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No es mi objetivo trazar la historia del bareback ni recoger las polémicas al respecto amplificadas por algunos medios denominados de información pero que lo son más bien de formación de opinión. La polarización de opiniones, lograda a través de encuestas de respuesta disyuntiva (o sí o no) y con intereses ideológicos y económicos que impiden la búsqueda de un conocimiento más polifónico y problemático, es una aliada de esos mismos intereses, ya que controla el aparente conflicto circunscribiéndolo a las opiniones formateadas de antemano. Soy consciente de algunas reacciones que mi opinión puede provocar; pero llamo la atención sobre el hecho de que mi opinión sí está fundamentada en el discurso de unanalizante y de que yo asumo la singularidad de mi perspectiva y de la lectura que mi posición genera. Para un abordaje antropológico muy meritorio, puede leerse Unlimited Intimacy de Tim Dean.

Barebacking es un gerundio inglés típico del vocabulario ecuestre que designa el montar a caballo sin silla. Bareback podría traducirse más literalmente como trasero al desnudo, aunque en castellano suele hablarse vulgarmente de sexo a pelo o follar a pelo. Se refiere a la penetración anal sin preservativo y aunque se haya divulgado a raíz de su práctica entre un hombre y un hombre, también es practicada entre un hombre y una mujer y se expande en contextos de lo que se designa como intercambio de parejas o swinging (tanto swingers homogonadales como swingers heterogonadales).

Puede considerarse sujeto del acto de hacer bareback tanto a quien penetra como a quien es penetrado, aunque si uno se refiere estrictamente al acto de penetración, puede decirse en cuanto al predicado penetrar que hay un sujeto de penetración y un objeto de penetración. Por otras palabras, quien dice “hago bareback” no dice, con ello, si folla a pelo o si es folladx a pelo.

Mi referente implícito es el bareback en el discurso de un analizante que dice de sí mismo que es gay (genericamente como hombre desde un cuerpo con rasgos predominantemente machiles y orientativamente como homosexual exclusivo) y, en cuanto a su posición en la actividad sexual (tanto imaginaria en la práctica masturbatoria como real en la escenificación in presentia), que su rol es tendencialmente más pasivo.

La exigencia para su trabajo de una “presentación impecable” supone un conflicto con su resistencia al exceso de higiene, que ve como una imposición social. Experimenta cierta aversión a desodorantes, de los que prescinde a menudo ya que “no me huele” y alguna vez se burla de la compulsión higienista. Ésta constituye un rasgo definidor del capitalismo, ya que se impone con el ascenso de la burguesía y el éxodo hacia los conglomerados urbanos. Este rechazo de lo que percibe como una demanda irracional de higiene va acompañado de cierta veneración de imágenes de una masculinidad hiperreal y un ideal de varón valiente e intrépido (nótese el doble sentido de intrépido como valiente en cuanto al ánimo y de carácter repentino e irreflectido en actos o palabras).

Junto a la “presentación impecable”, que remite a la percepción de la higiene corporal como índice imaginario de salud y pureza moral (impecable es lo insusceptible de pecado), el “varón intrépido” es otro nombre para el self-made man, mito neurótico del capitalista de origen humilde. Nada más lejos del barebacking, pensarán algunos. Pero esta práctica comúnmente considerada de riesgo relativamente a la posibilidad de transmitir infecciones (aunque su riesgo, como el de muchas prácticas sexuales genitales, no se pueda determinar con independencia de diversos factores) tiene sus rodeos que deniegan conclusiones tajantes. Es ejemplo de un rodeo práctico la práctica del enema antes de la penetración, que al higienizar el recto (y parte del intestino grueso) también limita la defensa que su pared mucosa puede ofrecer ante la entrada de un vírus, por ejemplo. Un rodeo teórico es lo que se ha desginado serosorting y que significa sortear la serodiscordancia, es decir, contornear el riesgo de infección practicando sexo a pelo con alguien con el mismo estado serológico para determinado vírus (normalmente la referencia es al vírus de la inmunodeficiencia humana).

Presentado en una página que aboga por mejorar la percepción del barebacking como “el medio de protección sexual del hombre moderno” (con una reveladora iconografía “American 50’s”), el serosorting se basa en una discriminación de hecho (quien está infectado y quién no lo está) que tapa una discriminación de valor (el desecho de objetos sexuales serodiscordantes). Bajo la apariencia de una forma de responsabilización del sexo, el serosorting, al hacer del estado serológico conocido y/o declarado un criterio de elección de objeto sexual, presentaría un aspecto del fetiche en la medida en que se elige a alguien como objeto sexual por un aspecto muy específico sin el cual no se logra la finalidad conscientemente buscada en el acto. Sin embargo, como el serosorting es un criterio aparentemente objetivo de elección, la subjetividad de la elección queda en entredicho y el sujeto del inconsciente es acallado, por lo que en rigor no puede hablarse de responsabilidad de elección en cuanto al serosorting.

Aún sin acudir a argumentos moralistas, que para nada constituyen criterio analítico, no es posible afirmar en términos absolutos que el barebacking y el serosorting no tienen relación con una dialéctica del riesgo o del azar. No me refiero solamente al riesgo de infección que toma la forma objetiva del juego de azar en el uso de la expresión “ruleta rusa” para las reuniones de practicantes de barebacking que desconocen el estado serológico de los demás. Me refiero también a otro juego de azar cuyas ganacias son proporcionales a la normalización ideológica del riesgo e incluso a su prestigio: en los mercados bursátiles, un aumento sostenido del número de nuevas infecciones se traduce en la valorización de los títulos de empresas de la industria farmacéutica. El hecho de que en muchos “Estados de bienestar” los costes de la medicación antirretroviral no corren a cargo de los infectados por el vírus de la inmunodeficiencia produce un desfase entre el valor de uso percibido por sus beneficiarios y el valor de cambio afrontado por los ministerios de sanidad.

Antes de volver sobre la dialéctica del azar y concretamente sobre la demanda de riesgo, conviene distinguir dos tipos de placer proporcionados por el barebacking. Uno tiene que ver con la ilusión de contigüidad de cuerpo entre el cuerpo penetrante y el cuerpo penetrado. El preservativo es un objeto que al recubrir el pene introduce una descontiguación entre éste y el recto durante la penetración. Algunos fabricantes de preservativos colocan a disposición preservativos más finos para disminuir la sensación de intrusión y pérdida de contacto y de placer. De este modo, se asocia implícitamente el contacto (contigüidad) a la sensación placentera, y la no contigüidad a disminución de placer. He tratado esta cuestión desde otra perspectiva en referencia al sounding. Otro tipo de placer tiene que ver con lo que el analizante enuncia como una sensación de pertenencia y que relaciona con la búsqueda de lazos de afinidad y la reinvención de una intimidad. Por un lado, se trata de una estrategia de identificación mediante una inclusión que conlleva la exclusión de lo exterior (de acuerdo con el sentido en que W. J. T. Mitchell habla de intimidad em What do pictures want?); por otro, se trata de reinventar y en definitiva de mimetizar un hilo de argumento más bien tradicionalista e incluso religioso en sus términos (“me abandono totalmente a él”; “la entrega es mútua”; “hace tiempo que soy miembro [de un club de sexo]“; “como hermanos”).

En la demanda de riesgo (de las denominadas “infecciones de transmisión sexual”), que el mismo analizante formula en términos de una apuesta o especulación (“sé que me la estoy jugando”), no es para nada unívoca la expresión de una pulsión de muerte. Esa práctica es experimentada por él como algo de fronterizo, que supone sentirse valiente y vulnerable a la vez, algo que remite a testimonios sobre la práctica de deportes “radicales”. En esa especulación por la que intenta una apreciación de su culo (contrastando con un temor a su depreciación, no sin relación con su percepción de su edad), hay una búsqueda de “sexo a pelo” (que suena, como he remarcado, casi como sex appeal) repetida bajo la forma de un (yo) apelo, una apelación o demanda mediante la cual el analizante parece inscribir una posibilidad de intermitencia. Esta no se referiría solamente a la penetración sino a algo no verbalizado como deseo que de momento no hallaría lugar en lo real experimentado, pero sí en diversos enunciados o lapsus que escenifican en la sesión una lógica solo aparentemente contradictoria o incluso paradójica.

La percepción por el analizante del alcance significativo de la práctica del bareback ha sido facilitada por un juicio considerablemente libre de afecciones morales y pudo expresarse a partir de mi traducción del significante “dilatación” del area lexical de sus prácticas de obtención de placer al del análisis del discurso, concretamente a la semántica. Tanto el prefijo de diversificación o ambiguación di- como como el sufijo de proceso -ción y los interpretantes comunes podrán haber contribuido a la libre asociación por parte del analizante.

Asimismo, al señalar que el verbo apelar usado de forma intransitiva – sin complemento - significa, refiriéndose a caballos, “ser del mismo pelo o color“, se ha podido rescatar desde la hípica un sentido de identificación por comunidad de propiedad. En este caso, al reenunciar “yo me apelo con otros potros” para ilustrar mi aporte, deja de reconocer exclusivamente en el Otro la identidad de propietario o usufructuario. Un importante rasgo identitario, metaforizado en el pelo y actuado en el sexo a pelo, se cae entonces de la silla del Yo, cuyo beneficio (apelar, es decir: identificarse) obtenía al hacerse empotrar sin complemento.

3 pensamientos en “A pelo

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