción de dejar sus comentarios. Teorificios es un blog de acceso restringido a personas que no quieran ver restringida su posibilidad de expresarse. A los que entran, pues, les doy la bienvenida. A veces por un orificio uno llega al obsceno y eso puede ser, entre otras cosas, profundamente místico, pornográfico, político e intolerado. A los que se quedan, les doy las gracias.
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